Capítulo 3
Regla número cuatro: nunca aceptes una segunda cita con tu ex, especialmente si la primera terminó con sarcasmos, un vino caro y la promesa de que jamás volverías a verlo.
Regla número cinco: si lo haces, asegúrate de no firmar ningún contrato con letra pequeña.
Yo no leí la letra pequeña.
Y así fue como, dos días después, recibí un correo con el asunto:
“Experiencia Nivel 2: Conexión en la Naturaleza”.
—Debe ser una broma —murmuré, leyendo en voz alta frente a mi laptop—. ‘Una escapada de fin de semana en una cabaña para fortalecer el vínculo entre parejas compatibles’.
¿Fortalecer el vínculo? Yo quería fortalecer mi distancia.
Justo entonces, mi teléfono vibró.
Liam.
Porque, obviamente, el universo tiene un sentido del humor pésimo.
—¿Leíste el correo? —dijo sin saludar, con ese tono divertido que me daba ganas de lanzarle el celular.
—Sí. Y estoy considerando fingir mi muerte para evitarlo.
—Vamos, Emma. No puede ser tan terrible.
—Oh, claro. Solo una cabaña en medio del bosque con mi ex. Suena como el tráiler de una película de terror.
—Perfecto —replicó él—. Así podré contarte historias de miedo toda la noche.
—Te advierto que si lo haces, dormirás con un cojín en la cara.
—Vale. Pero aceptas ir, ¿verdad?
Silencio.
Odiaba que mi sentido del deber profesional fuera más fuerte que mi sentido común.
—Lo hago por el artículo, no por ti —dije finalmente.
—Como digas, compañera de experimento.
Dos días después, estábamos en su auto, rumbo a un pueblo cuyo nombre parecía inventado por un escritor de cuentos lúgubres.
Liam conducía, con una mano en el volante y otra sosteniendo un café.
Yo, en el asiento del copiloto, intentaba convencerme de que no era una mala idea.
Spoiler: sí lo era.
—¿Estás segura de que el GPS funciona? —pregunté mientras la señal del celular parpadeaba como un alma en pena.
—Claro. Solo se perdió dos veces… o tres.
—Excelente. Moriremos y ni siquiera encontrarán nuestros cuerpos.
—Tranquila, siempre quise que mi epitafio dijera “murió en una cita experimental”.
—Yo prefiero “la mujer que confió en un algoritmo y perdió”.
El camino se volvió más estrecho y los árboles parecían observarnos, altos y silenciosos.
A lo lejos, un letrero medio torcido decía “Bienvenidos a Pine Hollow”.
Porque todo pueblo tenebroso necesita un nombre así.
Nos detuvimos en una gasolinera que parecía sacada de una película vieja.
Una campanita sonó al abrir la puerta, y un anciano detrás del mostrador nos miró como si hubiéramos interrumpido su siglo de paz.
—Gasolina y… tal vez un café —dijo Liam, sonriendo.
El hombre lo observó sin pestañear.
—El café murió hace tres años —respondió con voz grave.
Yo casi suelto la risa.
Liam, en cambio, intentó mantener la compostura.
—Entonces… solo gasolina.
El anciano asintió lentamente.
—La cabaña está más allá del lago. Si el puente cruje, no se detengan.
—Perfecto, justo lo que quería oír —susurré, rodando los ojos.
Cuando volvimos al auto, el cielo ya se veía más gris de lo normal.
—¿Te das cuenta de que esto grita “no entren”? —dije, mirando por la ventana.
—Y sin embargo, lo haces —contestó él, con esa sonrisa arrogante.
—Porque tengo material para un artículo que se titulará “Cómo sobrevivir a tu ex (y a un asesino del bosque)”.
La cabaña, para ser sincera, no estaba mal.
Tenía una chimenea, una cama doble (por supuesto) y una vista al bosque que habría sido romántica si no estuviera nublado.
En el comedor, una carpeta los esperaba con el logo del programa: Cita con el destino — Etapa 2: Reconexión emocional.
—Esto suena a terapia de pareja sin terapia —dije.
—O a vacaciones gratis con drama incluido —replicó Liam, dejando su maleta.
La tarde transcurrió tranquila… hasta que el cielo decidió hacer una audición para película apocalíptica.
La lluvia golpeaba las ventanas, los truenos rugían y el viento hacía que las ramas arañaran el vidrio.
Y entonces, como era de esperarse, la luz se fue.
—Genial —murmuré—. Perfecto. Oscuridad total.
—Tranquila, tengo linternas en el auto —dijo Liam, aunque su tono no sonaba muy convencido.
—¿Y también una antorcha por si aparecen lobos?
—No, pero puedo contarte una historia de miedo.
—Liam, te juro que si empiezas con “había una pareja en una cabaña en el bosque”, te lanzo la lámpara.
—Oh, entonces ya la conoces —dijo, encendiendo una vela con una sonrisa traviesa.
La luz parpadeante iluminó su rostro, dándole ese aire entre encantador y peligroso que me había enamorado una vez.
Yo intenté ignorarlo.
—Deberíamos dormir —sugerí, abrazándome a mí misma.
—¿Tienes miedo? —preguntó, acercándose apenas.
—Por favor, no seas ridículo. No tengo—
Un trueno hizo temblar los cristales.
—…miedo —completé, con voz más aguda de lo que me habría gustado.
Él sonrió.
—Tranquila, Sullivan. No te comeré… todavía.
—Perfecto, humor de psicópata. Eso ayuda mucho.
Fingí que iba al cuarto por una manta, pero cuando otro trueno hizo vibrar el techo, terminé corriendo de vuelta a la sala.
Liam estaba sentado junto a la chimenea, el fuego titilando en sus ojos color miel.
—¿Viniste a hacerme compañía o a vigilarme? —bromeó.
—Vine a… asegurarme de que no incendies la casa.
—Ajá.
Me dejé caer en el sofá, fingiendo absoluta calma.
—Ni se te ocurra pensar que tengo miedo.
—Jamás lo pensaría —dijo, divertido—, pero estás temblando.
—Es por el frío.
—Claro.
El silencio que siguió no fue incómodo.
Solo se escuchaba la lluvia y el crepitar del fuego.
Liam tomó una manta y me la extendió sin decir nada.
Yo la acepté, sin mirarlo demasiado tiempo.
Editado: 23.11.2025