“Una linda familia”, pensó Tatsu mientras entraba a su casa.
Los herederos Spector se habían comportado como una linda y desdichada familia que hacía gala de un estoicismo admirable luego de una pérdida tan trágica como lo era la muerte de sus padres. Claro, nadie tenía que saber la verdad que se ocultaba detrás de la imagen expuesta al público.
—Como odio los bailes —masculló a la nada mientras se aflojaba el nudo de la corbata.
Había estado en una festividad similar una vez en su vida y no deseaba repetir la experiencia. Sin importar los tiempos, su esencia era la misma: un montón de gente moviéndose como idiotas alrededor de una música sosa y sin sentido. Pero en esta ocasión tuvo que hacer una excepción dado que necesitaba verlos, necesitaba estar cerca de los hermanos, lo que menos esperaba era llamar su atención.
Al menos, no tan pronto.
Tatsu recorrió la casa, la cual estaba decorada con un estilo alegre y acogedor, y bajó al sótano. Antes de entrar miró hacia atrás instintivamente, como si esperara la presencia de algún intruso, sacudió la cabeza y entró al sitio. El sótano, al contrario del resto de la casa, era un sitio sumido en la penumbra; iluminado por varios candelabros de velas colocadas estratégicamente a lo largo de la amplia estancia, llena de muebles y estantes con diversas cosas: desde libros de todo tipo, hasta pócimas e ingredientes para las mismas. En un extremo del lugar se había habilitado una cocina, aunque era usada para otros propósitos y en el extremo contrario se encontraba una mesa rectangular de aluminio, similar a las que tenían en las morgues. Cerca de ésta se encontraba un ataúd de cedro blanco recargado contra la pared en espera de ser abierto.
—No creí que tuviera que recurrir a ti tan pronto —dijo el nigromante mirando el ataúd.
Tatsu se tomó un momento para recordar a su ocupante: era un joven impetuoso que odiaba perder bajo ningún concepto. En cierta forma, le recordaba a su hermano mayor y con ese pensamiento su mente fue más atrás, a una época casi perdida en la bruma del tiempo, cuando era feliz y tenía una familia.
Había sido hijo de un prominente clan cuyo líder decidió acogerlo cuando nadie lo quería, y le dio un hogar que podía considerar suyo a pesar de su frágil estado de salud; y fue esa misma fragilidad la que impidió que pudiera ayudar a los suyos cuando más lo necesitaban. A pesar del tiempo transcurrido, los recuerdos eran dolorosos y por eso Tatsu los evitaba lo mejor que podía. Sacudió la cabeza como si así pudiera quitarse la melancolía, y se concentró en lo que tenía que hacer; que era traer a alguien del mundo de los muertos a la tierra de los vivos: por lo general revivir a un muerto era un proceso complicado, puesto que debías asegurarte de llamar al alma correcta, ya que el cuerpo no aceptaría una esencia que no fuera la suya; pero en este caso Tatsu no tenía de qué preocuparse porque tenía el alma que necesitaba consigo.
De un estante cercano sacó un muñeco de paja con un sencillo trozo de tela como vestuario, y luego de observarlo por unos segundos pasó una mano por éste mismo cerrándola en un puño, apoyándolo contra el ataúd, abriendo la mano para apoyar su palma contra la madera.
Ahora solo le restaba esperar.
El proceso sería más sencillo si devolvía el alma completa al cuerpo en lugar de entregar un rastro de su energía, pero de hacer eso su control sobre el difunto disminuiría considerablemente y lo necesitaba bajo su total dominio, o de lo contrario terminaría haciendo alguna imprudencia. La mirada de Tatsu se dirigió al estante, donde reposaba otro muñeco de paja que lucía más antiguo que el primero extraído del mueble.
— ¿Te gusta lo que he hecho? —preguntó apretando un poco el muñeco, con lo que la paja crujió—. Apuesto a que estarás muy orgulloso de tu último descendiente, Akihiro.
Akihiro Higurashi, el causante de su desgracia y al que mantenía allí negando a su alma el descanso eterno. Había sido un poderoso samurái que creyó poder conseguir lo que quisiera por medio de la espada y la sangre, y ahora era un triste muñeco maltrecho que estaba a punto de disolverse; se habría deshecho hacía mucho tiempo atrás de no ser por la magia que mantenía sus componentes unidos y en buen estado.
Un golpe proveniente del ataúd llamó la atención de Tatsu, que dejó su posesión en el estante y se apartó. Un segundo golpe se escuchó, seguido por otro más fuerte y un momento después la tapa del ataúd se abrió; de éste emergió un cuerpo envuelto en vendas, del cual solo podían distinguirse sus ojos castaños, sin vida. Incapaz de sostenerse por mucho tiempo, el cuerpo se desplomó, ya que tomaría algunas horas que recuperara su movilidad por completo.
Tatsu se arrodilló frente a él con una fotografía en la mano y se colgó el muñeco con el alma del resucitado en la camisa; entonces chasqueó los dedos y éste levantó la cabeza.
—Quiero que veas esto atentamente —ordenó el nigromante mostrándole la fotografía—. Ellos son tu objetivo.
La fotografía mostraba a seis jóvenes. Tres de ellos: una pelirroja y dos chicos morenos, estaban sentados; mientras que los otros tres, otro moreno y dos rubias, estaban de pie. Los seis miraban a la cámara con seriedad portando atuendos elegantes, dando la imagen de una pequeña familia noble y virtuosa. Tatsu señaló a la pelirroja y dijo:
—Ella es tu prioridad. Tiene algo que necesito, tu deber es traerla ante mí con el mínimo daño posible. La necesito viva.
La suerte quiso que Raven Spector tuviera control sobre su fuente de energía y él estaba dispuesto a aprovechar la oportunidad que se le había presentado.