“No puedes permitir que tu hermano obtenga su novena cola”
Las palabras daban vueltas en la mente de Ritsu, que iba de un lado a otro de la habitación donde se encontraba, esperando que alguno de sus sirvientes apareciera. La joven avanzaba como si se deslizara por el suelo sin que el largo de su vestido negro le estorbara en absoluto. Al percibir la presencia de alguien, la chica se dirigió hacia el recién llegado; y sus ojos almendrados se encontraron con los ojos amarillentos de Sekai.
—Tú… —dijo Ritsu.
—Debería estar muerto, ¿no? —increpó Sekai—. Tendrás que matarme con tus propias manos.
—Que así sea.
Ritsu arremetió contra Sekai atacando con la lanza, la cual se encontró con la alabarda. La chica retrocedió y un tentáculo emergió de su costado derecho, con la intención de apresar al muchacho, y éste se transformó en kitsune manteniendo sus ocho colas en alto.
—La última vez que nos vimos tenías siete colas.
—El tiempo pasa, querida hermana.
—Sin duda alguna.
De nueva cuenta, Ritsu atacó con la lanza sin alcanzar su objetivo: el tamaño de animal compacto de Sekai le permitió moverse con mayor agilidad; evitando los intentos de su hermana por atacarlo, después tomó impulso y saltó golpeando a la mujer con sus patas delanteras en el esternón, aterrizando en el suelo tomando su forma humana.
—Este será nuestro último enfrentamiento —dijo Sekai, lo que hizo reír a Ritsu.
—No, de ninguna manera —rebatió ella.
Sekai volvió a arremeter contra Ritsu, siendo recibido por una cortina de agua que lo devolvió a la superficie. Ritsu se mantuvo en una posición tensa por si su hermano volvía a aparecer, y al constatar que no sería así se relajó un poco, retrocediendo hasta topar con la pared más cercana y cerró los ojos. Iba a enfrentarse a Sekai con todo su poder, pero ese no era el momento y mucho menos el lugar.
Tal como tampoco había sido su primer enfrentamiento.
*****
-- Año 1878 --
Siendo la concubina de Susanoo, dios de las tormentas, Ritsu tenía acceso a su morada en el fondo del mar; el cual se había convertido en su refugio desde la primera vez que fue conducida allí. Sabía que no había forma de que su hermano lograra llegar a ese sitio, por lo que verlo allí tan repentinamente lo tomó por sorpresa y con la guardia baja.
—¿Qué haces aquí? —soltó.
—Me tomó mucho llegar a este sitio —replicó Sekai sin responder directamente la pregunta.
Ritsu observó a Sekai. De haberse encontrado en la superficie, estaba segura de que vería su ropa desgarrada y su cabello alborotado, pero éstos se encontraban mojados por el agua así que no había rastro del aspecto demencial que esperaba ver en el kitsune desterrado… a excepción de su mirada. Sin embargo, no pudo observar más: Sekai se abalanzó sobre ella y ambos cayeron al suelo, dando varias vueltas hasta que el joven se colocó encima de la chica y la inmovilizó sujetándola de las muñecas.
—El exilio sí que te sentó mal —dijo Ritsu.
—¡Todo esto es tu culpa! —gritó Sekai.
Del costado izquierdo de Ritsu emergió un tentáculo, con el que golpeó a Sekai quitándoselo de encima y se puso de pie. Su hermano había sido más veloz, y arremetía en contra suya con la alabarda en alto; dispuesto a atravesarla con el arma. Ritsu chasqueó los dedos haciendo aparecer su lanza y la tomó, desviando el ataque de su hermano con un giro del arma, fue entonces que repentinamente recordó las palabras que el dios del mar le dijera años atrás: “no dejes que tu hermano obtenga su novena cola, o será más fuerte que tú”. Por eso había atacado su refugio; sabía que el destierro lo descolocaría de modo que quedara vulnerable.
Pero Ritsu había olvidado lo propenso que era Sekai a dejarse llevar por la furia.
—Sabes tan bien como yo que ese no era tu hogar, así como este tampoco es el mío —dijo la mujer atacando a su hermano con la lanza—. Tú elegiste engañarte a ti mismo fingiendo ser un simple kitsune cuando eres más que eso. Eres el hijo de la Vida.
—¿Y tú eres más que la concubina de Susanoo? —inquirió Sekai bloqueando el ataque con la alabarda.
—Yo elegí ser la hija de la Muerte.
Sekai chasqueó la lengua. Aquello había quedado en el pasado, junto con sus antiguos nombres, y no importaba más aunque su hermana dijera lo contrario.
—Eso no significa nada —dijo, girando sobre su eje al tiempo que se agachaba con la alabarda extendida para golpear las piernas de su contrincante, con el objetivo de hacerla caer.
Ritsu saltó con agilidad para esquivar el arma, y un nuevo tentáculo emergió de su costado derecho, empujando a su oponente hasta hacerlo chocar contra una pared.
—Al contrario —replicó ella—. Lo es todo. No puedes seguir negando nuestro origen, hermano. Es lo que somos.
La chica hizo un gesto con las manos, usando el agua circundante para apresar a su hermano y devolverlo a la superficie.
—Recuerda mis palabras —dijo—. En nuestro último enfrentamiento, uno de los dos encontrará la muerte.