Cinturón De Sombras

La Última Luz de la Obsesión

La mansión Herondale ya no era solo un edificio de piedra. Era un campo de batalla, una guerra entre la luz y la oscuridad que se libraba en cada rincón, en cada fibra del aire. Aurelian y Lyra se enfrentaban con una fuerza tan destructiva que las paredes crujían, y el suelo temblaba como si la mansión misma se estuviera partiendo en dos.

La magia blanca de Aurelian brillaba con la intensidad de mil estrellas, desintegrando las sombras que Lyra invocaba, mientras que la magia oscura de la hechicera se desbordaba como un torrente, buscando consumirlo.

Lyra estaba furiosa, su rostro desfigurado por el dolor, la ira y la frustración.

— ¡No puedes ganar, Aurelian!— gritó, su voz resonando como un trueno en el aire. — ¡Eres mi hijo! ¡No puedes oponerte a mí! ¡Yo te creé! ¡Te formé!

— No me creaste, madre.— Aurelian respondió, su voz firme, llena de resolución. — Solo me controlaste. Me atrapaste en tus mentiras, en tu miedo a la soledad. Pero hoy, eso se acaba.

El cinturón mágico, que aún lo rodeaba, presionaba con fuerza sobre su cuerpo, intentando contenerlo. Pero la magia blanca de Aurelian crecía con cada palabra, con cada acción, empujando el control de Lyra cada vez más lejos. La luz que emanaba de él iluminaba la sala, cegando las sombras que la hechicera invocaba, desintegrando sus ilusiones como si fueran polvo.

— ¡No sabes lo que hablas! — Lyra gritó, con el rostro distorsionado por la rabia. — ¡Lo hice todo por ti! Para que nunca me dejaras, para que nunca me quedara sola.

Aurelian sintió una oleada de frío recorrerle la espina dorsal, como si el aire mismo se hubiera detenido. La mirada de Lyra había cambiado. Ya no era la hechicera que lo controlaba, la madre posesiva que había destruido todo lo que tocaba. Ahora se le mostraba vulnerable, rota en su propio dolor.

— No quiero quedarme sola, Aurelian, — susurró Lyra, su voz temblorosa, — No puedo perderte como perdí a tu tía, Selene. ¿Qué podía hacer? Te necesitaba, te necesitaba a ti…

Aurelian apretó los dientes. En su mente, los recuerdos fluyeron rápidamente. Selene, su tía, había sido víctima de la misma obsesión de su madre. Aurelian recordó vívidamente aquellos días oscuros cuando Lyra había obligado a Selene a bailar sin descanso, su cuerpo agotado, sus piernas destrozadas por la presión.

Lyra había utilizado la misma magia oscura para controlarla, para someterla. Pero Selene, finalmente, se había liberado de su madre, y había escapado.

— Tú siempre fuiste así, madre. Siempre querías controlarlo todo,— Aurelian dijo, su voz cortante, casi fría. — ¿No te das cuenta? Todo lo que hacías era por miedo. Por miedo a quedarte sola. Pero el amor no se puede forzar. Si hubieras querido lo mejor para nosotros, no habrías arruinado nuestras vidas.

La magia blanca dentro de Aurelian brilló más que nunca, deshaciéndose de las sombras que Lyra seguía invocando. Con cada paso, el cinturón mágico que la hechicera había puesto sobre él comenzó a perder fuerza, resquebrajándose como vidrio bajo la presión de su magia. Pero aún, la lucha interna continuaba.

El cinturón no había desaparecido por completo. Aurelian sentía como si todo su ser fuera un campo de batalla: su alma luchaba contra el control de su madre, y su cuerpo seguía atado por las cadenas invisibles del cinturón.

— ¡Tú no entiendes!— Lyra gritó, su rostro distorsionado por la desesperación. —.¡No puedo vivir sin ti! No podía permitir que me dejaras, como lo hizo Selene, como todos los demás…

Pero Aurelian, ahora más fuerte que nunca, no cedió.

— Tú no nos dejaste vivir. Nos ahogaste. Tú destruiste todo lo que tocaste. Y ahora, al final, te quedas sola, madre, porque elegiste el control en lugar del amor.

Con un último gesto de su mano, Aurelian desplegó su magia blanca en un destello cegador, el cinturón se rompió por fin, y la luz se desbordó, disipando toda la oscuridad a su paso.

Lyra cayó de rodillas, temblando. La magia oscura que había estado invocando se desvaneció, y por primera vez, la mansión se quedó en silencio. Las sombras desaparecieron, y el aire se volvió más claro. Pero Lyra no estaba derrotada aún. Aún con su rostro lleno de desesperación y con los ojos llenos de odio, levantó su mano una última vez, invocando una última amenaza.

— Aurelian…— susurró, su voz rasposa y quebrada, — Aún hay algo más que no entiendes. Lo que tienes enfrente no soy yo. No soy la que te ha sometido. Hay algo más grande, algo que controla todo este pueblo, algo que está más allá de tus fuerzas. No podrás vencerlo, no con tu magia blanca, no con la ayuda de esas dos gemelas que yacen inconscientes a tu lado.

Las palabras de su madre no hicieron mella en él. Aurelian, ahora completamente libre de la magia de Lyra, miró a la hechicera con desprecio y compasión. El cinturón roto, el último vestigio de su control, ahora yacía en el suelo, desintegrado, completamente derrotado.

— No hay nada más grande que el amor y la libertad, —Aurelian dijo, su voz resonando con fuerza. — Y tú nunca lo entendiste.

Con un último resplandor, Aurelian destruyó a su madre, desintegrándola en un torbellino de luz blanca que consumió su esencia oscura. La mansión se sacudió una última vez, y el eco de su desaparición retumbó en las paredes. Lyra había sido derrotada. Su obsesión y su magia oscura habían caído finalmente.

El Reencuentro

Alina y Mariela despertaron lentamente, sus cuerpos pesados, sus mentes nubladas por el cansancio y el miedo. El aire ya no estaba tan cargado, ya no había esa presión que las había aplastado en la mansión. Alina, con esfuerzo, abrió los ojos, mirando a su alrededor. El primer rostro que vio fue Aurelian.

Él estaba allí, más fuerte que nunca. Su presencia era tan serena como su luz, pero los ojos de Alina se llenaron de lágrimas al verlo. No solo por la alegría de verlo libre, sino también porque entendía lo que acababa de suceder. Lo que había perdido.




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