El Desgarro de la Posesión
La biblioteca había quedado en ruinas, el árbol de los rostros desintegrado en una niebla oscura, y el eco de las almas liberadas se desvanecía lentamente en el aire.
Aurelian, con su cuerpo aún desgarrado por la batalla contra la oscuridad que había dominado su alma y cuerpo, mantuvo a Alina en sus brazos. La luz de la magia blanca seguía palpitando débilmente, como una llama tenue, en el centro de su pecho. Sabía que la lucha no había terminado. El verdadero enemigo aún estaba vivo, observándolos desde las sombras.
— Mariela….— susurró Alina, casi como una oración, sus ojos llenos de lágrimas y miedo.
Su hermana gemela estaba atrapada, absorbiendo todo el dolor del mundo en una jaula de cristal que ahora se alzaba, imponente, en el centro de la biblioteca.
Las paredes de la prisión resplandecían con una luz fantasmal, pero los rostros de los niños y jóvenes atrapados en su interior gritaban en una angustia tan profunda que la jaula misma parecía vibrar. Aurelian miró a Alina, sus ojos aún llenos de terror, pero ahora también de resolución.
— Vamos a liberarla, — dijo, su voz suave, pero determinada.
El sacrificio que había hecho para salvarla, el sacrificio de su propia alma, no se perdería. No después de todo lo que había pasado.
Ambos avanzaron hacia la jaula de cristal, y la niebla a su alrededor se disipó, dejando atrás el vacío pesado de la desesperación. El cristal de la jaula parecía palpitar, reflejando en sus superficies la angustia de Mariela, cuya figura estaba atrapada dentro, delgada, débil, como un espectro que aún resistía, pero cada vez más consumiéndose.
De repente, una risa profunda, como un eco infernal, resonó en el aire. Lyra apareció entre las sombras, su figura envuelta en oscura energía. Su presencia era tan poderosa que parecía cargar el aire con una presión insoportable.
— No…— susurró Lyra, con voz baja pero cargada de veneno — No la dejaré escapar. Ella es mía, como tú lo fuiste hijo mío.
La niebla se arremolinó alrededor de ellos. Aurelian y Alina se miraron, comprendiendo al instante que la batalla no sería solo física. Lyra no luchaba solo con magia, sino con el vínculo emocional que siempre había tenido con Aurelian, un vínculo tóxico que ahora llenaba el aire.
El dolor de la posesión los rodeaba, mientras Lyra avanzaba hacia ellos, su cuerpo envuelto en sombras que parecían moverse con voluntad propia.
— ¿No lo entiendes?— Lyra continuó, sus ojos brillando con una luz malsana. — Fui yo quien te crió. Fui yo quien te formó. No puedes escapar de lo que eres. Y Aurelian, ¿creíste que yo no sabría lo que planeabas? Tú, siempre tan débil, tan vulnerable…
Las palabras de Lyra golpearon con fuerza, cada una de ellas calando en el corazón de Aurelian.
— Eres mío, Aurelian. Te tengo. Y nada de lo que hagas podrá cambiarlo. Mi amor por ti es la fuerza más grande que existe. No me dejarás, porque no puedes.
Aurelian sintió el peso de su magia sobre él. La luz blanca en su pecho titiló como una llama al viento. Pero Alina estaba a su lado, y juntos eran más fuertes que cualquier oscuridad que Lyra pudiera invocar. Aurelian sintió su poder al fluir a través de él, sintió la magia de Alina unirse a la suya, creando una fuerza conjunta que no podía ser detenida.
— Te equivocas, madre.— La voz de Aurelian resonó en la oscura biblioteca, su magia hundiendo el aire con cada palabra. — No estás en control de mí. Nunca lo estuviste. Además el cinturón de sombras fue desintegrado por mi propia magia.
El cristal de la jaula comenzó a temblar. Las ramas de la prisión comenzaron a doblarse, como si el mismo árbol viviente que había caído en su lucha con el árbol de los rostros hubiera regresado a destruir la prisión de cristal.
Lyra se acercó, sus ojos brillando con furia, sus manos extendidas, mientras sus sombras comenzaban a envolverlos, tentáculos oscuros que se acercaban como serpientes venenosas.
Pero Aurelian, con la luz de la magia blanca que ahora se desbordaba de su cuerpo, alzó la mano hacia el cristal de la jaula. La magia blanca se intensificó a medida que sus dedos tocaban el vidrio. Cada rasguño de su piel, cada gota de sudor en su frente, se convirtió en una fuente de energía, mientras el cristal de la jaula comenzó a agrietarse.
— ¡Mariela, aguanta! — Aurelian gritó, sintiendo el dolor de su amiga calar su corazón. — ¡Te sacaré de allí!
¡CRACK!
El cristal empezó a romperse con un sonido sordo, como si mil almas atrapadas dentro gritaran en agonía. Los rostros en las paredes del cristal se desintegraron, liberados por la magia que Aurelian invocaba. La luz blanca comenzó a desvanecer las sombras, hundiéndolas, deshaciéndolas.
Lyra gritó en rabia, sus manos extendiéndose como garras, pero Aurelian no la vio. Solo veía a Mariela. Solo sentía su presencia, su alma atrapada en el cristal. Un último esfuerzo, un grito de desesperación, y entonces el cristal se hizo pedazos.
Mariela cayó, liberada de la prisión. Aurelian la abrazó en el aire, atrapándola justo antes de que tocara el suelo. El peso de su cuerpo era la prueba de que la batalla había sido ganada, pero no sin sacrificio.
— Mariela…— Aurelian susurró, su rostro reflejando la gratitud más profunda. — Estás a salvo.
En ese momento, la neblina oscura que había rodeado a Lyra se disipó. Lyra se derrumbó ante ellos, su cuerpo ya demasiado consumido por el poder de la luz blanca. La magia oscura que había mantenido a su hijo y al pueblo entero bajo su control comenzó a desintegrarse, como cenizas al viento.
— Esto es… lo que tú querías. — La voz de Lyra se desintegró lentamente, su cuerpo se desmoronó ante ellos, como piedras al mar, desapareciendo en la niebla con una última risa rota — Nunca me dejarás…Aurelian....
La neblina de la oscuridad finalmente se desvaneció, y con ello, el silencio absoluto llenó el aire. Aurelian se quedó en pie, con Mariela en sus brazos, su cuerpo agotado, pero la victoria era sólida.