-- Tokio, enero de 1878 --
La casa estaba en un estado de abandono que hacía a la gente evitarla. En el interior de la vivienda se encontraban unos pocos muebles cubiertos y una fina capa de polvo, además de telarañas y una extraña quietud brevemente interrumpida.
Sachi se miró en el único espejo que había en la estancia por última vez, tratando de no pensar. De haber sido las circunstancias favorables, ése hubiera sido el día en que se hubiera casado. Era una novia hermosa, reflexionó para sí mirando su atuendo de boda, lo único que había podido conseguir para un matrimonio que no llegó a realizarse. Ojala Reijiro pudiese verla ahora.
Ojala hubiese podido tomarla como esposa.
La muchacha cerró los ojos mientras recorría la casa, la que hubiera sido su casa, donde crearía su hogar y formaría su propia familia junto al hombre que amaba; un sueño que ahora era una triste fantasía. De repente, se preguntó porque habían decidido esperar hasta ese día y la respuesta llegó casi inmediatamente: la situación era demasiado incierta y habían pensado que lo más prudente era esperar a que todo se estabilizara: la rebelión estaba llegando a su fin y después… nadie sabía que pasaría después.
—No me gustaría que fueras la viuda de un traidor ejecutado —le había dicho Reijiro con expresión seria, pero con un tono levemente esperanzador.
Sachi llegó a la sala. Allí era donde se encontraban los pocos muebles que ambos escogieron para su futuro hogar, con el objetivo de amueblar la vivienda poco a poco de tal modo que estuviera lista para instalarse allí luego de su matrimonio. Lágrimas de tristeza rodaron por sus mejillas al recordar el momento en que Reijiro le había pedido ser su esposa, en ese entonces él la había llevado allá y la forma en que comenzó a plantear todo le hizo pensar que rompería su relación, para llevarse con aquella grata sorpresa y meses después, él muriera en sus brazos por causa de… de…
Suspiró, nunca supo a ciencia cierta si su sospecha era verdad, y rogó que su hermana tuviera el buen juicio de alejarse y romper el compromiso que había aceptado. Rogó para que su familia pudiera encontrar la paz luego de lo que planeaba hacer y rogó que pudieran estar a salvo de la amenaza que le había arrebatado el amor y ahora le había quitado las ganas de vivir. No pidió por ella misma, estaba más allá de toda redención pese a los esfuerzos de sus padres, que se dirigieron al templo más cercano para orar por ella, para que pudiera encontrar la paz, pero en su estado lo único que podría darle paz era la oscuridad de la muerte.
La joven encendió un poco de incienso, disfrutando de su suave aroma por unos minutos, y abrió la puerta de la casa. Pensó por un momento que si alguien la iba a buscar, le sería sencillo encontrarla allí y con eso en mente se arrodilló a un lado de ésta sin quedar a la vista; su mirada se dirigió a la pequeña daga que estaba frente a ella y la tomó sujetando el mango con un pañuelo. Observó fijamente la hoja del arma y de nuevo sus pensamientos se dirigieron a su espíritu guardián, al kitsune que le había llenado de bendiciones hasta ese momento, preguntándose porque la había abandonado, porque dejaba que todo esto sucediera. ¿Era todo una elaborada trampa para sembrar la desgracia en su familia? Si era así, ¿por qué hacerlo de un modo tan cruel? ¿Y por qué esperar tanto tiempo?
¿Por qué quitarle la vida a un inocente? Cerró los ojos tratando de apartar ese último pensamiento y su significado desolador: si toda esta desgracia era una maquinación de ese kitsune, Reijiro había muerto solamente por amarla a ella. La muchacha dirigió una discreta mirada hacia afuera, había unas pocas personas comenzando a señalar la casa debido al inusual hecho de ver la puerta abierta. No podía perder más tiempo, de modo que volvió la mirada a la daga.
Cerrando los ojos, Sachi dirigió el filo hacia su garganta.
*****
—Vengan. Es por aquí.
Tatsu guiaba a Tomiko y a Reiko por la ciudad. Cuando llegaron a casa junto a sus padres se sorprendieron de no encontrar a Sachi por ningún lado y, preocupados, decidieron buscarla por todos lados sin hallar ni un rastro de ella.
—¿Dónde estará? —se preguntó Reiko con preocupación—. No hay ningún sitio al cual pudiera ir.
Fue en ese momento que Tatsu intervino al recordar algo.
—De hecho, sí lo hay —dijo.
Los tres llegaron a aquella vivienda, donde ya se había reunido un pequeño grupo de gente. Todos tenían curiosidad al ver la puerta abierta, pero nadie se animaba a entrar. Tomiko se abrió paso entre la gente seguida por su hermana y su prometido, quien trataba de alcanzarla como si quisiera evitar que llegara al lugar; pero al final la muchacha logró llegar y entró a la casa esperando ver a su hermana.
Lo que vio, sin embargo, le hizo soltar un alarido de dolor.
Sachi se encontraba tirada en el piso, en medio de un charco de sangre. La daga con la que había segado su vida había caído a pocos centímetros de su cuerpo inerte y sus ojos vacíos permanecían abiertos. Su atuendo se había manchado de rojo en la parte superior, debido al corte en el cuello que se había practicado con precisión letal. Tomiko empezó a llorar, dando media vuelta para salir de allí y chocó con Tatsu, que dirigió la mirada a la triste escena, y la chica se abrazó a él sin importarle nada. Reiko se acercó y palideció al ver a su hermana muerta.
—Sachi… —susurró—. ¿Por qué?
Sachi iba a ser la esposa de un samurái, de modo que había decidido morir como tal. Ya no había ninguna esperanza para ella.