-- Provincia de Satsuma, enero de 1877 --
Con la modernización de Japón, el descontento se hacía presa en muchos miembros del ejército, que no veían con buenos ojos lo que sucedía. Muchos renunciaron a sus puestos; entre ellos el mariscal Saigō Takamori, que se retiró a Satsuma. Después de la llegada de supuestos espías, la situación era tensa en la provincia; diversas escaramuzas se llevaban a cabo contra los clanes samurái que se mantenían leales a Saigō, que no eran pocos, como una forma de minar el apoyo del mariscal en caso de que éste deseara iniciar un levantamiento armado. Desde que había iniciado con la fundación de diversas escuelas, el temor de una revuelta por parte de la región de Satsuma se había asentado en la capital.
Uno de los aliados más asediados era el antiguo clan Higurashi, establecido en la región desde hacía bastante tiempo. Para los miembros de la familia era ya algo común tener que enfrentarse a toda clase de ataques, del amanecer al anochecer. Ese día particularmente frío no era la excepción.
—Esto comienza a ser demasiado aburrido.
Sin embargo, para Ichigo Higurashi lo más duro no era lidiar con las intrusiones enemigas, sino con la displicencia de su hijo Reijiro. El muchacho estaba próximo a cumplir los 25 años y no parecía mostrar demasiado interés en lo que debía hacer, o las expectativas que debía cumplir como futuro líder del clan. Nadie podía saber a ciencia cierta lo que pasaba por la mente del chico a excepción de su maestro, que también era su tutor. Sin embargo, lo que todo el mundo admitía era la habilidad del joven para la batalla: Reijiro era un combatiente entregado en cuerpo y alma a la causa que defendiera, pero solía ser impulsivo, lo cual echaba por tierra incluso sus propias estrategias.
—¿Podrías por favor tomarte este asunto con la seriedad que se requiere? —inquirió Ichigo con molestia.
Para él, que los ataques se incrementaran conforme los días pasaban era un asunto preocupante que requería atención inmediata, pero Reijiro veía las cosas de un modo diferente: mientras las diferencias esenciales entre ambos bandos siguieran sin resolverse, no habría nada que hacer para detener las escaramuzas. Los ataques iban a continuar sin importar cuantas veces se defendieran y no valía la pena devolver los golpes.
Y, a pesar de eso, Reijiro intentaba siempre complacer a su padre en la medida de lo posible. Siendo hijo único, no deseaba ser una decepción para él ni una deshonra para sus ancestros.
—Lo lamento, padre —se disculpó el muchacho haciendo una reverencia. Un mechón de su cabello negro cayó sobre su frente y al instante se lo retiró—. Pero…
Un ruido intempestivo interrumpió la réplica del joven, lo que anunciaba una nueva intrusión. Antes de que Ichigo diera alguna orden, Reijiro salió con la katana en mano al jardín delantero, que era de donde provenía el ruido. La oscuridad era total, y ahora no se oía nada más que el cantar de los grillos; pero aún así el muchacho esperó mirando alrededor blandiendo su arma en alto, aguardando cualquier ataque. Escuchó moverse algo detrás suyo y volteó topándose con un sujeto que lo seguía desde las sombras, abalanzándose sobre él con rapidez al tomarlo desprevenido.
Con la misma rapidez otra figura apareció: era un joven, envuelto en una túnica negra con varios pliegues, que repelió el ataque del intruso con una espada corta que portaba en la mano izquierda; con un hábil movimiento se armó con una kama. La afilada hoja de la hoz cortó el aire al dirigirse contra su enemigo, enterrándose en el cuello del mismo y el hombre cayó muerto en el instante en que se abría la puerta y el líder del clan salía. Ichigo observó al recién llegado dirigirse a su hijo mientras recuperaba su arma.
—¿Cuántas veces he de repetirte la misma lección? —replicó Tatsu Ikaranase mirando a Reijiro—. No debes descuidar tu retaguardia.
—Lo lamento —se excusó Reijiro—. No estaba prestando atención.
—Eso es evidente.
Ambos voltearon hacia Ichigo, que parecía molesto por algo. Tatsu dirigió la mirada al padre y después al hijo, hizo una reverencia y se retiró dejándolos a solas, sea lo que sea que fuera a pasar no era de su incumbencia. Padre e hijo se miraron el uno al otro unos minutos en lo que estaba por volverse un silenció incómodo hasta que Ichigo habló.
—Reijiro, me has decepcionado. Casi mueres por causa de tu imprudencia. Esperaba más de ti.
El muchacho bajó la cabeza sin decir nada, lo cual enfureció a su padre.
—¿No vas a decir nada? —increpó Ichigo.
—¿Y qué quieres que te diga? —replicó Reijiro—. No importa lo que haga, siempre encuentras algo para reprocharme. ¿Quieres que te prometa que voy a prestar más atención?
—Quiero que dejes de ser tan impulsivo. Hijo, tienes 24 años, ya no puedes actuar de manera tan irresponsable, de seguir así no podrás liderar esta familia.
Reijiro rodó los ojos con fastidio. Siempre era lo mismo: su padre le reclamaba siempre por algo que no le parecía y terminaba con la misma perorata de “no serás un buen líder si sigues así”, “ese no es el modo en que el cabeza de familia debe comportarse”. Estaba por cumplir los 25 años y no había podido hacer nada por sí mismo. Estaba harto.
—¡Pues tal vez no quiero liderar esta familia! —exclamó.
Ichigo le dio una bofetada a Reijiro.
—¡No seas insolente! —gritó.
Reijiro apretó los puños, pero no se movió, solo esperó a que su padre se fuera para encerrarse en su habitación y descargar su furia donde nadie lo viera.
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El frío enero dio paso a un nevado febrero. Finos copos de nieve caían tapizando los alrededores de Satsuma de un inusual color blanco. A pesar de no ser las condiciones ideales, podían verse guardias yendo de un lado a otro, vigilando algunas casas y preparando a los soldados. Las cosas se habían puesto más tensas desde que se descubrió la presencia de espías del gobierno y que habían intentado llevarse sus armas arteramente.