Prefacio
Seis meses antes
Tamborileo los dedos contra el volante.
Una muerte trágica tuvo que ser. Algo muy malo para reunir a toda la prensa regional a estas horas de la madrugada. Los oficiales de seguridad hacen su mejor esfuerzo por mantener las cámaras lejos de la entrada. Nadie ha salido a dar ningún tipo de declaración. No deja de sorprenderme como las noticias se esparcen como pólvora en el aire. Son pasadas las tres de la mañana, apenas hace veinte minutos supe que debía visitar un cadáver fresco. Mis ojos siguen cansados por el exabrupto despertar y los periodistas están aquí, como perros peleando por un hueso. Despiertos y excitados por la jugosa noticia.
En días como este, odio mi trabajo. Los años que llevo en este pueblo me han vuelto monótona, rutinaria, predecible… y aunque detesto sentirme así, domada. La bestia salvaje que duerme bajo mi piel parece un oso hibernando. Quizás, con un poco de suerte, los próximos días haya un poco de acción.
Abro la puerta. El llanto nocturno golpea el vidrio, un sonido relajante. Con lo rápido que salí de casa olvidé por completo mi sombrilla y el abrigo. Ni modo, un par de gotas no hará más que ahuyentar los rastros del sueño. Guardo la llave en el bolsillo de mi pantalón y troto hacia la entrada. De nada sirve, entre disculpas, empujones y casi empapada llego hasta al oficial que mantiene la puerta cerrada. Me reconoce de inmediato.
—La están esperando —dice al permitirme entrar.
—Gracias —murmuro, sacudo los pies contra el cartón que han colocado en el suelo. Libero las mangas de mi blusa a lo largo de mi brazo, más húmeda que secar. Ni hablar del cabello.
Los pasillos del ala este del hospital siempre son lúgubres. Iluminados con esa opaca bombilla de luminiscencia amarilla. Paredes blancas y baldosas de un azul pálido. La ausencia de personal es casi una regla escrita, hoy, por el contrario, guarda más parecido con la sala de emergencia que con la morgue. ¿Quién habrá sido el desafortunado? ¿Qué sucedió?
—¿Qué tienes para mí?
Alexander empuja las puertas dobles. Sus pasos golpean el suelo como si fuera un rinoceronte, lo podría escuchar desde el estacionamiento, y no es un hombre pesado, unos 70 o 75 kilos.
—¿Intentas despertar a los muertos? —gruño.
Alza la mirada, intuitiva en tono café, de la carpeta que lleva abierta en las manos.
—¿Un chiste? No es momento para chiste, Cordelia —dado que él es un buscador de almas, sí, sus pisadas podrían despertar a todo un cementerio—. Mujer. 33 años. Devorada parcialmente.
—¿Devorada? —eso es nuevo, las muertes en ese pueblo son de todo menos impactantes. Eso explica la aglomeración externa.
—Sí, quizás un gato muy grande, decidió cazar su cena.
El brillo de mi mirada lo hace retroceder. No he perdido el toque.
—Prefiero conseguir carne en el supermercado, me ahorro el desastre.
Otro par de puertas, empujo una. La sala de autopsias tiene un nuevo visitante sobre la mesa. La tienen descubierta. La colega de turno examina la garganta desgarrada.
—Le destrozaron la garganta de una sola mordida.
—Pues parece ser un felino. ¿Han dado alguna alerta de animales salvajes en la zona? —inquiero. La zona es boscosa, es difícil que un animal salvaje se acerque demasiado a los límites de la civilización, a menos que tenga conciencia e intensión, si se quisiera alimentar no hubiera desperdiciado el resto del cuerpo.
—No. El ataque fue en su casa.
—Es muy raro —mi compañera se estremece, visualizando el peligro que podría sufrir cualquiera.
Me coloco los guantes y reviso sus uñas. Además de la evidente causa de muerte, tiene rasguños y golpes que pudo habérselos causado en un intento de defenderse. Debajo de las uñas hay rastros de sangre y pelaje. Levanto la mano lo suficiente para capturar el aroma con disimulo. Sí, un felino, habría que hacer un análisis para saber la especie con exactitud, sin embargo, la tonalidad de los pelos podría tratarse de un jaguar.
—¿Ya tomaste las muestras?
—Sí.
—Avisa cuando tengas los resultados —dice Alexander.
Abandonamos la sala. Le informo mi pequeño descubrimiento de camino a la salida. Los periodistas siguen como zamuros a espera de un trozo de información. Hasta que no se tenga claro que animal la ataco, la información se mantiene a la expectativa para no generar pánico en la población.
—Acompáñame a la escena, quizás percibas algo allí.
—Claro.
***
Estaciono justo detrás de su auto. La lluvia se ha convertido en un débil aguacero.
La casa de la víctima está demasiado lejos de la civilización, la extensa cantidad de árboles frutales me impiden ver la estructura con claridad. El vecino más cercano tendría que atravesar su pequeña jungla privada. La calle es de ambos sentidos y poco transitada.