Aurelian estaba inmóvil, como una estatua, sus ojos fijos en Alina, atrapada en el árbol de los rostros. La niebla se arremolinaba a su alrededor, pero en su mente, la visión de su amiga, atrapada por las lianas del árbol que la envolvían como serpientes, era lo único que importaba.
Alina...
A lo lejos, podía ver su rostro, casi completamente cubierto por el tronco del árbol, su cuerpo inmovil contra la corteza rugosa. Las hojas que cubrían sus brazos eran negros, y en su interior, más de mil rostros de niños, distorsionados y atrapados por la oscuridad, parecían gritar en silencio.
Los ojos de Alina brillaban con un pálido resplandor, como si la magia oscura ya estuviera tomando control de su alma.
- ¡NO!
El grito de Aurelian fue una explosión de desesperación. La luz blanca comenzó a emanar de su cuerpo, bañando el lugar en una claridad cegadora. Los ecos de las almas atrapadas retumbaban en su mente, pero él no podía oírlos. Solo podía escuchar a Alina, sentirla en su alma, y sabía que no iba a perderla.
El árbol se movió, sus ramas extendiéndose, intentando enredarlo, apresarlo también. El músculo del árbol se contrajo, las lianas cobrando vida, buscando aferrarse a sus pies y piernas, pero Aurelian no se detuvo. Su magia blanca emanaba de él como una vibración pura, deshaciéndose de las sombras que intentaban envolverlo.
- ¡Alina!
El árbol, como un ser consciente, respondió. Las ramas se alzaron en un espiral, creando una cúpula oscura que rodeaba a Aurelian. Cada vez que intentaba avanzar, el árbol se adaptaba, sus ramas como tentáculos cambiando de forma, envolviéndolo con más fuerza.
Pero Aurelian no vaciló. La desesperación de salvar a Alina fue más fuerte que cualquier cosa que el árbol pudiera hacerle.
- ¡NO PUEDES PARARME!- gritó, su voz llena de furia y determinación. - ¡Ella no se va a perder! ¡NO ESTÁ SOLA!
En ese momento, un resplandor blanco lo envolvió por completo. Era una luz tan pura y densa que la niebla desapareció por un instante, las sombras retrocedieron, y el árbol tembló.
Las ramas del árbol se doblaron, pero no de miedo, sino por el peso de la magia que Aurelian estaba invocando. La luz blanca aumentaba, y los rostros en las ramas parecían agonizar, como si estuvieran quemándose, disolviéndose en la pureza de la luz. Pero aún quedaba un precio que pagar.
- ¡Devuelveme a mi amiga, Lyra!- gritó, sabiendo que la entidad detrás del árbol era su madre, la hechicera, que se ocultaba entre las sombras, manipulando todo. - ¡Este juego ha terminado!
La luz de Aurelian se expandió, como una explosión cósmica, rasgando el aire, cegando la oscuridad que rodeaba al árbol. La magia blanca que invocaba era una mezcla de poder ancestral y su voluntad imparable.
El árbol gritó, la corteza crujió, y los rostros de los niños atrapados comenzaron a desvanecerse, consumiéndose en la luz, liberándose del sufrimiento eterno. Pero aún había algo en el árbol. Algo que no se iba a rendir tan fácilmente.
Las ramas del árbol se retorcieron y se alargaron, tomando una forma más monstruosa. Ojos en cada hoja, bocas en cada rama, el árbol ahora parecía una bestia retorcida, un demonio hecho de desesperación y dolor. En su interior, la figura de Lyra, la madre de Aurelian, apareció de la nada, como una sombra más. Su rostro apareció de las sombras del árbol, iluminado por la luz de Aurelian.
- Creíste que podías desafiarme... - dijo Lyra, su voz llena de rabia - Creíste que la luz te salvaría, pero no entiendes nada. Este lugar es mío. Y tú... tú no puedes detenerme porque también me perteneces.
El árbol se reagrupó en torno a Aurelian, como si la oscuridad misma lo hubiera tomado por completo. Sus raíces comenzaron a envolverlo, ahogándolo en las tinieblas. Pero Aurelian, respirando con dificultad, no podía ceder.
-No... no voy a perderla.
Él luchó. Peleó con cada fibra de su ser. La luz dentro de él se intensificó, expandiéndose como una explosión celestial, desintegrando todo lo que se interpusiera en su camino. Con un grito de fuerza, rompió las raíces, partió las ramas del árbol y desgarró el tronco con su magia.
¡CRACK!
El árbol emitió un grito ensordecedor. La corteza se rompió, y un resplandor cegador iluminó todo a su alrededor. Las raíces se retorcieron, los rostros de los niños gritaron una última vez, y luego se desintegraron en el aire, dejando solo un vacío oscuro y roto.
Aurelian cayó de rodillas, su cuerpo exhausto, lleno de dolor, pero la luz de su magia blanca aún brillaba, aunque de manera tenue. Alina cayó en sus brazos, semiinconsciente, pero viva.
- Alina...- susurró, el dolor en su voz mezclado con una inmensa gratitud. La luz de la victoria brilló en su corazón, aunque su cuerpo estaba destrozado. - Te he salvado amiga.
Alina levantó lentamente la cabeza, sus ojos ceñidos por el dolor.
- Lo lograste...- murmuró, su voz débil, pero llena de ternura y alivio. - Lo logramos...
Pero el precio que Aurelian tuvo que pagar fue evidente. Su magia, su alma, ya no estaba intacta. La batalla había dejado cicatrices, marcas profundas en su ser, pero lo importante era que Alina estaba a salvo.
- Aurelian...- susurró Alina, en un tono suave, pero lleno de cariño. - Siempre supe que no me dejarías.
- Nunca te dejaré,- dijo él, mientras el árbol destruido caía, desmoronándose, liberando a todos los que estaban atrapados.
El aire se despejó, la niebla desapareció, y la luz comenzó a renovar la vida en el lugar. Pero Aurelian sabía que el sacrificio no había terminado. El verdadero enemigo aún estaba allí, esperando. Lyra estaba derrotada, pero no muerta. Y la batalla por la libertad acababa de comenzar.