Cinturón De Sombras

El Precio De La Libertad

El Último Obstáculo

El aire en el bosque había cambiado, no solo en su densidad, sino también en su temperatura. El frío parecía cortar la piel, como si el mismo bosque estuviera enfadado con ellos. Aurelian, cansado y agotado, sentía que el peso de la responsabilidad se hundía en sus hombros.

Cada paso que daba, cada respiro que tomaba, parecía consumirle más energía. Había llegado a este punto, al último obstáculo, con el alma dividida, temiendo que el precio de su éxito fuera más alto de lo que había imaginado.

Las gemelas Herondale, después de haber superado los obstáculos anteriores, estaban ahora prisioneras de algo más oscuro y peligroso.

Aunque Mariela había vencido el segundo obstáculo, y Aurelian había sentido una nueva chispa de esperanza, en lo profundo de su ser, sabía que la batalla final sería la más difícil. El tercer obstáculo había hecho mella en ellos, y ahora se enfrentaban a la entidad que había controlado el destino del pueblo.

Aurelian miró a su alrededor. El último obstáculo no era una barrera física, sino una prueba interna, un desafío que solo los más fuertes podrían superar. Estaba frente a un portal oscuro, una grieta en el aire, como un vórtice que absorbía toda la luz a su alrededor, dejando solo un vacío negro. No había ni luces ni sombras, solo vacío. El abismo lo llamaba.

Las gemelas Herondale, que hasta ese momento habían estado a su lado, ahora estaban atrapadas, prisioneras de este vacío, encerradas en celdas oscuras que se cerraban con cada minuto que pasaba.

Alina y Mariela ya no estaban frente a él. Ahora, estaban atrapadas en una prisión peculiar: en sus mentes, su cordura comenzaba a desmoronarse lentamente, y el miedo comenzaba a devorarlas. Sabía que el tiempo corría. Aurelian había cometido un error. Uno que podría costarle la libertad a las gemelas, y a él mismo. Los había llevado hasta aquí, y ahora todo dependía de él.

— ¿Qué he hecho?— Pensó Aurelian, mirando al vacío. —¿De qué sirve salvarse a uno mismo si pierdo todo lo que amo?

La imagen de las gemelas atrapadas se repetía en su mente. Alina, fuerte y decidida, ahora gritaba en el vacío, su rostro distorsionado por el terror mientras veía cómo las sombras de su propio miedo la devoraban.

Mariela, quien siempre había sido la más sensible, ahora se veía como una sombra vacía, triste, llorando en la oscuridad de su prisión mental. El miedo a la soledad, el miedo a perderse a sí misma, la persecución de sus recuerdos, la había dejado desesperada.

Aurelian apretó los puños, sintiendo cómo su magia blanca comenzaba a pulular a su alrededor. Pero no era suficiente. El vacío del portal absorbía todo, y la presión interna aumentaba.

—No puedo fallar. No puedo dejar que ellas se queden atrapadas en este lugar... no voy a perderlas.— El temor de perderlas era un peso invisible que presionaba su pecho.

Pero también, había algo más: la culpa que le carcomía el alma. Las gemelas lo habían seguido, habían confiado en él, y ahora las veía perdiéndose poco a poco en la oscuridad.

El vórtice oscuro comenzó a moverse, circulando alrededor de él como si intentara engullirlo. La magia blanca comenzó a resistir, pero la magia oscura que emanaba de las profundidades del portal era como un agua turbia que lo arrastraba.

— No… no me voy a rendir.

Aurelian extendió ambas manos, llamando a su magia con toda su fuerza. La luz blanca que emergió de su cuerpo iluminó la oscuridad, pero no era suficiente para detener el vórtice. El poder que sentía era una fuerza incontrolable que desbordaba, pero al mismo tiempo estaba desvaneciéndose, como si la magia oscura estuviera consumiéndolo desde dentro.

Aurelian se sintió como si estuviera ahogándose en el mismo aire que lo rodeaba. El miedo le empezó a llenar los pulmones.

— ¿Y si no soy suficiente?

Su mente se nublaba mientras veía las imágenes de las gemelas atrapadas, sus rostros distorsionados por el miedo y la desesperación. El miedo a que el vacío que se extendía les arrancara la cordura le atravesó el pecho como una daga afilada.

—Tienes que luchar, Aurelian. —La voz de Alina le llegó en sus pensamientos. —Tienes que salvarnos. ¡Tienes que salvarnos a todas!

Y entonces, Aurelian entendió. La única forma de liberar a las gemelas, la única forma de destruir la oscuridad que se cernía sobre él, era usando todo su poder, pero de una manera que jamás había considerado. No se trataba solo de magia blanca. Se trataba de su alma, de su voluntad de liberarse, de su fuerza interior.

— ¡Alina! ¡Mariela!— gritó, mientras el resplandor blanco de su magia comenzó a llenar el aire con una luz cegadora. —¡No me rendiré!

La luz comenzó a expandirse, envolviendo el portal de sombras. La presión de la oscuridad cedió un poco, pero no fue suficiente.

— Debo sacrificar algo más…

Entonces, Aurelian vio lo que debía hacer. La única forma de salvar a las gemelas, la única forma de cerrar el portal, era renunciar a su propio poder, a su propia magia blanca, al último vestigio de libertad que le quedaba.

Si lo hacía, si se despojaba de su magia blanca, la oscuridad no tendría nada que consumir. La luz desaparecería y las sombras que lo atrapaban serían derrotadas.

—Lo haré…— Susurró, sintiendo el calor de su alma arder. —Lo haré por ellas.

Al principio, la magia resistió, pero con un último esfuerzo y un grito interno, Aurelian desprendió su poder y lo entregó al vacío.

El vórtice reaccionó, la oscuridad se desintegró como humo disipándose al amanecer. Las sombras desaparecieron y el portal comenzó a cerrarse, dejando solo la quietud.

Pero al hacerlo, Aurelian sintió como si su alma se desmoronara. La luz blanca que lo había acompañado durante tanto tiempo se desvaneció. El vacío lo rodeaba, pero el sacrificio había dado frutos. La prisión de las gemelas se desvaneció, y Aurelian escuchó sus voces. Ellas estaban libres.




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