Cirox - la secuela del amor

III - Ataque

Ataque

 

EL SONIDO de la sirena resuena y parece venir de todos los sitios a la vez; indica que las capsulas han ascendido. Hoy es miércoles, olvide decirles, es día de Reabastecimiento. Pronto el cubo estará colmado de médicos.



–Sé que podrán notarlo.

–Es normal que te sientas así, a todos nos pasa.

Liana, que está a mi lado recostada a una de las blancas columnas que se elevan hasta el cristal superior, se voltea para hablarme.

–Debes calmarte Alice. –Lo dice con una voz vacilante, trémula; casi autocompasiva, como si intentara autoconvencerse.

Entonces veo esa sonrisita nerviosa que se mete en sus labios y se ahoga en uno de sus suspiros. Sé que algo le preocupa. Sus ojos vacilan al ver los míos, que se clavan en ella, y escapan evitando mi mirada. Ella los fija a la enorme puerta del Ala B, tal vez, sea mejor de esta forma, que ambas nos quedemos en silencio aquí tan cerca, una de la otra, pero a la vez tan distante. Ahora lo último que quiero es una de sus platicas y sus sermones de "esto va a mejorar Alice", las palabras de Liana no tienen el mismo resultado que en las anteriores revisiones; ahora prefiero iniciar el piloto automático de este monologo interno mientras miro a algún lado, sin siquiera comprender qué estoy haciendo y por qué lo hago.

–Sabes que en cualquier momento nos van a llevar. –Dice sin mirarme.

–¿Por qué hasta ahora lo dices? –Le pregunto confrontando su mirada. Ella duda, intenta escapar de mi mirada, pero soy insistente, soy fuerte y mantengo mis ojos sobre los de ella con una decisión que me asombra.

–Tal vez porque hasta ahora lo comprendiste Alice. –Titubea mientras su mirada cae al suelo.



Phusff... La compuerta del Ala B se abre y el sonido hidráulico que despierta con ella, gana nuestra atención. Liana se voltea a mirar de ipso facto con la intención de percatarse de lo que está sucediendo y clava sus ojos en la compuerta que se abre paulatinamente. La enorme estructura de metal se retrae y deja ver el pasillo extenso que reverbera detrás con sus enormes paredes metálicas.

–¡Esta vez, es sólo un médico! –Dice sin mirarme.

Sostiene la mirada en dirección a la enorme entrada con esos ojos, azul marino, perplejos y fijos al hombre que se mantiene rígido en la entrada de aquel portal, Liana suele ignorarme de esa manera cada que me habla, pero esta vez no es sólo eso, la situación es extraña.

Asiento con la cabeza como si ella estuviese sus ojos sobre mí. Estamos anonadadas ante el escuadrón de acorazados que acompañan al hombre. Me parece ver un par de tomadores con ellos.

–Sí, es sólo un médico, lo correcto es que sean al menos nueve. –Agrego, pero lo que en verdad me preocupa son los militares.

Los hombres, atraviesan el portal con pasos ligeros. Pude enumerarlos con facilidad, un médico, dos tomadores y ocho guardias acorazados que ingresan en permanente guardia con sus rifles de asalto por delante, en vigilancia absoluta, casi atormentados. El médico los ignora totalmente con esa sombra de soberbia sobre sus hombros, sólo presta total atención a su reloj de manos como si estuviese contra el tiempo. Cuando cruza por mi costado, posa sus ojos sobre mí, en sus labios se esboza una leve sonrisita maligna como si me conociese de toda la vida.

–Sea lo que sea que esté ocurriendo, se dirigen al área de ingreso. –Masculle Liana.

Qué rayos ocurre aquí. Por más que lo pienso, no es normal que en este día ingrese un solo médico al Sótano y menos aún que lo haga con esta cantidad de escoltas.

–No sé tú, pero voy a averiguar lo que sucede. –Afirma Liana.

Decidida, da tres pasos y se aleja. Al percatarse que no voy tras ella se voltea y me mira con esos ojos suyos.

–¿Acaso no vienes Alice?

–¿A dónde podemos ir?

–No quieres saber que está pasando.

Por la forma en que ella lo dice creo que Liana está igual de intrigada que yo.

–Podemos usar los ductos de ventilación, sé cómo llegar a la sala de ingreso desde los comedores.



La sigo.



