Cita a ciegas para San Valentín.

Capitulo 26.

Resulta que al final Robert no me dejó regresar a la oficina sino hasta que le suplique prácticamente de rodillas. Por lo que en los últimos dos días estuve disfrutando de charlas incansables, mucha televisión y la exquisita comida que mi gran amigo sabía preparar. No había regresado a mi apartamento al día siguiente de haber ido al de Robert por lo que todo estaba tal y como lo habíamos dejado. Él había insistido en que me duchara en su casa y así podría lucir una de sus más recientes obras de arte en la moda.

-Solo déjame ir a por mi bolso, las carpetas y mi móvil, el cuál por cierto, debe de extrañarme puesto a que no lo he visto en las últimas 48 horas.

-De seguro está con la batería muerta.

-Sí, es lo más probable, pero no tengo tiempo de darle carga ahora. Ya lo haré en la oficina.

Entré corriendo en mi apartamento y tomé lo que necesitaba; antes de salir, me detuve un momento en el espejo para verme. La verdad es que la falda negra con dobleces hacia que mis piernas se vieran más largas de lo que en realidad eran y daban la sensación de mostrar demasiado, pero la cuestión es que me llegaba un poco por encima de las rodillas; la camisa de color crema casi blanco estaba cubierta por un hermoso saco color vino y este resaltaba mi cabello castaño, mis ojos celestes estaban delineados con un negro intenso y en los párpados la sombra difuminada pasaba de un blanco pálido casi traslúcido a un gris imperceptible creando una hermosa tormenta.

-No podría estar mejor la verdad.

Quizá fuera porque mi mejor amigo había sido el que me había arreglado o porque me había obligado a tomar un descanso del trabajo, pero fuera la opción que fuera, me sentía realmente cómoda hoy. Además, me sentía hermosa y eso me puso de buen humor. Al bajar a la planta principal note como mis vecinos admiraban mi nuevo look, algunos con aprobación y otros con envidia, pero por primera vez sabía que ellos realmente me veían.

-Vámonos Cenicienta, o llegarás tarde al trabajo. – Me susurro Robert mientras abría la puerta del edificio para dejarme salir primero; él se había ofrecido a llevarme a la oficina ya que debía reunirse con unos clientes y le quedaba de pasada. – Tendrás que tener cuidado en la calle, llámame si es necesario que vaya a recogerte a la salida.

-¿Y eso porque? – Pregunté mientras me subía a su compacto, pero cómodo auto; muy a su estilo. – No es como si me fuesen a raptar.

Lo dije en broma, pero él me miró serio y luego chasqueo la lengua antes de cerrar la puerta y trotar frente al auto para subirse del lado del chófer. Una vez dentro del auto se inclinó hacia mí y estiró su brazo para alcanzar la hebilla del cinturón y prenderla en su sitio; hizo lo mismo con el suyo.

-No debes bromear con eso niña – me reprendió mientras giraba la llave del encendido y el motor cobraba vida con un casi inaudible ronroneo – sabes perfectamente bien que si algún día desapareces y no se de ti por más de ocho horas consecutivas, revisaré cielo, tierra y mar hasta encontrarte.

-Ay que ternura.

-No soy tierno. No cuando se meten con aquellos a los que aprecio.

Robert estaciono el auto en al puerta del edificio, a pesar de mis incontables objeciones para que no lo hiciera, pero como de costumbre él no me escucho. Y luego de hacerme prometerle unas cinco veces que lo llamaría en mi hora libre fue que vi como se alejaba lentamente, como si estuviera esperando a verme entrar en el edificio, y era así, ya que en cuanto atravesé la puerta y está se cerró tras de mí, pude escuchar el rugido del motor al acelerarse abruptamente. Negué con la cabeza y me reí pensando en lo sobreprotector que podía ser a veces.

En cuanto las puertas del ascensor se abrieron en el piso donde estaba mi oficina supe que algo no marchaba bien allí. Todos estaban susurrando entre sí, pero la tensión era palpable en el aire e incluso estaba cargado de una gran variedad de vibras, como anticipando que algo estaba fuera de lugar. A medida que avanzaba por el pasillo el estómago se me tensaba más y las náuseas me subían hasta quedar en la boca del mismo a la espera de salir acompañadas de mi desayuno. Sentía el peso de las miradas sobre mí o quizá, solo eran ideas mías, pero no era mi imaginación el hecho de que susurraban y parloteaban alocadamente y todos estaban “eléctricos” y alterados por algo, o alguien.

Llegar a mi escritorio fue como realizar una odisea con cientos de obstáculos y aún así, presentía que la misma no había terminado. De repente y sin previo aviso, Marisol apareció en mi escritorio con los ojos bien abiertos como si hubiera visto un fantasma. Su rostro pálido y sus ojos de repente brillaron como si quisiera soltar lágrimas de un momento a otro.

-Donde… – Empezó a preguntar, pero su voz se quebró antes de lograr formular la pregunta. Entonces ella sorbió por la nariz y su rostro se puso serio antes de golpear ruidosamente con su palma en la superficie de mi escritorio. Fue un acto fuera de sí, pero creo que fue buscando coraje para cortar el llanto y al fin hablar. – ¿¡Dónde demonios te habías metido!?

-¿Estás bien, Mari?

-¿¡Qué si estoy bien!? ¿A caso tienes una remota idea de lo preocupada que estaba? ¿Sabes siquiera los distintos escenarios que se me pasaron por mi mente? ¿Dónde demonios te metiste?

No alcanzaba a comprender nada en absoluto, solo sabía que todos nuestros compañeros de oficina nos estaban observando, pero al parecer estaban al tanto de algo que yo no ya que ninguno preguntaba que estaba pasando. Regresé mis ojos a mi amiga que me miraba detenidamente como si quisiera comprobar que en realidad estaba allí.

-Marisol, de verdad no entiendo nada ¿Qué está pasando? ¿Quieres que salgamos y hablemos tranquilas?

-No. Debes presentarte en la oficina del jefe; él estará aliviado de saber que estás bien.

-¿Qué?

-Solo ve, por favor.

Suspiré y me voltee para ir a la oficina, pero entonces mi mejor amiga se plantó frente a mí, sin previó avisó me estranguló en un gran abrazo y yo se lo devolví, pero con cautela para no apretujar su gran vientre. El pobre bebé no tenía la culpa de la situación.




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