Capítulo 8:
Regla número trece: Nunca decidas confesar tus sentimientos sin verificar que el universo esté de tu lado.
Emma llevaba más de dos horas mirando el teléfono, dudando.
Su dedo pasaba una y otra vez sobre el contacto de Liam, pero no se atrevía a llamar. Tenía el corazón latiendo tan fuerte que sentía que podía escucharse hasta en la calle.
—Vamos, Emma… —se dijo frente al espejo—. Si no lo haces ahora, lo perderás otra vez.
Había pasado toda la noche pensando en el beso en la rueda de la fortuna, en las risas, en el peluche que aún tenía abrazado en la cama. Y por primera vez en mucho tiempo, había entendido algo: aún lo amaba.
No importaba cuántas veces se prometiera olvidarlo; Liam seguía ahí, en su mente, en su pecho, en los recuerdos que se negaban a morir.
Tomó las llaves de su auto y decidió ir hasta su departamento. Estaba decidida a decirle la verdad.
A decirle que sí, que quería intentarlo otra vez.
Mientras tanto, en el apartamento de Liam, algo totalmente diferente ocurría.
Escena paralela:
Liam estaba preparando café, pensando exactamente lo mismo que Emma: que tal vez había esperanza.
Sin embargo, su mañana había sido interrumpida por el sonido de una llave girando en la puerta.
—¿Qué demonios…? —murmuró, frunciendo el ceño.
La puerta se abrió, y allí estaba Clara, su ex de hacía unos meses. Vestía apenas un conjunto de lencería rojo brillante y una sonrisa que parecía sacada de un anuncio equivocado.
—¡Sorpresa! —dijo ella, entrando como si aún viviera allí.
—¿Clara? ¿Qué haces aquí? ¿Cómo entraste?
—Ay, Liam… —dijo, haciendo un puchero fingido—. Dejé mis llaves la última vez… bueno, más bien hice una copia, por si te olvidabas de mí.
—¿Qué? ¡¿Una copia?! —exclamó, incrédulo—. ¡Clara, eso es ilegal!
—Lo ilegal es que sigas ignorándome —dijo ella, caminando lentamente hacia él—. Pensé que podríamos… recordar los viejos tiempos.
Liam retrocedió un paso, levantando las manos como si estuviera frente a una bomba a punto de estallar.
—Clara, no. Te lo dije, lo nuestro terminó. Terminó por una razón, varias de hecho.
—Ay, no seas aburrido. Solo quiero hablar —insistió, sentándose en su sofá con una sonrisa insinuante.
—Por favor, vístete y vete. Ahora —dijo Liam, perdiendo la paciencia.
Y justo en ese momento… el timbre sonó.
Liam miró la puerta. Luego miró a Clara.
Y su corazón se detuvo un segundo.
—Oh, no… no, no, no. —corrió hacia ella—. ¡Tienes que irte!
—¿Quién es? —preguntó ella, con un tono venenoso.
—Nadie, solo… ¡vete por la ventana si quieres, pero vete!
Mientras tanto, afuera, Emma esperaba con una mezcla de nervios y emoción.
Tenía el corazón latiendo a mil por hora, con el peluche en las manos.
Sonrió nerviosa.
—Iré directo al punto —murmuró—. Le diré que quiero intentarlo. Que aún lo amo.
Tocó el timbre una segunda vez.
Adentro, Clara se rehusaba a moverse.
—Ay, Liam, no te pongas histérico. Solo voy a saludar, ¿sí? —dijo con una risita.
—¡Clara, te juro que si abres esa boca…! —susurró entre dientes, corriendo hacia la puerta para evitar un desastre.
Pero el destino, como siempre, decidió arruinarle el día.
Liam abrió la puerta justo cuando Emma levantaba la mirada.
Y allí estaba: él, despeinado, con el rostro tenso, y detrás, una mujer en ropa interior roja.
El mundo se detuvo.
Nadie habló.
Emma parpadeó un par de veces, intentando entender lo que veía.
Luego, lentamente, su sonrisa nerviosa se deshizo, dejando solo decepción.
—Oh… —susurró con voz temblorosa—. Ya veo. Qué rápido, ¿eh?
—No, Emma, espera, no es lo que parece —dijo Liam, dando un paso adelante.
—Claro, Liam. —rió con ironía—. Esto debe ser tu manera de celebrar el beso, ¿no? Con fuegos artificiales y lencería.
—Ella… no… ¡no fue planeado! Ella irrumpió aquí, te lo juro.
—¿Irrumpió? Vaya, eso suena a guion barato —respondió, dejando escapar una risa rota—. Qué idiota fui… pensé que tú…
—Emma, por favor, escúchame —rogó, intentando acercarse—. No la invité. Me sorprendió.
Pero ya era tarde.
Emma dio un paso atrás, sintiendo cómo su garganta se cerraba y los ojos se llenaban de lágrimas.
—¿Sabes qué es lo peor, Liam? —dijo, con la voz quebrada—. Que por un segundo creí que tal vez el destino quería darnos otra oportunidad. Pero no. Solo quería recordarme que tú sigues siendo tú.
Y sin darle tiempo a responder, se dio la vuelta.
Liam la llamó, corrió tras ella, pero ella ya bajaba las escaleras con el corazón hecho pedazos.
—¡Emma, por favor! ¡Déjame explicarte! —gritó desde el marco de la puerta.
—¡Explícaselo a tu invitada! —respondió ella, sin mirar atrás.
Subió al auto y arrancó. Las lágrimas comenzaron a caer sin control.
El peluche que él le había ganado en el parque cayó al asiento del copiloto, empapado por sus lágrimas.
Mientras conducía, recordó el primer día que se conocieron, las risas, los planes, y cómo todo había terminado antes: con una taza rota y un corazón más roto aún.
Y ahora, la historia se repetía, como si el universo se burlara de ella.
—Siempre el mismo error… —susurró entre lágrimas—. Creer que él había cambiado.
Liam se quedó en la puerta, respirando con frustración, mientras Clara recogía su bolso, aparentemente sin remordimiento.
—Vaya, parece que llegué en mal momento —dijo ella, con una sonrisa torcida.
—Clara, no vuelvas a acercarte a mí. —Su tono era firme, casi frío—. Esta vez, te lo digo en serio.
Ella alzó las cejas y salió del apartamento con un encogimiento de hombros.
Liam se pasó las manos por el cabello, exhalando con rabia.
Miró la taza vacía sobre la mesa —la que Emma solía usar cuando se quedaba a dormir— y se dejó caer en el sofá.
—Siempre arruino todo… —murmuró, golpeando el cojín con el puño cerrado.
Editado: 23.11.2025