Los ductos son tan helados y estrechos que el recorrido se hace monótono, el crujido metálico me invade de pánico cada que mi rodilla se clava en el delgado metal que cede milímetro a milímetro con mi peso. Lo que realmente me preocupa son los espasmos y las leves parálisis que me atacan en determinadas partes de mi cuerpo. Debo estar calmada, si no quiero quedar enclaustrada en este sitio.



Al llegar, puedo ver una sola cápsula en el centro del lugar. ¿Por qué una sola cápsula, dónde está el resto?

–¿Por qué solo ha ascendido un sujeto el día de hoy? Lo normal del reabastecimiento es que ingresen nueve cápsulas, ¿por qué sólo una?

Las preguntas de Liana son tan razonables que del mismo modo me las he cuestionado inmediatamente, pero lo que de verdad me intriga es quien es el sujeto de allí dentro y por qué estos guardias.

La sala de ingreso en su interior es un amplio recinto ovalado, el piso en su mayor cantidad está conformado por secciones de cristal casi abstractas que permiten, dada la rigurosidad de tu mirada, la visibilidad de los cientos de cápsulas que hacen parte de una especie de colmena subterránea; un enjambre de cápsulas que forman un círculo perfecto y descienden una bajo la otra, hasta una profundidad a la que no alcanzan mis ojos. Alrededor de la sala hay unos ductos a presión que extraen las cápsulas, y unos brazos robóticos que las conducen hacia el centro de la sala a una especie de plataforma cuadrada provista de toda clase de aparatos clínicos.

Esta vez sólo ha ascendido una cápsula y esto nos tiene intrigadas. Liana se esfuerza por ver el mínimo detalle, pero la rejilla del conducto de ventilación nos parcializa la visibilidad del lugar, aun así, puedo ver cuando el médico y tres acorazados ingresan, el resto de los acorazados debió haberse quedado fuera, prestando guardia a la sala. El hombre del traje de látex se acerca a la cápsula con lentos pasitos, también veo como los tres acorazados que ingresaron segundos antes, aún con su postura de guardia permanente, con su rifle de asalto levantando, se acercan lentamente sin dejar de apuntar en dirección a la cápsula. El médico llega hasta un panel de control y presiona uno de los botones en el extenso teclado del aparato.

–Se inicia la liberación del sujeto K-9. –Una voz computarizada llena el lugar.

En una fracción de segundo, la compuerta superior de la cápsula se desprende liberando un vapor espeso que escapa a presión y se extiende por la plataforma cubriéndolo todo. Un minuto después, cuando la bruma ha menguado lo suficiente, veo a un chico que permanece tendido en el interior de la cápsula, sólo le cuesta dos segundos reaccionar y se aferra al borde de la cápsula al intentar salir. Noto como su mano se hunde en el metal como si este fuera de arcilla. Uno de los guardias que ha llegado hasta la cápsula coloca en el cuello del chico una Wife biológica, que básicamente se usa para controlar a los sujetos agresivos. El joven se desmaya de inmediato y es sustraído de la cápsula, luego lo suben a una de las camillas de hierro, lo sujetan con las mordazas de dicho aparato y se disponen a sacarlo, sólo hasta ese momento se hace visible totalmente su rostro.

–Alice, juro que lo he visto antes. –Dice Liana, con esa expresión en el rostro que sabe poner ella cuando algo le parece inexplicable.

–¿Estas segura? Puede ser sólo alguien con rasgos similares a otro chico, sabes que aquí abunda todo tipo de chicos.

–No. Sé que lo he visto aquí antes, puedo jurarlo.

Lo sacan del área de ingreso.

–Debemos seguirlos, debo estar segura de que es él.

Liana y yo nos apresuramos a salir de los conductos. Hay que llegar al área de extracción antes que estos hombres, es la única forma de volver a ver al chico y que Liana aclare sus dudas.



Cuando llegamos al área de extracción nos encontramos con que todo el lugar está copado de guardias acorazados y tomadores. Cada sujeto del Sótano está siendo evacuado del lugar y los pocos que acaban de llegar al área están estupefactos como nosotras.

–¿Qué sucede?

–¿Por qué hay tantos acorazados?

–¿A quién traen en esa camilla?

Cuando veo al médico lo noto tan alterado como a todos los que lo acompañan, el cuerpo del chico en la camilla viene totalmente cubierto con una sábana blanca. Liana se encoje de hombros decepcionada por lo que ve.

–Debo saber quién es, Alice.

Aunque intento, no sé qué decir.

