El sitio, ubicado en el sótano de la casa, tenía una decoración un tanto arcaica: sus paredes eran completamente de piedra grisácea con antorchas sujetas en diversos puntos estratégicos de la estancia. Un candelabro metálico de color negro con ocho brazos colgaba del techo, debajo del cual se encontraba un sencillo trono de madera de haya con incrustaciones de terciopelo rojo y frente a ésta se encontraban seis puertas de diferentes colores, las cuales conducían a cada reino según su tonalidad: el negro llevaba al mundo del caos, el amarillo conducía al mundo elemental, el naranja desembocaba en el reino del destino, el rojo terminaba en el infierno, el violeta llevaba al reino de la muerte y el gris transportaba al Limbo.
Era desde allí donde Reese gobernaba al inframundo entero. Después de llevar a cabo su matrimonio, él y sus esposas se habían establecido en Norteamérica, lejos de cualquier tipo de influencia que alguien pretendiera ejercer sobre sus cónyuges: la sombra de la rebelión seguía latente pese a que no había nada por lo cual luchar, ya que los siete reinos eran suyos y cualquier plan destinado a la insurrección sería aplastado de inmediato. Sin embargo, eso no era lo que preocupaba al monarca; lo que realmente lo tenía meditando era el asunto de su relación con dos de sus concubinas: mientras que tenía a Bradley comiendo de su mano, Alexandria mantenía una abierta hostilidad con él y Sashenka se mantenía distante e indiferente; mientras ellas no estuvieran a sus pies la posibilidad de una guerra se mantenía latente. Claro que podía mantenerla bajo una estricta vigilancia pero era mucho más sencillo ganarse sus corazones, solo debía saber cuáles eran sus debilidades y como podría usarlas a su favor.
La puerta negra se abrió de golpe, cortando sus pensamientos, y de ésta salió Bradley herida y ensangrentada, con la ropa hecha jirones y el cabello revuelto; sostenía en su mano una ballesta que soltó al instante. Temiendo que la chica hubiera sufrido un ataque, Reese se acercó a ella con preocupación y notó que su rostro se tensaba en un extraño gesto de victoria que se volvió una de júbilo al verlo aproximarse a su lado.
—¡Lo hice! —exclamó Bradley soltando una carcajada—. Tal como lo dijiste, pude hacerlo.
—¿De qué hablas? —le preguntó Reese, confundido.
Bradley le echó los brazos al cuello pegando su cuerpo al de él y lo besó apasionadamente antes de responder:
—Destroné a mi estúpida madre —anunció con una radiante sonrisa—. Esta muerta, ¡muerta! El reino del caos es mío. ¡Finalmente Kaosa está a mis pies y nadie se atreverá a oponerse a nosotros!
Reese le sonrió de vuelta, complacido, y la besó antes de dejarla a cargo de uno de los empleados para que curaran sus heridas. Tenía oficialmente una reina, solo le faltaban dos.
*****
Abril, el mes dedicado a la primavera, era un mes destinado a los cambios en Limbo: era el momento en que el gobernante actual cedía el trono a su descendiente. Yuri Uliavnov pasaría el último de sus conocimientos a su hija antes de partir, ya que la vida de cada rey duraba lo suficiente como para transmitir su sabiduría a sus descendientes, ni más ni menos. Sus habitantes eran seres prácticos, y solo engendraban su progenie para que fueran los depositarios de su legado evitando así que el conocimiento de siglos se perdiera.
—No olvides tu deber para con tu reino —dijo Yuri con solemnidad—. Ni para con nuestro legado. Nuestros registros deben estar bien resguardados.
—Sí, padre —dijo Sashenka.
La muchacha había pasado mucho tiempo protegiendo la biblioteca del Limbo, la cual había sufrido varios ataques con el afán de destruirla y obtener así sus secretos. El último saber que Yuri le transmitió a su hija fue el relativo a la teletransportación y, una vez le cedió oficialmente el trono, cruzó el nexo dejando esta vida. Sashenka suspiró desganada recorriendo la biblioteca, pasando las yemas de los dedos por cada libro mientras meditaba.
En esa biblioteca se encontraba la razón de ser de su familia: generación tras generación de magos y hechiceros Uliavnov habían recorrido el globo juntando todo conocimiento mágico existente y almacenándolo en ese lugar, los grimorios de todas las brujas de la familia se encontraban allí; incluso sus notas y ensayos. Toda una dinastía reunida en esos volúmenes. Una responsabilidad que la había encadenado desde niña y que la encadenaba ahora de por vida.
No tenía idea de cuánto llevaba recorriendo el sitio cuando se dio cuenta de que Reese estaba en la entrada de la biblioteca, mirándola con curiosidad.
—¿Hace cuanto que estas allí? —preguntó Sashenka.
—Hace poco tiempo —respondió Reese—. Ven conmigo, quiero mostrarte algo.
Reese llevó a Sashenka de vuelta a la mansión y la condujo a una habitación de puertas de roble que estaba cerrada. La chica volteó a verlo intrigada y él simplemente sonrió con una expresión de misterio.
—Mandé a hacer esto para ti —dijo abriendo las puertas.
El joven hizo un gesto con el brazo indicándole a Sashenka que entrara primero; con algo de reticencia ella lo hizo mirando alrededor, y se encontró en el centro de una amplia biblioteca cuyos estantes estaban vacíos. El espacio de aquella estancia era suficiente para contener todos los libros de Limbo e incluso los que ella misma quisiera recolectar e incluir en la colección familiar. Sashenka estaba impresionada.
—Hiciste esto… ¿para mí? —preguntó con un tono de sorpresa.
Le sorprendió que Reese se preocupara en hacerle algo a ella. Más concretamente, le sorprendió que él hubiera pensado en ella ya que por lo general solía ignorarla en comparación a como trataba a las otras dos. A Sashenka su indiferencia no le importaba en lo más mínimo, después de todo ella no deseaba casarse; lo había hecho cediendo a los deseos de sus padres como una solución frente a la amenaza del hombre. Y además, jamás había tenido un espacio propio, algo donde ella pudiera tener su independencia… aunque ésta fuera solo una ilusión.