El final de la oscuridad se sintió como una explosión de luz pura, surgiendo del corazón de la biblioteca de las almas perdidas. Cada rincón de la vasta y oscura estructura se desintegraba, como si las sombras mismas que la habían alimentado estuvieran siendo arrancadas de la tierra, dejando en su lugar una neblina opaca que se disolvía con rapidez.
Las almas atrapadas, antes condenadas a sufrir en la prisión de cristal, comenzaron a ascender, en una luz brillante que parecía envolverlas en un abrazo eterno. En sus rostros ya no había dolor. Solo paz. El grito callado de cada alma fue finalmente liberado, como un suspiro profundo después de siglos de agonía.
El aire se llenó de una música etérea, como si todo lo que alguna vez había sido bajo y sombrío ahora tomara la forma de una melodía ascendente, un canto de libertad. Las luces de la luna rompieron la niebla, derramándose sobre el pueblo olvidado, que ahora comenzaba a recobrar su antiguo rostro.
Las casas, las calles, los edificios que habían estado impregnados por la magia oscura de Lyra fueron devueltos a su forma original. Aunque desmoronados y deteriorados por el tiempo, no hubo más sombras ni fuerzas corruptas que lo mantuvieran bajo control.
El pueblo estaba libre, pero ya no era lo que era. Un pueblo fantasma, con el eco de los días de antaño resonando en las ruinas de sus estructuras, ahora vacío, pero puro, sin los grilletes de la magia oscura que había sido la carcelera de sus habitantes.
Las almas atrapadas en ese lugar ya no existían en el mismo plano. Se desvanecían poco a poco, ascendiendo a un destino donde podían descansar finalmente.
Aurelian, Alina y Mariela observaban desde lo alto de una colina, sus cuerpos inquietos pero al mismo tiempo llenos de alivio. Las luces de los espíritus comenzaron a elevarse, ascendiendo al cielo estrellado, donde ahora encontraban su descanso.
Los rostros de aquellos que habían sido esclavos del pueblo y la magia oscura se desvanecían en el viento, mientras sus almas flotaban hacia lo alto, hacia un lugar donde la paz finalmente las acogería.
Pero en medio de la destrucción de la oscuridad, había algo que aún los mantenía anclados a la tierra: la muerte del padre de las gemelas Herondale. Un susurro de angustia y nostalgia llenó el aire, ya que, aunque el pueblo había sido liberado, la presencia de su padre aún no había partido.
Alina miró a Mariela, sus ojos profundos llenos de una tristeza infinita que se reflejaba en los suyos.
— Lo sabía,— susurró Mariela, su voz quebrada por el dolor. — Lo sospechábamos... pero ahora es real.
El viento que ahora soplaba parecía más suave, como si la misma tierra les estuviera hablando con compasión. En el aire, se podía percibir la presencia de su padre, atrapado entre dos mundos, la luz que se apagaba dentro de su ser.
Aurelian sintió cómo el dolor de Alina y Mariela calaba en su corazón. Su propia pérdida era profunda, pero al ver la tristeza de las gemelas, sentía como si su alma también se desgarrara. El aire se volvió denso, pesado con la ausencia de un ser querido.
— Papá…— murmuró Alina, con su voz suave, como un eco de los recuerdos que habían sido arrebatados. — Te hemos buscado, te hemos llamado…
— Sé que no puedes quedarte,— dijo Mariela, con lágrimas cayendo por sus mejillas, — pero… siempre estarás con nosotras. Siempre.
Un resplandor tenue comenzó a rodear la figura de su padre, que apareció ante ellas en la forma de un espíritu que brillaba débilmente, como una estrella perdida en el cielo oscuro. No hablaba, pero su mirada llena de amor les hablaba más de lo que las palabras podían expresar.
— Lo siento tanto,— murmuró Mariela, — No sabíamos lo que había sucedido.
— Te amamos,— dijo Alina, su voz rota, pero llena de ternura. —Te prometo que no te olvidaremos.
El padre, su alma ahora liberada de las sombras que lo habían atado, sonrió débilmente, y con un gesto de despedida, se desvaneció. Las luces brillaron mientras ascendía, dejando una sensación de calma, como si todo el dolor que habían llevado dentro fuera ahora un suspiro final.
La luz del amanecer comenzó a filtrarse por encima de las ruinas del pueblo, iluminando los rostros de las gemelas, y Aurelian, quien las abrazaba con fuerza.
— Todo va a estar bien,— dijo — Lo prometo chicas.
Mientras las almas ascendían, ellos sabían que ya no había más oscuridad, no había más magia oscura, solo un lugar de descanso al que finalmente pertenecían. El pueblo fantasma, ahora libre, ya no existía en las sombras.
Las casas caídas, las ruinas de lo que alguna vez fue, ahora se convertían en un recordatorio de que todo sufrimiento tiene un fin.
El sol se alzaba sobre ellos, brillante y cálido, como si el mismo cielo les sonriera, y con ello, las gemelas Herondale sabían que el ciclo se cerraba.
— Vamos a seguir adelante — dijo Aurelian, su voz firme pero cálida, — Vamos a vivir por lo que nos queda. Para lo que nos esperan.
Con el sol ascendiendo sobre el horizonte, las tres almas se unieron, mirando al futuro, con el pesar de las despedidas en sus corazones, pero con la certeza de que ahora, todo estaba en paz.