Ciruelas y otras cosas de qué hablar

Cascanueces

Por primera vez en la vida, existió una perfecta sincronía entre su corazón y su mente. Los ojos de él,  redondos y pequeños, la hicieron sentir diminuta y cohibida. Ni hablar de aquellas palabras que surgían de su boca,  con origen de lo más maravilloso que ahora ella sabe que él posee, su corazón.

¿Cómo pensar teniéndolo de frente? Sintiendo que sus pies ya no tocaban tierra firme, miró hacia abajo y por fortuna aún seguía de pie.

Dichosa estaba de ese amor, del que tanto hablan, ese concepto tan volátil ante muchos ojos y por el que todos sueñan. Tanto escuchó sobre el amor y todo se volvió nada en el instante que esos ojos la miraron. Y  puede jurar que algo de ella cayó a sus pies. Luego él sonrió, le guiñó un ojo  y aquello que cayó volvió de golpe a su pecho.

Lo más bello que se puede sentir lo sentía por él. Las cosas que siempre admiró se volvieron absurdas,  y aquellas otras que jamás percibió, se volvieron todo. Justo como esas hojas que el viento arranca de los árboles, y caen tan despacio que puedes sentir que eres una de ellas. Jamás apreció tal acto, hasta que aquellos colores de hojas verdes y marrones aparecieron reflejados en las gafas de él.

Y entonces entendió lo que era pertenecer a un lugar, un lugar indescriptible al cual se puede llamar hogar.  

 

Para:

Mi Cascanueces, por ser hogar, amor y felicidad. Por enseñarme lo sublime que puede ser cada instante de la vida.

 




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