Cinturón De Sombras

El Último Vínculo Roto

La mansión de Lysia seguía imponente y oscura, pero ahora, algo había cambiado. Aurelian, a pesar del sufrimiento que aún lo acechaba, se encontraba libre por primera vez en muchos días. El sillón mágico que había sido su prisión había desaparecido, destruido por su propia magia blanca.

Su cuerpo, aunque aún atrapado por el cinturón mágico que rodeaba su torso y cintura, no era el mismo. La magia oscura que su madre, Lyra, había utilizado para controlar cada movimiento suyo, ya no tenía el mismo control sobre él.

El cinturón aún lo mantenía restringido, la presión seguía constante, pero la fuerza de la magia blanca que había estado creciendo dentro de él en los últimos días ahora comenzaba a romper las cadenas invisibles que lo mantenían cautivo. Cada fibra de su ser luchaba por romper el control de su madre.

El sudor perlaba su frente, su respiración era rápida, pero por primera vez en mucho tiempo se sentía libre, libre para moverse, para pensar, para actuar. El cuerpo de Aurelian temblaba por la mezcla de agotamiento y la fuerza de la magia blanca que ahora fluía dentro de él. La luz que emanaba de su alma brillaba más fuerte, y aunque el cinturón no lo dejaba liberarse completamente, algo profundo en su interior ya había cambiado.

Él no iba a dejar que Lyra ganara, no iba a permitir que ella destruyera a las gemelas. Alina y Mariela seguían en peligro.

— ¡Debo llegar a tiempo! — pensó Aurelian, su mente enfocada con una claridad inesperada.

Aceleró su paso, sintiendo que, a pesar del peso de la magia oscura que aún lo rodeaba, su magia blanca lo guiaba, lo empujaba hacia ellas. La batalla aún no estaba ganada, pero el vínculo entre madre e hijo había comenzado a romperse.

Alina y Mariela

Las gemelas yacían en el suelo, inconscientes, sus cuerpos envueltos en las sombras de la magia oscura que Lyra había liberado con toda su furia. La hechicera observaba a sus intrusas con una ira tan desbordada que parecía consumirla por completo.

El suelo a su alrededor comenzaba a agitarse, como si el mismo espacio temiera su presencia. La fuerza de su magia había alcanzado su punto álgido, y solo quedaba un paso más: darles el golpe de gracia.

Lyra se acercó lentamente a las gemelas, su rostro frío, pero sus ojos llenos de una furia contenida.

— Esto es todo lo que merecen — susurró, mientras alzaba su mano, preparándose para el último hechizo.

Alina y Mariela, aún tendidas en el suelo, no podían defenderse. La magia oscura había desactivado su voluntad, sometiéndolas a una pesadilla emocional que las había dejado inmovilizadas, incapaces de luchar.

Pero, en el instante en que Lyra iba a desatar el hechizo final, una explosión de luz blanca iluminó el salón, tan intensa que la magia oscura de Lyra se disipó momentáneamente. La luz cegó a la hechicera, la obligó a retroceder, y la energía oscura que había acumulado se dispersó por el aire como un viento que se apaga abruptamente.

Aurelian estaba allí.

— ¡NO! — Lyra gritó, su voz rota por la ira al ver a su hijo, parcialmente libre, de pie en el centro de la sala.

Su hijo había logrado moverse, hablar, incluso utilizar su magia, con el cinturón mágico aún en su cuerpo. Lyra no podía comprenderlo, no podía entender cómo eso era posible. El cinturón debería haberlo mantenido completamente sometido.

El brillo de la magia blanca en Aurelian comenzó a crecer con una intensidad aterradora. Los ojos de Lyra se entrecerraron, observando cómo su hijo se acercaba, como una entidad poderosa que ya no estaba dispuesto a someterse a su control.

La luz que irradiaba de él la cegaba, y, sin embargo, algo en su corazón comenzó a vacilar. Era la chispa de la desesperación, un miedo silencioso, el miedo de perder el control por completo.

— Aurelian...— susurró Lyra, su rostro desfigurándose por la ira y la frustración. — ¿Qué has hecho?

Aurelian no respondió. Solo la miró, su voz llena de resolución.

— Ahora me enfrentaré a ti, madre. Es suficiente.

La magia blanca se intensificó en su interior, inundando su cuerpo, alimentada por su amor por Alina y su lucha por liberarse. Su voz retumbó en la mansión como un rugido de esperanza y rabia contenida.

— ¡Maldita hechicera! No me detendrás más. No lo harás.

El cinturón mágico, aunque aún presente, comenzó a resistirse. Lyra sintió la presión sobre él, como si la conexión que tenía con su hijo se estuviera rompiendo poco a poco. Su magia oscura intentó aferrarse a Aurelian, pero el poder blanco que emanaba de su hijo la desgastaba, debilitándola.

Lyra intentó invocar la oscuridad más profunda, pero su magia ya no tenía la misma fuerza. Aurelian estaba cambiando. Su magia blanca estaba destruyendo las ataduras del cinturón, y ella no podía evitarlo.

— ¡No...! ¡NO LO PERMITIRÉ!

Lyra gritó, levantando ambas manos, canalizando su poder oscuro con furia. Un torbellino de sombras envolvió la habitación, amenazando con tragarse todo a su paso, pero Aurelian no cedió. Con un golpe de luz, la oscuridad se dispersó, y él avanzó hacia ella.

Alina y Mariela seguían tendidas, pero Alina, aún inconsciente, sentía la presión en su pecho aliviarse poco a poco. La luz que Aurelian había desatado las rodeaba, brindándoles protección.

Lyra, enloquecida, lanzó uno de sus hechizos más potentes. La sala tembló, y las sombras se alzaron como serpientes que intentaban ahogar todo a su paso. Pero Aurelian, liberado parcialmente, con su magia con pocas restricciones, destruyó el hechizo de su madre con un gesto.

— ¡Basta, madre! — gritó, su voz resonando por todo el salón. — ¡Esto tiene que acabar!

El hechizo que había lanzado Lyra se disolvió como polvo, y, por primera vez en su vida, Aurelian sentía que estaba libre para luchar. El cinturón ya no podía controlarlo. La luz de su magia blanca fluyó con poder, sin obstáculos. Lyra retrocedió, su rostro de desesperación y furia visible.




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