Reijiro Higurashi jamás había creído en maldiciones, aún cuando las habladurías de su pueblo señalaban a los suyos como portadores de una antigua maldición. Al final, resultó que su desgracia tenía otra fuente y lo había arrastrado consigo hasta el fondo, pero eso no era lo más triste de todo.
Lo más triste fue que arrastró a alguien más a esto.
Mirando al cielo, a la luz de la luna en cuarto creciente, volvió a preguntarse por el destino de su amor. ¿Estaría vagando en la nada o por fin pudo hallar la paz? Aún recordaba a su amada, su imagen se había quedado grabada en su memoria con tinta indeleble y no se iría nunca: lo primero que siempre invocaba su recuerdo era su fragancia, fina como la lavanda, y que le había encantado hasta el último momento. Acostumbraba vestir de colores claros, su cabello caoba iba recogido en elaborados peinados o sencillos chongos según la ocasión y sus ojos claros brillaban con una singular alegría que él mismo se había encargado de extinguir.
La amaba, y eso causó su perdición.
Reijiro cerró los ojos y agachó la cabeza. Repentinamente, sus memorias giraron en torno al nigromante que lo mantenía esclavizado, y que era el causante de su desdicha. Lo había conocido cuando era niño, en aquel entonces Tatsu era uno de los consejeros de su padre, un conocido líder samurái, y se ganó su confianza a tal grado que le confió la tutela de su único hijo. Darle su confianza fue el error que cometieron ambos, y cuando se dieron cuenta de ello había sido demasiado tarde, sin embargo, a diferencia de todos los miembros de su familia, a Reijiro le tocó un destino peor que la muerte: sufrió la ignominia de regresar a la vida siendo un esclavo. Por desgracia para él, la noche en que volvió de la muerte también se había quedado grabada en su mente y jamás la olvidaría.
Había despertado en la oscuridad más absoluta, desorientado. No recordaba mucho de lo que había pasado antes; y tenía la impresión de estar dentro de un sueño, hasta que la sensación de asfixia lo invadió, el sentimiento de estar encerrado lo acometió y sintió la acuciante sensación de salir de dónde sea que estuviera. El joven extendió los brazos, descubriendo que tenía poco espacio para moverse; y el pánico se apoderó de él ante la posibilidad de ser enterrado vivo. Golpeó con fuerza una y otra vez, hasta que logró salir y cayó al suelo con un con un impacto sordo. No supo cuanto tiempo permaneció tendido en el piso tratando de recuperar fuerzas cuando escuchó una voz conocida para él, lo que le hizo levantarse de golpe.
—¿No descansaste lo suficiente? —preguntó Tatsu con un tono condescendiente.
Reijiro se llevó una mano a la cabeza, ahogando un gemido de dolor, lo cual no pareció molestar a su interlocutor; quién hizo un leve aspaviento con la mano haciendo que la molesta sensación remitiera.
—El dolor irá desapareciendo conforme vayas recuperando tus recuerdos —dijo el nigromante.
Un recuerdo afloró conjurando tres palabras: “siempre fui yo”. Era la misma voz, la misma cadencia, del hombre que tenía enfrente. Era la misma persona que había estado presente en el momento de su muerte, el causante de todo.
—Tú…—musitó Reijiro.
Una rabia ciega se apoderó de él e intentó atacar al hombre enfrente suyo, entonces Tatsu apretó con fuerza algo entre sus manos y Reijiro se crispó de dolor cayendo de rodillas. No entendía, ¿cómo era posible que algo así ocurriera?
—Mira esto —indicó Tatsu, agachándose frente a Reijiro, y le mostró un muñeco hecho de paja—. Tu alma está apresada aquí. Mientras lo tenga, harás lo que yo diga o no podrás volver a morir.
Habían pasado más de 100 años, y el remordimiento por lo que había hecho bajo las órdenes de Tatsu acometía a Reijiro como una ola, atormentándolo sin importar el tiempo transcurrido. Había pasado muchas noches mirando al cielo, suplicando perdón por haber sumido a su amada en una desesperación tan oscura que no encontró otra salida más que la muerte, a pesar de las veces en que intentó advertirle de no seguir sus pasos. Esta noche, sin embargo, había otra cosa que ocupaba sus pensamientos: su enfrentamiento con esos seis chicos. La forma en que habían actuado, protegiéndose unos a otros, le indicaba que posiblemente eran muy unidos. También eran muy poderosos, pero eso no le preocupaba mucho.
A Reijiro le preocupaba la chica.
Desconocía cuál era la razón por la que Tatsu quería a Raven, pero no podía ser nada bueno, y si sus hermanos intervenían les esperaba una muerte segura. Eran unos desconocidos, pero aún así sintió pena por ellos, ya que dudaba que supieran lo que les esperaba.