-- Nueva York, 16 de octubre de 2018 --
10 días.
Habían pasado 10 días desde la última visita de Ayize, en la cual se había dado el fatal designio. Las palabras del vidente resonaban en la cabeza de Reese, su mente las repasaba una y otra vez; “tú y tus consortes hallarán la muerte en luna creciente, por alguien que busca dominar a tu sangre”. Era esta última frase la que más rondaba en la mente del hombre ya que significaba la esclavitud de sus hijos a manos de un posible usurpador y él no podía permitir eso. De ninguna manera. Por eso había tomado todas las precauciones necesarias.
—Reese.
Se encontraban en el vestíbulo de la mansión. No había muchos muebles más allá de una estantería, algunas vitrinas repletas de armas y la chimenea, sobre la cual estaban colgadas algunas fotografías; de todas estas sobresalía una donde se encontraban los seis herederos juntos mostrando un porte solemne. Las miradas de Alexandria, Bradley y Sashenka se encontraron mirando esa foto en específico, concentrándose en los rostros serios y serenos de sus hijos. Finalmente, luego de unos minutos de silencio, Sashenka dijo:
—Las últimas protecciones están listas.
—¿Estás segura de qué no se romperán antes de tiempo? —preguntó Reese.
La bruja se permitió mostrarse soberbia en ese momento.
—Por supuesto —dijo—. Nada las quebrantará hasta que mis hijos entren.
—Bien.
Reese asintió de manera ausente y Bradley chasqueó la lengua. Alexandria frunció el ceño, en los últimos días había notado a Reese actuar de manera extraña, era como si de repente ya nada le importara. Después miró por la ventana; era de día pero estaba nublado. De repente, una sombra pasó rápidamente de un lado a otro, lo que alertó a la mujer ante la sospecha de un intruso; Reese debió notar la agitación de Alexandria puesto que abandonó su aire ausente y miró alrededor.
—¿Qué viste? —preguntó.
En ese momento una figura encapuchada surgió de las sombras y se abalanzó sobre Reese tratando de atacarlo pero fue repelido por Bradley, que se había armado con una ballesta. La mujer apuntó con el intruso y disparó varias saetas que éste esquivó con agilidad, y justo cuando estuvo cerca de ella, Reese se interpuso con una lanza en las manos dirigiendo una de las puntas al intruso, el cual desapareció en una nube de humo que se expandió por todo el vestíbulo.
—No se muevan —ordenó Reese.
Los cuatro se quedaron estáticos. Alexandria, que poseía sentidos más agudos que las otras dos, fue la primera en notar al enemigo moverse en dirección a ella con un arma en las manos y reaccionó al instante repeliendo el ataque que se le venía encima haciendo aparecer su propia espada; la mujer giró sobre su eje con el brazo extendido y su espada se encontró con carne, en ese momento el humo se disipó. El asaltante tenía un brazo inerte colgando a un costado suyo y lo sujetaba con la mano libre; lo único que se distinguía de su rostro eran unos ojos castaños que brillaban con furia.
—Tú…—dijo mirando a Alexandria—. Eres una molestia.
El hombre enmascarado extendió el brazo sano antes de que ella hiciera algún movimiento y Alexandria se quedó rígida, como si sus extremidades se estuvieran convirtiendo en piedra. Fue el turno de Sashenka para intervenir: la hechicera extendió los brazos creando una barrera mágica cortando así la influencia del intruso; en ese mismo instante Reese lanzó varios dardos hechizados al tiempo que Bradley se abalanzaba sobre él, sin embargo el sujeto logró esquivarla y aprovechando su cercanía le cortó la garganta con una daga. Sorprendida, Bradley giró sobre su eje por inercia antes de caer al suelo y el encapuchado arremetió contra Sashenka enarbolando un par de hoces cortas y su ataque fue interceptado por Alexandria, haciéndolo retroceder.
—Ahora estamos a mano —dijo Alexandria sin voltearse.
—Comprendo —dijo Sashenka.
Entonces ambas miraron a Reese, él dirigió la mirada un momento hacia el pasillo que conducía al sótano y luego la devolvió a las dos mujeres, quienes parecieron comprender.
—Haz lo que tengas que hacer —dijo Alexandria.
Reese asintió y se fue. Alexandria y Sashenka intercambiaron una mirada antes de enfrentarse nuevamente a su enemigo. En ese momento un fugaz pensamiento cruzó por la mente de ambas: de haberse conocido en circunstancias diferentes, en momentos diferentes, seguro hubieran sido buenas amigas.
Era una verdadera pena.
Después, al mismo tiempo, ambas se lanzaron de nuevo a la batalla.
*****
Reese entró casi sin aliento al sótano y la calma repentina le desconcertó un poco. De haberse encontrado en otra situación, dedicaría un momento a contemplar esa sala, la síntesis de todo lo que había logrado, pero no podía perder el tiempo; así que se dirigió al extremo más alejado del lugar, juntó las manos como si fuera a hacer una plegaria y golpeó el suelo con fuerza. Al instante apareció una mesa circular de piedra, su superficie era completamente lisa y la base circular era giratoria.
Un ruido proveniente de arriba llamó su atención. El intruso entraría en cualquier momento, así que se acercó a la mesa y giró la base en varias direcciones hasta que una pica filosa emergió del centro de la misma; en ese momento, Reese dio media vuelta y chasqueó los dedos materializando de la nada varias dagas que lanzó al frente suyo. Todas fueron esquivadas por el encapuchado a excepción de una que sujetó por el filo.
—Buenos reflejos —dijo el intruso haciendo girar la daga, sosteniéndola ahora por el mango.
—Tu aura es diferente —dijo Reese luego de un rato—. Transmite muerte, pero es…
—Distinta —le interrumpió el intruso—. Más antigua. Primigenia.
Los dos hombres se miraron uno al otro, como si de ese modo pudieran conocer sus más íntimos secretos y Reese preguntó: