Capítulo 7:
Regla número trece: Nunca subestimes el poder de un parque de atracciones para poner a prueba tu corazón… y tu paciencia.
El reto final del programa estaba listo. Esta vez, no era un bosque, no era un oso, ni fogatas ni tormentas. Era un parque de atracciones, prometiendo risas, adrenalina y, según el guía del experimento, “conexión profunda entre la pareja”.
—Bien, Emma —dijo mientras caminábamos hacia la entrada—. Prepárate para perder en todas las máquinas.
—Ja —respondí cruzándome de brazos—. Ten cuidado, Liam. Hoy podría ser el día en que tu orgullo termine roto en la tómbola de premios.
Comenzamos con los juegos más simples: lanzar anillos, disparar pelotas y apostar quién podía encestar más. Yo no paraba de burlarme de sus intentos torpes, y él de los míos. Cada carcajada nos acercaba un poco más, y no pude evitar sentirme ligera, libre, lejos de las heridas del pasado.
—Mira eso —dije señalando la máquina de peluches—. ¡Yo quiero ese oso gigante!
Chillé como una niña, realmente hacía tiempo que no me divertía tanto y me sentía libre sin ser juzgada y obviamente podía fingir por un instante que tenía una cita, por tonto que pareciera luego de mi ruptura con Liam solo me concentraba en el trabajo y había olvidado mi vida amorosa.
—¿Ese? —dijo, observando al gigante de peluche café con detalles rosas—. Te lo gano yo—prometió lleno de determinación. Y yo lo conocía lo suficiente como para saber que cuando se proponía algo lo lograba.
El juego fue un desastre y un milagro al mismo tiempo. Después de varios intentos fallidos, finalmente logró encestar la bola y la máquina escupió el oso. Abrí los ojos sorprendida y luego me derretí ante ese gesto tan hermoso, no pude evitar dedicarle una sonrisa de agradecimiento que a la vez decía un poco más.
—Liam… eso fue… tierno —dije, tomándolo y abrazándolo con fuerza.
—Tierno, sí… y pagado con sudor y mucha concentración —comentó inclinándose hacia mi—. Creo que merezco al menos un premio también –pidió haciendo un gesto en su mejilla en señal de que debía darle un beso ahí.
—Ya sabía yo que me iba a salir caro este regalo —murmuré poniendo los ojos en blanco.
—Un regalo por un regalo... Ambos ganamos—declaró y me acerqué para dejar un beso suave en su mejilla.
Fue rápido, pero la vez mi piel se erizó, era extraño, sin embargo bastante curioso que ese pequeño contacto fuera tan poderoso.
—¿Contento?—.Solté en falsa ironía por qué mi orgullo impedía aceptar que también me agradó besar su mejilla.
—Diría que esperaba más, pero me conformo con esto —. Admitió y tragué saliva al oír esas palabras. Intenté ignorar el comentario y observé la rueda de la fortuna señalando ahí para cambiar de tema.
—Yo quiero subir ahí.
Subimos a la rueda de la fortuna. Desde arriba, la vista del parque iluminado por luces multicolores era espectacular. Estábamos más cerca de lo que debíamos, pero me daba igual, ya habíamos pasado por muchos momentos incómodos y mi (incomodometro) estaba acostumbrado.
—Espero que no me maree —dije, mirando hacia abajo—. Aunque admito que esto es un buen lugar para derribar tus paredes, Liam Hayes.
—Solo asegúrate de no caer sobre mí —respondió con tono de broma, pero internamente sentía que mi corazón se aceleraba con cada palabra suya.
El aire estaba frío, pero el calor de nuestra cercanía era suficiente para hacer que todo pareciera menos complicado.
—¿Sabes qué? —susurró —. Creo que este reto puede ser el más peligroso de todos.
—¿Más peligroso que un oso? —pregunté, arqueando una ceja.
—Sí —confesó, inclinándose hacia mí—mi corazón saltó latiendo con rapidez y las manos me sudaban, las piernas se me estaban volviendo gelatina y solo rogaba una y otra vez.
Que no lo haga por favor, que no lo haga.
pensaba mientras luchaba contra mi misma para no ceder.
—Porque aquí, estamos atrapados, no puedes huir aunque quisieras… —confesó con una media sonrisa maliciosa y fruncí el ceño.
—¿Qué se supone que harías aquí?—cuestioné como idiota, sabiendo que esa pregunta era un error.
No me dejó reaccionar cuando se acercó tomando mi barbilla.
—Esto —murmuró sonriendo de labios cerrados y sus labios se conectaron con los míos.
Me quedé inmóvil por un segundo, sorprendida. Mi respiración se aceleró, quise alejarme, intente con todas las fuerzas internas que tenía para hacerlo, pero extrañaba tanto sentir los besos de Liam que por un momento fui débil.
La maquina se detuvo abajo y abrí los ojos notando que había cometido un terrible error, lo observé negando y moví los labios.
—Liam… no… —dije con tono mezclado entre advertencia y terror.
La atracción no había terminado bien cuando yo estaba huyendo de ese lugar, omití que Liam me llamaba a lo lejos, pero obviamente no iba a quedarme ahí, ya había demostrado que estaba loca al permitir dejarme llevar por el momento.
Subí a un taxi y recosté la cabeza en el asiento resoplando.
—¿Noche difícil?—preguntó el taxista. Lo miré sin levantar la cabeza del asiento.
—No se imagina cuánto —contesté con voz cansada.
Al llegar a casa y ver el oso de peluche que traía en las manos me di cuenta que este era un recuerdo más que me mantenía cerca de Liam, su presencia jamás desaparecería de mi vida y yo no tenía idea de que rayos hacer.
Pensé en ese día cuando rompió mi taza favorita y viendo bien como pasaron las cosas, ahora eso parecía muy estúpido.
Flashback:
Era una tarde cualquiera, ambos estábamos en mi apartamento. Él intentaba preparar café, pero en su torpeza habitual terminó rompiendo algo muy importante: mi taza favorita una edición limitada de Guardianes de la Galaxia.
—¡Liam! —grité, mirando los restos en el suelo—. ¡Era mi favorita!
—Lo… lo siento, Emma, no fue mi intención —dijo Liam, con las manos en alto—. Fue un accidente…
—¡Accidente o desastre, como siempre! —respondí, cruzándome de brazos—. Esto es exactamente la razón por la que no deberías tocar la cocina. Siempre pasa algo, siempre arruinas lo que más quiero.
Editado: 23.11.2025