Cinturón De Sombras

El Umbral de las Almas Perdidas

El Primer Obstáculo

El aire en el pueblo había cambiado desde la caída de Lyra, pero el miedo persistía. La mansión Herondale, ahora un lugar vacío y desolado, había dejado atrás la tensión oscura que la había invadido, pero algo aún permanecía.

La magia de la hechicera, aunque desvanecida, no había sido totalmente erradicada. El pueblo seguía atrapado, prisionero de algo más grande, algo que Aurelian, Alina y Mariela aún no comprendían por completo.

Tras la derrota de Lyra, la misión de los tres jóvenes estaba lejos de terminar. Una entidad, una presencia tan antigua como el tiempo mismo, aún mantenía a todos atrapados en ese lugar maldito. Almas condenadas vagaban por el pueblo, buscando algo que nunca podrían alcanzar: la paz.

Para obtener respuestas y liberarse de la amenaza que aún los acechaba, Aurelian, con las gemelas a su lado, decidió adentrarse en el corazón del misterio.

Sabía que debían buscar la biblioteca de las almas perdidas, un lugar perdido en las profundidades del bosque, donde las respuestas a sus preguntas yacen en antiguos tomos olvidados. Pero llegar allí no sería fácil. El bosque estaba maldito, plagado de obstáculos terribles que desbordaban la magia oscura.

Con el corazón cargado de incertidumbre, Aurelian, Alina y Mariela comenzaron su travesía. El aire ya se había enfriado, y la niebla espesa se arrastraba entre los árboles, como si el bosque mismo estuviera esperando a que entraran en su dominio.

La luna llena iluminaba débilmente el camino, pero apenas tocaba las copas de los árboles, que formaban un techo oscuro y opresivo sobre ellos. La sensación de estar siendo observados era intensa, como si algo los acechara desde las sombras.

Aurelian lideraba el grupo, sus ojos escudriñando cada rincón, preparado para cualquier cosa. La luz blanca que irradiaba de su cuerpo contrarrestaba las sombras que intentaban envolverlos. La magia que ahora controlaba con libertad lo protegía, pero también sabía que no podía bajar la guardia.

- Estamos cerca, - murmuró Aurelian, deteniéndose por un momento.

Su respiración era firme, pero sus sentidos estaban alerta. El ambiente estaba tenso, como si la misma tierra debajo de ellos respirara con vida propia, esperando que cometieran un error.

- ¿Qué es esto?- preguntó Mariela, mirando hacia el frente, donde la niebla parecía espesar aún más, creando figuras indistinguibles. - Esto no es solo un bosque...

Antes de que pudiera terminar, una figura sombría apareció frente a ellos, emergiendo de la niebla. Era alta, delgada, y su rostro estaba oculto en sombras. No se movió, pero su presencia estaba viva. El aire se volvió frío, como si la figura fuera una manifestación de la misma oscuridad que había atrapado al pueblo.

-¿Quién... eres? Alina susurró, sintiendo cómo la magia blanca de Aurelian se intensificaba a su alrededor.

- Soy el Guardián del Umbral,- dijo la figura con voz grave, resonando en sus mentes, no solo en sus oídos. - Para que podáis entrar en la biblioteca de las almas perdidas, deben enfrentarme.

Aurelian, sin dudar, extendió su mano, liberando un haz de luz blanca que iluminó la figura sombría.

- No tenemos tiempo para tus pruebas. Queremos respuestas, y las obtendremos.

Pero el Guardián sonrió, una sonrisa vacía que enviaba escalofríos por la espina dorsal de los tres jóvenes.

- Las respuestas vienen con un precio. - La figura levantó las manos, y el suelo comenzó a crujir, como si el bosque mismo se estuviera abriendo para devorarlos. -El primer obstáculo no es físico, es mental.

La niebla a su alrededor comenzó a espesarse, engullendo el espacio hasta que los tres se encontraron en un vacío total. Ya no podían verse, ni entre ellos mismos.

Aurelian extendió su mano hacia Mariela, pero no podía encontrarla. La niebla envolvía todo, haciendo que se sintieran perdidos en su propia mente.

- ¡Alina! ¡Mariela! -Aurelian gritó, pero su voz se perdió en el aire.

La oscuridad los rodeaba, y ellos se sentían cada vez más pequeños. El miedo comenzó a calar en sus huesos. La niebla estaba viva, pensante, y comenzaba a devorar sus pensamientos.

Aurelian cerró los ojos y se concentró. Su magia blanca lo rodeó, tratando de purificar la niebla, pero esta se desplegaba como un manto que se envolvía alrededor de su alma. Las voces comenzaron a susurrar en su mente, distorsionadas, como si fueran ecos del pasado.

- ¿Tienes miedo, Aurelian?- La voz de la figura del Guardián resonó en su cabeza, llena de burla. - ¿Tienes miedo de perderlos? De estar solo, como lo estuviste tanto tiempo?

La niebla comenzó a tomar forma. La oscuridad reveló figuras, sombras de rostros conocidos que flotaban a su alrededor, imágenes distorsionadas de los que había perdido. Entre las figuras se encontraba Lyra, su madre, su rostro contorsionado en una expresión de furia y desdén.

- No lo harás, Aurelian,- susurró la imagen de Lyra. - Nunca serás lo suficientemente fuerte para enfrentarte a mí. No mereces la libertad.

Aurelian apretó los puños.

- ¡Cállate!- gritó, su voz vibrando en la niebla. - No eres mi madre. Tú me has destruido.

La figura de Lyra comenzó a desvanecerse, pero la niebla siguió envolviéndolo, ahogándolo con sus recuerdos. Cada sombra que lo rodeaba se convirtió en su peor miedo, en sus inseguridades más profundas.

Pero en ese momento, Aurelian sintió algo dentro de sí. La luz blanca que había crecido en él resplandeció con fuerza. No iba a ceder. La magia blanca se intensificó, empujando las sombras que lo rodeaban.

- ¡NO! - Aurelian exhaló con fuerza. - ¡NO ME SOMETERÉ MÁS!

Con un gesto amplio de su mano, la niebla se disipó, desintegrándose como polvo ante la luz que emanaba de su cuerpo. Los rostros y las sombras desaparecieron, y el Guardián del Umbral se desvaneció en el aire.

El bosque que los rodeaba volvió a la calma. El primer obstáculo había sido superado, pero Aurelian sabía que esto era solo el principio. Aún quedaban más pruebas, más batallas que enfrentar, más sombras por vencer.




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