- Provincia de Mikawa, año 1582 -
—Por favor, permítame ir con usted a Sakai.
El general Ieyasu Tokugawa observó a Tatsu con detenimiento. El joven lucía más delgado de lo normal, su cabello castaño estaba ligeramente revuelto y a pesar de que intentaba mantenerse firme, temblaba ligeramente. Inclinado en una respetuosa reverencia, su mirada rehuía la del general.
—Mírame, muchacho —dijo el hombre.
Tatsu levantó el rostro, el cual exhibía una palidez extrema y unas profundas ojeras que surcaban sus ojos.
—El tuyo es un caso excepcional —dijo Ieyasu luego de un breve silencio—. Hace un año, cuando llegaste aquí, hiciste un voto de ayuno e insomnio voluntarios en señal de luto por la muerte de tu clan, aunque eso podría haber significado tu muerte. Apenas terminaste tus votos vienes aquí a pedirme que te lleve a Sakai. ¿Por qué?
—Allí es donde nací —respondió Tatsu.
—¿Cuál es tu interés en volver?
El muchacho bajó la mirada. Un deseo infantil era lo que le hacía querer volver.
— Quiero encontrar a mi madre.
*****
El camino a Sakai fue largo y agotador, pero no fue hasta que llegaron a su destino que Tatsu pudo descansar debidamente. Y mientras dormitaba, reflexionó sobre algo que había pasado durante su aislamiento.
Fue algo extraño. Llevaría cerca de seis o siete meses de ayuno, que por un momento se sintió muerto en vida. Era consciente de lo que pasaba, era consciente de que en cierto modo estaba vivo, pero se encontraba desconectado de su cuerpo, como si su alma lo hubiese abandonado. En ese estado llegó a lo que parecía ser otro mundo: un sitio casi desierto, con un perenne resplandor rojizo que iluminaba una gran decadencia. Lo único que no mostraba signos de deterioro era un amplio muro sellado con dos puertas, que parecían estar allí desde el principio del tiempo. Por un momento creyó escuchar algo proveniente del otro lado, una especie de gruñido seguido por continuos rasguños. Había sido una experiencia aterradora y esperaba no tener que repetirla nunca.
Al amanecer, Tatsu salió a recorrer la ciudad. Su padre había investigado sobre su posible origen a petición suya, por si había alguna noticia sobre aquella familia de la que casi no sabía nada; y había hallado algunas cosas: su padre biológico era dueño de un circo y su madre era trapecista. El circo se había establecido en algún punto cercano al centro de Sakai y no se había movido de ahí desde entonces. El joven llegó al sitio donde se encontraba el circo, tras varias horas de buscar y preguntar, encontrando una carpa caída y unos cuantos muebles viejos, que eran todo lo que quedaba del lugar donde había pasado los primeros años de su vida, y no pudo evitar sentirse un poco decepcionado.
—¡Hey! —se oyó exclamar a alguien desde dentro de la carpa.
Tatsu dio un paso atrás, empuñando un pequeño cuchillo de lanzamiento, y al poco tiempo salió un hombre en harapos y con una botella en una mano. Al chico le costó relacionarlo con el tipo que recordaba de su sueño.
—¿Vienes a llevarte mis cosas? —preguntó el hombre—. Te advierto que no te daré nada a menos que quieras comprarlo.
—No quiero comprar nada —replicó Tatsu.
El hombre bufó. Entonces lo miró con más detenimiento y escupió en el piso, reconociendo finalmente al hijo que había abandonado años atrás.
—Sigues con vida —masculló—. No eres tan debilucho como creí… aunque pareces un muerto. O un fantasma. ¿Qué quieres, niño?
—¿Dónde está mi madre? —preguntó Tatsu.
—Muerta, como tú también deberías estarlo —respondió el hombre sin ambages dándole un trago a la botella.
—No te creo.
—Es la verdad. Días después de que te abandoné tuvimos una función. Tú estúpida madre era parte del acto principal y se dejó caer cuando sabía que nadie iba a atraparla; se estrelló en el suelo y luego de eso nadie quiso venir.
El hombre tiró la botella al suelo y gritó:
—¡Esa maldita me arruinó! ¿Cómo se atrevió a morirse? Ojala se esté pudriendo en el infierno. Y tú, ¿quién te crees que eres para venir a hacer preguntas después de tanto tiempo, eh? ¿¡Eh!?
—Ya lo dijiste —dijo Tatsu sin inmutarse. No iba a quebrarse delante de este tipo—. Soy el hijo que abandonaste en el bosque para morir, al que ni siquiera te importó darle un nombre. Mereces lo que te ha pasado y más.
Dicho esto, el muchacho dio media vuelta para irse de allí. En ese momento el hombre le gritó:
—¡Mocoso insolente! ¡Morirás antes de verme morir a mí!
—Eso lo veremos.
No iba a morir. Volvería, claro, pero sería más fuerte. Ese viejo borracho lo lamentaría, pensaba Tatsu. Todos lo lamentarían.
En especial Akihiro Higurashi.
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Días después de su llegada, la comitiva de Sakai se vio obligada a regresar a Mikawa. El general Nobunaga había muerto a traición y era imperativo que el general Tokugawa volviera, ya fuera por mar o tierra.
Después de meditar al respecto, se tomó la decisión de cruzar la provincia de Iga para llegar a Mikawa, y con esa resolución el grupo partió; atento a cualquier movimiento que delatara la presencia del enemigo. Apenas cruzaron la frontera, se vieron asediados por asaltantes y mercenarios contratados por el clan enemigo para frenar su avance y así consolidar su poder. Sin embargo, pronto se hizo patente que no estaban solos, puesto que los ninjas que residían en la provincia tendieron la mano al hombre que había acogido a varios de los suyos. Estando a pocos kilómetros de la frontera entre Iga y Mikawa se encontraron con un grupo peculiar de asaltantes: sin importar la cantidad de golpes y ataques que recibían no retrocedían. Parecían ser poseedores de una inmensa fuerza, lo cual llamó la atención de Tatsu; que permaneció a la distancia. Un crujido se escuchó detrás de él y al voltear se encontró con uno de esos extraños combatientes.