Cinturón De Sombras

La Prisión de Cristal

El Eco del Vacio

La biblioteca de las almas perdidas se mantenía inmutable en su oscuridad, pero había algo que en ese preciso momento, en su interior, parecía cobrar vida, algo antiguo y sediento. La luz blanca que antes rodeaba a Aurelian y las gemelas, ahora se desvanecía ante las sombras que se arremolinaban como depredadores listos para cazar.

Cada paso que daban, el ambiente se volvía más opresivo. Aurelian sentía que el vacío del lugar lo arrastraba de nuevo hacia un abismo profundo que ya había tocado, el mismo que había sentido en los oscuros pasillos del laberinto de mentes, solo que ahora era más fuerte, más inquebrantable.

Mariela caminaba junto a ellos, pero algo en sus ojos comenzó a perderse, como si el peso del lugar estuviera fragmentando su alma. Aurelian miró a su alrededor, las estanterías parecían moverse de forma sutil, pero nunca lo suficientemente clara como para ser entendida. La niebla que cubría el suelo, la oscuridad que se deslizaba sobre las paredes, creaba la sensación de que todo estaba vivo y que no podían confiar en nada.

De repente, una estantería cambió de forma.

Mariela no se dio cuenta hasta que la puerta se cerró con un ruido ensordecedor, el crujir del cristal resonó en todo el lugar como una explosión de luz rota. Una jaula de vidrio apareció a su alrededor, un sarcófago de cristal que la rodeaba por completo. Mariela dio un paso atrás, intentando retroceder, pero el cristal se cerró bruscamente, aprisionándola.

— ¡No! — gritó, el eco de su voz se perdió rápidamente en la incomodidad de la prisión. Golpeó el cristal con sus manos, desesperada, su rostro marcado por el pánico. — ¡Alina! ¡Aurelian!

Pero su voz no llegó. Alina y Aurelian no oyeron nada. Alina se acercó al cristal, pero al igual que Aurelian, no podía escuchar a su hermana. Solo veía a Mariela golpear el vidrio, su rostro distorsionado por el miedo y el horror. Cada golpe que daba a la pared de cristal parecía debilitarla más, como si la fuerza misma del vidrio estuviera drenando su energía vital.

Aurelian golpeó la pared invisible que los separaba de ella, su magia blanca tratando de liberarla, pero algo en el aire lo impedía. La biblioteca no permitía que su magia fluyera. Aurelian podía ver el sufrimiento de Mariela, podía sentir su angustia, pero no podía hacer nada. Todo a su alrededor estaba diseñado para atraparlos, para desgarrarlos desde adentro.

Mariela gritó de nuevo, pero la silencio absoluto los rodeó. El sonido de sus gritos se ahogaba en un vacío, como si la biblioteca misma devorara todo lo que la rodeaba. Aurelian sintió el dolor de perderla de nuevo, el miedo de no poder salvarla.

— ¡Mariela! — Aurelian gritó, su voz rasgada por la desesperación — ¡No te quedes allí! ¡Mantén la esperanza!

Pero no había respuesta. El cristal reflejaba su rostro, pero no respondía. En su lugar, Mariela parecía desvanecerse dentro de la oscuridad.

Entonces, las voces comenzaron a susurrar. Ecos de almas perdidas que se arrastraban por el suelo y las paredes, imágenes borrosas de rostros de personas que habían sido devoradas por la biblioteca, almas atrapadas por siempre, como una red invisible que no se podía ver, pero sí sentir. La sensación de estar siendo observados creció, como si las sombras mismas los desnudaran ante algo mucho más grande, más antiguo.

— ¡Aurelian!— Alina tocó su brazo, su voz quebrada por el miedo. — No podemos perderla, no aquí.

Pero Aurelian sentía como si la oscuridad lo estuviera consumiendo, como si la presencia del vacío de la biblioteca lo arrastrara más profundamente dentro de sí. Su alma se desgarraba por la impotencia. El miedo a perder a Mariela lo ahogaba. Pero había algo más.

Algo mucho peor. Algo que no podía ver, pero podía sentir. La entidad superior que controlaba todo estaba observándolos, acechando, esperando el momento adecuado para atraparlos.

El suelo comenzó a temblar, más fuerte esta vez, como si el lugar entero se estuviera desmoronando alrededor de ellos. Las sombras en las paredes comenzaron a bailar, como figuras grotescas, malformadas, visibles por un breve segundo antes de desvanecerse de nuevo. Algo les acechaba, algo que era más que una simple magia oscura.

De repente, el cristal que rodeaba a Mariela se iluminó con un resplandor blanco, un destello que cegó a todos por un instante. En ese segundo de luz cegadora, Aurelian vio algo espantoso.

Mariela estaba desapareciendo, como si el cristal la estuviera absorbiendo, como si las sombras se estuvieran tragando su ser. Los gritos de Mariela se convirtieron en ecos distorsionados, hasta que finalmente se apagaron.

NO, NO PUEDO DEJAR QUE TE VAYAS...

Aurelian levantó su mano, intensificando su magia blanca, pero algo lo detuvo. La biblioteca no lo dejaba avanzar, sus hechizos eran como agua en el fuego, disipándose antes de llegar. El cristal parecía absorber su poder, alimentándose de su desesperación.

De repente, el manto de sombras se estiró, y la entidad detrás de todo esto se manifestó. A través de los libros y las paredes, un rostro oscuro se formó, distorsionado por el vacío, pero con ojos brillantes que observaban sin piedad.

— Nada de esto tiene sentido,— susurró la entidad, su voz resonando en sus mentes como un susurro pesado. — Nada puede salvarte. El tiempo es mío. Todo es mío.

La oscuridad creció. Mariela desapareció por completo, y Aurelian sintió que su alma se rompía al verla perderse en la nada. Las gemelas estaban atrapadas y él, incapaz de salvarlas, se sintió más pequeño que nunca.

— ¡Nos atraparon! — gritó Alina, sus ojos llenos de horror, mirando a Aurelian.

El vacío los envolvía, como si el propio lugar los estuviera arrastrando hacia el abismo, como si estuvieran atrapados en el corazón mismo de la oscuridad.

Pero entonces, con un último esfuerzo, Aurelian cerró los ojos, concentrándose en lo que quedaba de su alma, en la luz que aún ardía, aunque débil, dentro de él.




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