Capítulo 1
Regla número uno: nunca descargues una app de citas cuando estás aburrida un viernes por la noche.
Regla número dos: si lo haces, no aceptes participar en un “experimento social” que promete emparejarte con tu alma gemela usando inteligencia artificial.
Regla número tres: bajo ninguna circunstancia digas que sí si el premio es una cena romántica grabada para una revista digital.
Yo, evidentemente, rompí las tres.
Así que ahí estaba yo, Emma Sullivan, sentada en una mesa demasiado elegante para mi gusto, en un restaurante con un nombre que sonaba caro y platos que parecían obras de arte en miniatura. Había una vela encendida frente a mí y una cámara discreta en la esquina. Todo era tan romántico que hasta el aire parecía oler a ironía.
—Respira, Emma, es solo una cita —me dije a mí misma, intentando no parecer nerviosa mientras jugaba con el borde de mi copa de vino.
El experimento se llamaba “Cita con el destino” y la idea era simple: un algoritmo usaba tu historial de relaciones, gustos, respuestas emocionales y publicaciones en redes para emparejarte con “la persona que estabas destinada a amar”.
¿Ridículo? Completamente.
¿Interesante para mi columna en la revista donde trabajo? Totalmente.
¿Una excusa para distraerme de mi ex y mi soltería eterna? También.
La anfitriona se acercó sonriendo.
—Su cita está por llegar, señorita Sullivan. —me avisó, con esa sonrisa profesional que dan ganas de abofetear.
—Perfecto —respondí con voz dulce, aunque por dentro gritaba: Que sea guapo, por favor. Que no mastique con la boca abierta. Que no hable de criptomonedas.
Entonces lo escuché.
—¿Emma? —dijo una voz detrás de mí.
Esa voz.
No, no, no, no, no.
Ese tono grave con una pizca de burla que siempre me hacía rodar los ojos y el corazón al mismo tiempo.
Tragué saliva.
Lentamente giré la cabeza, esperando que fuera una alucinación producto del estrés o de los tres cafés que había tomado antes de venir.
Pero no.
Ahí estaba.
Liam Hayes.
El hombre que me rompió el corazón, mis planes y una taza favorita hace tres años.
Mi ex.
Mi desastre.
Mi “pareja ideal”, según el destino y un montón de códigos binarios.
—No puede ser —susurré, medio en shock, medio en tragedia griega.
Liam sonrió, esa sonrisa tan peligrosa como su maldito encanto.
—Vaya… parece que el destino tiene sentido del humor.
Yo también sonreí.
De manera falsa, educada y pasiva-agresiva.
—Sí, y también pésimo gusto.
Se sentó frente a mí como si nada. Como si no hubiéramos tenido la ruptura más desastrosa del siglo.
—Así que, ¿tú también participas en esto del experimento del amor? —preguntó, apoyando un codo en la mesa, con esa mirada de chico encantador que juré nunca volver a caer.
—Estoy haciendo un artículo sobre el tema —respondí, cruzándome de brazos—. No vine a encontrar el amor, vine a encontrar material.
—Ah, claro. Siempre profesional. —sonrió con ese sarcasmo tan familiar—. Y yo aquí pensando que el destino nos había dado otra oportunidad.
—Si el destino nos da otra oportunidad, que también nos dé un terapeuta —repliqué, tomando un sorbo de vino.
Él soltó una carcajada.
Y ahí estaba otra vez. Esa risa. Esa maldita risa que hacía que todo lo malo se deshiciera por dos segundos.
El camarero llegó justo a tiempo para salvarme de seguir mirándolo.
—¿Desean ordenar? —preguntó amablemente.
—Sí —dije rápido—. Quiero algo que me haga olvidar que cometí el error de venir aquí.
Liam arqueó una ceja.
—Yo tomaré lo mismo que ella. Pero que sea doble.
El camarero se fue y yo suspiré, mirando la vela entre nosotros. Era ridículo, pero parte de mí sentía que aquella pequeña llama estaba disfrutando del espectáculo.
—No puedo creer que sigas igual —dijo Liam, observándome—. Mismo sarcasmo, misma forma de fruncir el ceño cuando estás nerviosa.
—Y yo no puedo creer que el universo aún no te haya mandado a vivir a otro continente —repliqué.
Por un momento, el silencio se instaló. Pero no era incómodo. Era… extraño. Familiar. Como volver a una canción que juraste no volver a escuchar, pero que aún te sabes de memoria.
—Emma… —dijo suavemente, y mi corazón hizo ese estúpido salto que pensé que había superado.
—No empieces —lo interrumpí antes de que el pasado se escapara por su boca.
—Solo digo —añadió con una sonrisa ladeada— que, si esto lo organizó el destino, deberíamos darle al menos… una hora para explicarse.
—Treinta minutos —dije.
—Cuarenta y cinco —negoció.
Suspiré.
—Media hora y tú pagas la cuenta.
—Trato hecho. —extendió su mano.
La miré, dudando. Pero la estreché.
Y ahí fue cuando lo supe.
El destino no tenía sentido del humor.
El destino solo sabía meterse donde no lo llamaban.
***********♡♡♡♡♡♡♡♡♡♡♡**********♡♡♡♡♡♡♡♡♡♡♡♡♡♡♡***************♡♥︎♡♡♡♡♡♡♡♡
Hello mis nenas ahora si me vine con todo una nueva historia y esta promete la verdad que yo he quedado encantada y super ansiosa de ver que pasara con estos dos, espero leer sus comentarios. Besitos.
Editado: 10.11.2025