Cap. 1.- El nacimiento del inframundo
-- Año 1500 --
El hombre se encontraba de pie en el centro de una pradera. Ataviado con una armadura prehispánica, sus ojos rojos observaban cada centímetro del lugar iluminado con una pálida luz naranja, sumido en un atardecer eterno.
—Es increíble —susurró.
El lugar en sí no era increíble, después de todo se trataba de una simple pradera. Lo increíble era el hecho de que Gyvenimas, la Vida, y Mirtis, la Muerte, hubieran podido crear un sitio así: un reino oculto en la capa más profunda de la corteza terrestre donde la vida pudiera crecer sin verse afectada por la condena de la muerte a la que se veían sujetos los seres vivientes. Un sitio secreto para sus hijos, lejos de todo y lejos de todos.
Sin embargo, Gerumas y Priestavarimas, la Bondad y la Contradicción, habían dejado de existir. Por ende, ese reino ya no tenía razón de ser y debía ser destruido. Por ese simple motivo se esforzó tanto para alcanzar ese lugar: para darle fin a algo que no debió ver la luz; era un error que debía ser arreglado y se encargaría de ello. Después de todo, como la encarnación del caos primigenio, la destrucción era su razón de ser.
Tras localizar el centro del sitio, se trasladó hacia allá en poco tiempo y concentró su poder destructivo dispuesto a acabar con el lugar cuando de repente se escucharon cuatro voces al unísono exclamando:
—¡Espera!
El hombre volteó hacia la dirección de donde provenían las voces, encontrándose con cuatro presencias humanoides: dos femeninas y dos masculinas, chasqueando la lengua al reconocerlas. Eran los hermanos elementales, fuerzas primigenias como él mismo. Sus formas eran cambiantes al estar constituidas del elemento que los caracterizaba: la mayor de todos, Vanduo, estaba formada totalmente de agua fluyendo por todo su ser; en poco tiempo se materializo en forma completamente humana convirtiéndose en una mujer de cabello castaño oscuro y piel morena con una túnica azul y ojos verdes. Oras, el segundo, estaba constituido completamente por remolinos y corrientes de aire, tornándose en un hombre pálido de cabello rubio cenizo y ojos cafés con una túnica blanca. La tercera, Zeme, estaba constituida de rocas de diversos tamaños, la cual se transformó en una mujer de piel tostada y cabello negro con ojos igualmente negros y una túnica café. El último, Ugnis, era una poderosa llamarada que tomó la apariencia de un hombre moreno de cabello negro y ojos oscuros con una túnica roja.
—¿Qué hacen aquí? —preguntó el hombre.
—Podríamos preguntarte lo mismo, Chaosas —respondieron los cuatro en una sola voz.
—Que molesto es cuando hablan al mismo tiempo —se quejó el aludido.
Los cuatro sonrieron. En ese momento dos seres de apariencia andrógina aparecieron, portando túnicas similares de color blanco y rojo carmín, con largas cabelleras color naranja. Eran gemelos, a pesar de representar algo tan distinto como el cielo y el infierno.
—Angelas, Demonas —dijo Chaosaas—. ¿No creen que este es un mal momento para una reunión familiar?
Al ser creaciones primarias de las fuerzas elementales, todos tenían una misma raíz y por ello se consideraban como hermanos. El ser de túnica blanca sonrió mientras que el de túnica roja soltó una carcajada.
—A veces eres tan divertido… —dijo con una jocosa voz femenina—. ¿Crees qué Angelas y yo vendríamos a perder el tiempo en algo así?
—No puedes destruir este lugar —dijo el mencionado con una suave voz masculina—. Es un mandato expreso de Paskirties Vieta.
Paskierties Vieta. El mayor entre todos los primigenios: el inevitable Destino. Chaosas estaba sorprendido, ¿por qué el Destino pretendía evitar la eliminación de ese reino?
—Este sitio… —comenzó, pero Angelas le interrumpió:
—Será el cimiento de nuestros reinos. Es por eso que no puede ser destruido.
—Pero sí devastado —intervino Demonas.
Como si esa fuera una especie de señal esperada, Oras extendió los brazos y éstos se convirtieron en dos poderosos remolinos, al tiempo que Vanduo se elevó conjurando un diluvio. Zeme abrió la tierra por miedo de terremotos y en ese instante Ugnis desapareció, reapareciendo en llamaradas que salían entre las grietas de la tierra; las cuales expulsaron a una gran cantidad de seres esqueléticos cubiertos de moho negro que andaban a cuatro patas y que inmediatamente arrasaron con todo a su paso.
Angelas se acercó a Chaosas y lo condujo fuera del lugar, en el límite entre el reino y la corteza de la Tierra, y le dijo:
—Necesito tu poder de destrucción aquí. Nada ni nadie puede ingresar aquí, de modo que sellaremos este reino con el vacío.
—Bien —dijo Chaosas cerrando los puños.
Con una gran fuerza, golpeó el suelo que colindaba con el reino primigenio y desató su ira allí, devastando todo a su paso, con lo que se creó un espacio impenetrable. Para cuando ambos volvieron, todo había terminado y el lugar había quedado totalmente destrozado: una luz rojiza cubría todo el reino, del cual ya no quedaba nada más que una tierra en decadencia, y aquellos seres que debían ser contenidos. Nada de lo que intentaban los hermanos elementales era suficiente para acabar con ellos: estaban demasiado enloquecidos para permitir que Demonas lograra tomar control de su voluntad, por lo cual Angelas creó un muro separando a esas bestias del resto del sitio, encerrándolas detrás de dos puertas que no debían abrirse jamás a riesgo de desatar una gran devastación. Una vez hecho esto, el ángel anunció:
—Es hora de edificar nuestro mundo.
*****
Siendo la Vida, Gyvenimas tomó Pumiyil, la Tierra, como su reino; y a partir de ésta se situaron los demás.
Chaosas estableció su sitio justo debajo del mundo de los vivos, el cual sería conocido como Ku appam y allí residiría toda fuerza destructora, la cual encontraría su hogar y fuente de energía ahí. Los hermanos elementales crearon debajo del caos su lugar, Totakka, donde las tempestades tendrían su inicio y su final.