Eran cerca de las tres de la mañana cuando los chicos llegaron a casa. Quien los recibió fue el mayordomo de aspecto enjuto, su semblante era imperturbable pero su voz transmitía un dejo de reproche al decir:
—Creí que se encargaría de todo, joven Carter.
—Y lo hice —dijo Carter—. Ninguno de mis hermanos hizo nada malo, Gunther.
El mayordomo suspiró. La devoción de Carter por sus hermanos menores era conmovedora, tanto que incluso consentía que contrariaran los mandatos de su padre. El hombre no pudo evitar pensar que un día recibirían un escarmiento que les dolería en el alma, tomando en cuenta la clase de personas que los habían engendrado.
—El señor los espera abajo, dice que es urgente.
—Para él todo es urgente. Gracias.
Los seis hermanos bajaron en silencio al sótano. Conforme bajaban se preguntaban qué sería tan importante como para mantener a su padre en vela, ya que por regla general las reprimendas solían ser a la luz del día y en presencia de sus madres.
—¿Y si ellas también están presentes? —preguntó Gareth.
—No parece probable —dijo Lyra.
O al menos eso espero, pensó. Después de unos minutos llegaron al sótano, donde Reese los esperaba sentado en su trono. El hombre tenía la vista perdida, como si meditara sobre algo que le molestara o le perturbara, después miró a sus hijos con severidad y dijo:
—Les dije que no tenían permitido salir.
—Papá… —dijo Carter, pero Reese lo acalló con un ademán, interrumpiéndolo.
—Se arreglaran con sus madres al respecto. Hay algo que debo decirles.
Los chicos se miraron entre sí con sorpresa. Eso había sido bastante solemne y la intriga hizo presa de ellos inmediatamente tratando de adivinar qué les diría su padre. Reese suspiró como si de ese modo pudiera soltar la preocupación que le aquejaba y dijo llanamente:
—Voy a morir pronto.
Sus hijos lo miraron sumidos en un impactado silencio, asimilando las palabras que acababan de escuchar y la simpleza con la que fueron dichas. Lentamente, las miradas de Carter, Lyra, Raven, Anette y Gareth convergieron en Kyle y éste apretó los puños al percibir de sus mentes un solo pensamiento: “él va a matarlo”. Ajeno a las reacciones de los jóvenes, Reese continuó:
—Cuando eso pase, las protecciones mágicas que rodean esta casa caerán, por eso he creado un hechizo con el cual quedarán protegidos.
—¿Podrías dejar de mentirnos solo una vez? —inquirió Kyle—. Nosotros no te importamos, solo quieres proteger tu estúpido trono.
—Y es precisamente por eso que serás tú quien activará el hechizo, Kyle —dijo Reese sin inmutarse—. Después de todo, el trono será tuyo.
Ambos se miraron fijamente uno al otro, mientras el muchacho obtenía lo que necesitaba de la mente de su padre. Luego de conseguir toda la información que necesitaba, Kyle apartó la mirada, no deseaba seguir dentro de esa mente perversa más tiempo del necesario. Reese sonrió levemente y con un gesto de la mano hizo aparecer un cofre, el cual abrió revelando seis brazaletes de diferentes colores.
—Si algo me pasa, estos brazaletes se calentarán avisándoles de modo que tendrán que venir aquí y activar el hechizo —indicó el hombre—. Cuando lo hagan, no podrán tomar sus lugares hasta que encuentren al culpable.
Haciendo otro gesto, Reese arrojó los brazaletes a sus hijos y los accesorios se fijaron en las muñecas de los chicos. Los seis chicos se tomaron un momento para observarlos; Carter tenía un brazalete violeta, Lyra tenía uno negro, Kyle uno azul, Raven uno rojo, Anette uno amarillo y Gareth uno gris. No tenían ningún detalle más que una pequeña piedra blanca perfectamente redonda.
—Fuera —ordenó Reese tajantemente—. Quiero hablar con Kyle a solas.
Los primeros en salir fueron Anette y Gareth, Raven dirigió la mirada a Kyle un momento antes de irse y Lyra salió tras ella. Reese observó a Carter, que no se había movido de su sitio, y suspiró. Su hijo mayor era demasiado compasivo y en algún momento eso sería un problema para él.
—Necesitaré que vengas luego —dijo—. Debo darte algunas instrucciones.
Carter miró a Kyle, quien asintió levemente, y luego se fue. Entonces Reese observó fijamente a Kyle y declaró:
—Estoy muy decepcionado de ti.
—Vaya, y yo que creí que tendríamos una linda relación —dijo Kyle con sarcasmo.
Sabía lo que su padre pensaba, aún antes de que lo dijera en palabras, repitiendo un mismo discurso repetido por años.
—Eres débil. No estás listo para ocupar este trono y nunca lo estarás mientras sigas aferrado a ese sueño estúpido —dijo Reese.
—No eres nadie para decirme qué hacer —dijo Kyle.
—Soy tu padre y me debes respeto.
Kyle se echó a reír a carcajada suelta al escuchar esas palabras. Esa había sido la cosa más insincera que había escuchado en toda su vida.
—No me vengas con eso —dijo—. No tienes derecho de exigir nada. ¡Gunther se ha portado más como un padre que tú!
Una sonrisa siniestra curvó los labios de Reese, haciendo un gesto con la mano de forma perezosa.
—Sí, así es —dijo.
En ese momento aparecieron soldados espectrales sujetando a Kyle, quienes lo inmovilizaron por completo al tiempo que otros más arrastraban a Gunther, llevándolo ante Reese. El pánico recorrió el cuerpo de Kyle con un escalofrío al instante, comprendiendo lo que iba a suceder.
—¡No! —exclamó el muchacho tratando de soltarse—. ¡No te atrevas!
—Joven Kyle, está bien —dijo Gunther con calma.
El mayordomo había esperado este momento, desde que la última de sus hijas murió para darle vida a Gareth. Desde que vio al recién nacido Reese arrancar la vida de su madre supo que su destino sería morir a manos de este hombre, y la zozobra que lo había estado carcomiendo en los últimos años llegaba a su fin.
—Kyle, hay una última cosa que debes aprender —dijo Reese acercándose a Gunther—. Aferrarse a algo fútil como el mundo mortal no hace más que traer problemas.
—¡Vete al infierno! —exclamó Kyle sin dejar de luchar.
—En este mundo, si no puedes luchar serás fácilmente consumido.