El Tercer Obstáculo
El aire estaba más denso que nunca. El tercer obstáculo no era algo que pudieran ver a simple vista, ni algo que pudieran tocar. No era un monstruo físico ni un desafío emocional directo. Este obstáculo, más insidioso, se deslizaba bajo la piel como una serpiente sigilosa.
A medida que Aurelian, Alina y Mariela continuaban su viaje hacia la biblioteca de las almas perdidas, el bosque se fue cerrando sobre ellos, las sombras más profundas comenzaron a alargarse, y el suelo comenzó a sentirse más blando, como si estuvieran caminando sobre una capa de arena movediza.
La presión aumentaba. No había sonido, solo el susurro del viento que se deslizaba entre las hojas de los árboles. Pero en lo más profundo de sus corazones, los tres sabían que algo los observaba. Algo más antiguo que el mismo bosque. Algo más maligno que cualquier magia que Lyra hubiera invocado.
Mariela, que caminaba un paso atrás, comenzó a sentir una extraña presión en su pecho. Un dolor sordo que comenzó a subir desde su estómago y apretó su corazón. Un peso, como si el aire se estuviera volviendo más denso y la atmósfera más insostenible.
A su lado, Aurelian parecía más agotado que nunca, pero la magia blanca que aún lo rodeaba le proporcionaba la suficiente energía para continuar. Alina, también visiblemente cansada pero determinada, avanzaba con la misma resolución que siempre.
De repente, el aire cambió. Un rugido sordo emergió de las entrañas del bosque, y el suelo tembló ligeramente. Mariela levantó la cabeza, mirando a su alrededor. La niebla se deshizo rápidamente, y lo que se desplegó ante ellos fue el tercer obstáculo.
A diferencia de los anteriores, este no era una prueba física ni mental directamente, sino un reto emocional, profundo y perturbador. El suelo que pisaban se convirtió en un espejo, un reflejo distorsionado de sus propios rostros, pero también de sus miedos más profundos.
Reflejos fragmentados de recuerdos que pensaron olvidados se proyectaban en el cristal de la tierra, sus peores temores tomaban forma ante sus ojos. Las sombras comenzaron a crecer y a moldearse, como si la misma niebla se hiciera tangible, y las visiones de sus miedos se manifestaron como fantasmas del pasado.
Mariela sintió un estrépito en su pecho. Un dolor profundo. Las sombras tomaron forma: eran figuras familiares. La primera sombra que vio fue la de su madre, o más bien, la figura que ella temía que fuera su madre.
Una mujer que no la reconocía, una mujer que la había abandonado, dejándola sola en el frío. Pero algo estaba diferente. Era una sombra deformada, su rostro lleno de desdén, como si todo lo que Mariela había querido siempre se hubiera desvanecido en la neblina de un amor no correspondido.
Alina, a su lado, respiró profundamente. Ella, demasiado fuerte, avanzaba sin detenerse, pero Mariela sentía que la presión aumentaba cada vez más. El reflejo de ella misma que se proyectaba sobre la superficie de su pie, parecía murmurar de una forma casi palpable.
El viento soplaba, y las sombras del pasado se deslizaban como serpientes por el suelo, buscando atraparlas.
— Mariela, lo único que debes hacer es no rendirte.— Las palabras de Alina resonaron en su mente, pero aún así, su alma se veía tentada a ceder.
Las sombras de sus miedos se acercaron más, el aire se espesó aún más. Mariela cayó de rodillas ante la imagen de su madre, la cual la miraba sin piedad.
Pero algo cambió. Un brillo apareció en sus ojos. La niebla del temor que había invadido su mente comenzó a desvanecerse. No era el miedo el que la hacía temblar, era la falta de voluntad de ser arrastrada por la oscuridad.
Su magia comenzó a crecer en su pecho. A través de sus manos, una suave luz blanca comenzó a emanar. El amor por su hermana, el amor por Aurelian, el amor por sí misma, empezaron a reunir la fuerza que necesitaba.
— Soy más fuerte que este miedo — dijo Mariela, en voz baja pero firme.
Las sombras a su alrededor se disolvieron lentamente ante su luz. Las voces de los ecos pasados que la llamaban al abandono y al dolor desaparecieron. Cada paso hacia adelante fue un paso más lejos de la oscuridad, y con su magia, Mariela empezó a purificar la tierra bajo sus pies.
— No… no voy a quedarme en este laberinto… no me atraparán más…— Mariela exhaló, su luz blanca se expandió con fuerza, arrasando con las sombras.
La niebla que había formado los miedos comenzó a disolverse en partículas de luz, desapareciendo en el aire. Los ecos de su madre, de su miedo, se desvanecieron completamente, dejando solo la calma. La tierra que antes era espejo se iluminó, y la niebla desapareció por completo.
Aurelian y Alina la miraban sorprendidos. Alina sonrió suavemente, sabiendo que Mariela había vencido el obstáculo. Su poder, su voluntad de no ceder al miedo, había sido la clave para romper el hechizo. Aunque Aurelian estaba agotado, el ver la magia de Mariela le dio nueva esperanza.
— Lo lograste, Mariela…— dijo Aurelian, acercándose con un gesto de apoyo. — Lo lograste, amiga.
Mariela se levantó lentamente, el sudor en su frente, pero con una sonrisa de victoria.
—Lo hice,— susurró — Aunque no fue fácil…— Miró a su alrededor, a la desolación que había quedado después de la batalla, y sonrió de nuevo. — No me dejaré vencer, nunca.
Alina, también sintiendo el peso de la prueba, caminó junto a su hermana.
—El siguiente obstáculo no será tan fácil… Pero ahora sabemos que juntos podemos enfrentarlo.
La luz blanca de las tres figuras comenzó a iluminar el camino a través del bosque. El tercer obstáculo había sido superado, pero sabían que el verdadero enemigo aún acechaba en las profundidades.