La camilla cruza frente a nosotras a sólo un par de metros de distancia, la mano derecha del chico ha rodado por el borde de la camilla y cuelga al descubierto. Lo más seguro es que la actividad de los tomadores que la impulsan ha hecho que la vibración del aparato la arroje fuera. Su mano está totalmente blanca tan despigmentada como el papel y lleva sujeta a su muñeca, con un cordón negro, una placa militar maltrecha, con un golpe que hizo huella en ella, unos rayones profundos que nublan un nombre de mujer en el metal y que al leer hace eco en mi cabeza: "Alina". Una extraña sensación me recorre por completo cuando pronuncio aquel nombre. Es como si una parte de mí lo reconociera. Mi mente se distorsiona y, una imagen, un recuerdo, aparece. Aparece con una tarde de cielo despejado, luego un rostro borrado por la luminiscencia del sol. Es un chico. Sé que está llorando porque las lágrimas refractan la luz con gran fuerza que hacen parecer que el sol viviera en ellas. Entonces, veo la mano de una chica que lleva envuelto en su puño un cordón oscuro, ella lo pone sobre las manos del joven. Cuando él lo desenvuelve veo la placa militar que destella con un hilo de sol y las lágrimas se hacen incontrolables. Él enloquece, grita y no para de llorar mientras pronuncia el mismo nombre: –¿Quién es ella, soy yo? No–. Es una chica de cabello castaño, pero no puedo ver su rostro por más que me esfuerzo.

Liana se vuelca a mí y me sacude, utilizando sus manos sobre mis hombros para impulsarme con toda la fuerza que hay en sus entrañas.

El caos se apodera del área de extracción. Aunque divago entre recuerdos que pueden ser sólo memorias insertadas, veo y escucho a cada chico que grita: que cae, que llora, que escapa, pero es como si estuviese suspendida en un tiempo indeterminado o como si la continuidad de este fuera alterada. En este mismo instante dos acorazados se dirigen a Liana y a mí, apuntándonos con sus armas, Liana se estremece y aunque intento reaccionar no lo consigo. Es esa sensación que tienes cuando habitas dos realidades al tiempo, pero sin poder intervenir en ninguna.

Uno de los hombres está gritando, pero no alcanzo a descifrar lo que dice, sólo escucho distorsiones, ondas de sonidos largas que cada vez se extienden más y más.

–Aaa-liiii-ceeeee, Aaa-liiii-ceeeee. –Grita sin cansancio.

Veo una gran explosión que destroza la cara este del cubo y la hace reventar como un espejo. El cristal superior del Sótano colapsa y gran parte de él se desgaja como picos de hielo, muchas de las columnas se retuercen y se enredan entre ellas antes de caer. Los pocos chicos que aún permanecen en el área corren a la puerta de extracción mientras un grupo de acorazados los cubre. Liana permanece frente a mí, aun intenta desesperadamente despertarme de esta ilusión en la que estoy envuelta. Un tomador la toma con sus brazos por la cintura y la arrastra, ella se intenta liberar mientras grita mi nombre. El segundo tomador se lanza contra mí, pero una onda me golpea y me arroja por el aire. Tal vez fue sólo una fracción de segundo, pero es como si todo hubiese sido en cámara lenta o como si hubiese ocurrido en una secuencia fragmentada: la onda me golpea, me lanza, doy un giro de noventa grados, luego uno de trecientos sesenta y doy contra el suelo. Aterrizo de medio lado. Sé que estoy herida porque la sangre tibia me empapa el brazo derecho y no puedo moverlo. Liana está, tres metros más allá, tendida boca abajo. Una fuerte opresión en el pecho me asfixia, me veo obligada a girar sobre mi cuerpo, y me tiendo boca arriba. Veo el inmenso cielo purpura que irradia ante mis ojos, una enorme nave roja ingresa y sobrevuela el lugar donde antes estuvo el cristal superior. El sol, refracta en su metal y la luminiscencia que desprende me obliga a bajar la mirada. La cara este del cubo está totalmente destruida y una infantería que ingresa en columnas avanza a mi posición; quien los comanda es un chico de mi edad, pero por mucho que intento quedarme con su imagen aquel chico desaparece, se borra en la incandescencia del sol y no puedo ver nada más porque la vista se distorsiona, y tampoco puedo escuchar porque el silencio lo envuelve todo, y una oscuridad infinita me absorbe.
 




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