—Madre, cuéntanos la historia de nuevo.
La mujer sonrió acariciando los negros cabellos de su pálida hija, la cual estaba recostada en una humilde cama. Al lado de la niña se encontraba acurrucado un zorro de pelaje rojizo.
—Pero si todas las noches te la cuento —dijo la mujer fingiendo sorpresa—. ¿No te cansas de oírla, Ritsu?
—Me gusta esa historia —dijo la niña—. Y a Sekai también.
—Está bien —cedió la mujer acomodándose en su asiento—. En el principio del tiempo, la Muerte quedó prendada de la Vida. Esa fue la primera vez que Amor entró en los corazones inmortales y jamás se iría creando un amor tan hermoso como irreal. Sin embargo, no todo iría como miel sobre hojuelas; ya que el previsor Destino vaticinó que un hijo nacido de esa unión traería consigo una gran calamidad en el futuro; ya que estaba destinado a abrazar la maldad, fue por esto que la Vida y la Muerte viven por separado.
La menor se acomodó en su lecho atenta a las palabras de su madre. A su lado, el zorro se hizo un ovillo con el movimiento de la niña y levantó la cabeza.
—La separación ocurrió muy tarde: la Vida estaba ya encinta y dio a luz a dos hijos. Como no había forma de saber cuál de los dos traería la calamidad profetizada, se decidió eliminarlos a ambos. La Vida huyó con sus pequeños, pero los elementos crearon una tempestad para frenar su avance donde la madre perdió a sus niños; la Vida nunca los encontró y la Muerte nunca se preocupó de buscarlos, los niños cayeron en la Tierra perdiendo todo aquello que los hacía especiales y vivieron una vida normal, lejos de los seres divinos que los vieron nacer.
Tanto la niña como el zorro estaban profundamente dormidos, y la mujer los arropó para que no pasaran frío. Después salió de su hogar y miró al cielo, preguntándose porque ella, una simple aldeana, tuvo que conocer el secreto de la Vida. Porque ella tuvo que recibir a sus hijos, la Contradicción y la Bondad.
Se preguntó si algún día tendría el valor de contarles la historia completa.