Cita con el destino (y con mi ex)

Manual de supervivencia para cenas con tu ex

Capítulo 2

Regla número cuatro: si tu ex aparece en tu cita “del destino”, finge que todo está bajo control.

Regla número cinco: nunca, bajo ninguna circunstancia, dejes que note que sigues recordando el sabor de su perfume.

Yo, evidentemente, estaba rompiendo ambas. (cosa que últimamente parecía hacer sin problema)

Liam seguía sentado frente a mí, con esa expresión de hombre que se sabe encantador. El camarero nos había traído dos copas más y una canasta de pan que ya me había comido entera por puro nervio.

—Así que... escribes un artículo sobre citas fallidas —dijo él, jugando con el borde de su copa.

—Citas fallidas, desastres emocionales y errores que no volvería a cometer —enumeré con una sonrisa—. Felicitaciones, eres fuente de inspiración.

—Vaya, me alegra dejar huella.

—Sí, una huella como la de un camión pasando por encima.

Liam soltó una carcajada. Esa risa. Dios, esa risa.

El universo definitivamente me odiaba.

Y yo me consideraba una idiota por dejar que aún escucharlo reír me desestabilizara.

—Sabes —dijo inclinándose un poco hacia mí—, si no supiera que me detestas, juraría que todavía te gusto.

—Tranquilo, no te esfuerces tanto. Es solo mi cara cuando tengo acidez.

Ataqué con mi arma de sarcasmo que siempre estaba lista para defenderme.

Él se recostó en la silla, divertido.

—Siempre con el sarcasmo listo.

—Es mi mecanismo de defensa. Algunos usan yoga, yo uso ironía—. Repliqué con ironía.

El camarero volvió con los platos: una porción ridículamente pequeña de pasta que costaba lo mismo que mi factura del gas.

—Bon appétit —dijo Liam con voz exageradamente francesa.

—Sí, bon appétit —repetí—. Si me quedo con hambre, le pediré al destino una pizza.

Comenzamos a comer en silencio, aunque el aire entre nosotros estaba cargado de algo familiar. No era solo tensión… era esa mezcla peligrosa de incomodidad y nostalgia que hace que una parte de ti quiera huir, y otra quiera quedarse un poco más. Algo peligroso porque después de los eventos acontecidos en mi fracaso amoroso con Liam, no podía darme el lujo de sentirme cómoda con su compañía.

—Recuerda que es un idiota—. Pensé convencida de que podía lidiar con ese asunto. Luego olvidaría ese desagradable evento y seguiría con mi vida como si nada.

—¿Te puedo preguntar algo? —rompió el silencio él, girando el tenedor en su plato.

—Depende.

—¿Por qué terminamos realmente? —preguntó, directo, como si lanzara una bomba al centro de la mesa.

Parpadeé.

—¿En serio quieres abrir esa caja de Pandora en una cena patrocinada por la revista Corazones Digitales?

—Solo tengo curiosidad —respondió, con un deje de melancolía que casi, casi, me desarmó.

—Bueno, supongo que fue una mezcla entre tu ego y mi falta de paciencia —dije con ligereza—. Un cóctel explosivo.

—Touché —dijo él, sonriendo—. Admito que era un idiota.

—Era, dice —murmuré en voz baja.

Y entonces, justo cuando el ambiente empezaba a ponerse incómodamente sincero, la anfitriona apareció con una sonrisa que daba miedo.

—¡Pareja número siete! —anunció con demasiado entusiasmo—. ¡Es hora del desafío romántico de la noche!

—¿Perdón? —pregunté, confundida.

—Como parte del experimento “Cita con el destino”, las parejas deberán superar una pequeña dinámica: recrear su primera cita.

Mi corazón se detuvo.

Liam levantó una ceja, visiblemente divertido.

—Oh, esto será divertido.

—O traumático —corregí.

La anfitriona nos entregó un sobre con instrucciones y nos pidió que grabáramos un pequeño video relatando cómo nos conocimos.

—No pienso hacer esto —susurré, tomando mi bolso.

—Vamos, Emma. Es solo un juego —dijo él, levantándose—. Además, no querrás parecer una mala perdedora delante de tus lectores.

Me lo dijo con esa sonrisa provocadora que siempre usaba para hacerme rendir.

—Te odio.

—Lo sé —respondió—. Es parte de mi encanto.

Terminamos en el pasillo lateral del restaurante, con una cámara pequeña y una hoja que decía: “Cuenten cómo fue su primera cita y den un consejo de amor para las parejas modernas.”

—¿Recuerdas nuestra primera cita? —preguntó él, ajustando el micrófono.

—Cómo olvidarla —respondí—. Llegaste cuarenta minutos tarde, con el cabello mojado, y dijiste que habías perdido el autobús.

—Era verdad.

—También dijiste que sabías cocinar.

—Y también era verdad.

—Liam, incendiaste mi sartén.

—Detalles.

Lo miré con incredulidad, pero no pude evitar sonreír.

El problema con Liam no era solo su arrogancia. Era que sabía exactamente cómo hacerme reír incluso cuando quería matarlo.

—Muy bien, empecemos —dijo él, mirando a la cámara—. Hola, somos Emma y Liam, y nos conocimos hace cinco años en la peor cita de la historia.

—Cinco años y un desastre después —añadí—, seguimos siendo un ejemplo de lo que no hacer en el amor.

—Nuestro consejo —continuó él—, es: nunca subestimes el poder de una buena disculpa… o de un buen vino.

—Y el mío —dije, mirando a cámara—: si tu ex te invita a cenar, finge amnesia.

La anfitriona aplaudió detrás del lente, encantada.

—¡Excelente! ¡Qué química tienen! —exclamó.

Yo tragué saliva.

Sí. Eso era lo peor.

Seguíamos teniendo química.

Cuando todo terminó, salimos al aire fresco. La noche estaba iluminada por farolas y un silencio cómodo se instaló entre nosotros.

—Sabes, no fue tan terrible —dijo él, metiendo las manos en los bolsillos.

—Sí, fue solo ligeramente humillante —respondí.

—Admito que me lo merezco. —Me miró con esa sinceridad que me desarmaba.

Por un instante, lo vi distinto. Sin el sarcasmo. Sin la arrogancia. Solo él.

El hombre que una vez amé.

—Liam… —empecé a decir, pero un pitido interrumpió el momento.

Los dos miramos nuestros teléfonos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.