Cita con el destino (y con mi ex)

Guerra de parejas y un premio inesperado

Capítulo 12:

Si alguien me hubiera dicho que volvería a participar en un programa de citas con mi ex, hubiera soltado una carcajada histérica.

Pero ahí estaba yo, otra vez, en medio de un salón lleno de luces, cámaras y parejas sonrientes… fingiendo que mi vida amorosa era un ejemplo de madurez emocional.

Spoiler: no lo era.

—Bienvenidos al Desafío de parejas de Cita con el Destino —anunció una presentadora con voz de comercial de dentífrico—.

El juego de hoy pondrá a prueba su comunicación, confianza y compatibilidad.

Liam levantó la mano.

—¿Incluye terapia de pareja o solo la parte del sufrimiento?

—Solo el sufrimiento —respondí sin mirarlo, pero con una sonrisa que decía “sí, sigo siendo sarcástica”.

La presentadora sonrió, un poco incómoda.

—Perfecto, entonces comencemos.

El primer reto consistía en “conocer al otro sin hablar”.

Nos dieron una pizarra a cada uno, y debíamos escribir la respuesta a preguntas sobre el otro.

“¿Color favorito de tu pareja?”

Yo escribí azul oscuro.

Liam escribió negro, como su sentido del humor.

“¿Comida favorita?”

Yo puse pizza con piña.

Liam escribió café con sarcasmo.

La gente se rió.

Yo quise enterrarme viva.

—Qué divertido —dije entre dientes.

—Admite que soy bueno —replicó él, guiñándome un ojo.

—Sí, bueno para fastidiar.

Todo iba relativamente bien… hasta que ellos aparecieron.

Una pareja con sonrisas perfectas, ropa combinada y energía de comercial de galletas.

Ella, rubia, radiante.

Él, tan falso que si lo exprimías salía plástico.

—Oh, son ustedes —dijo la rubia, mirándonos con una sonrisa condescendiente—. Los de la “pareja disfuncional que casi se cae del acantilado”.

—Sí, nosotros —respondí, apretando los dientes—. Y sobrevivimos, por cierto.

—Qué inspirador —añadió ella—. Nosotros nunca discutiríamos en público.

Yo sonreí tan forzada que me dolieron las mejillas.

Luego giré hacia Liam y murmuré:

—Acabemos con esos idiotas.

Él arqueó una ceja.

—¿Competencia amistosa o guerra santa?

—Guerra santa —dije—. Y tú eres mi soldado.

—A la orden, sargento sarcasmo.

El segundo reto era de coordinación: bailar con los ojos vendados siguiendo las instrucciones del otro.

Parecía fácil.

No lo era.

—Un paso a la izquierda, Liam.

—¿Mi izquierda o la tuya?

—¡La izquierda normal, la universal, la que todos usan!

—Ah, la izquierda izquierda. Entendido.

Me pisó.

Dos veces.

—¡Ay! —exclamé—. ¡Eso fue mi pie!

—Te dije que no sé bailar sin verte —respondió él, riendo—.

—Tampoco sabes hacerlo viéndome.

El público reía.

Y lo peor era que, aunque estábamos haciendo el ridículo, nos divertíamos.

Cuando terminó la ronda, los presentadores anunciaron los puntos.

La pareja perfecta tenía 85.

Nosotros, 86.

Yo levanté el puño.

—¡Toma eso, imitaciones baratas de Barbie y Ken !

Liam soltó una carcajada.

—Nunca pensé que verte competitiva fuera tan atractivo.

—Calla, o te piso el otro pie.

El último desafío era de trivia: preguntas sobre el otro.

Yo acerté todas las suyas.

Él, sorprendentemente, también las mías.

—¿Cómo sabías que mi primera mascota fue un pez llamado Don Ramón? —le pregunté, desconcertada.

—Porque lo mencionaste una vez, cuando me hiciste ver maratones de El Chavo.

—¿Y lo recordaste?

—Recordé todo lo que tenga que ver contigo —dijo, serio.

Por un segundo, el ruido del público se desvaneció.

Sus ojos se clavaron en los míos.

Y sentí ese tirón inevitable en el pecho, el que trataba de ignorar desde hace semanas.

Pero justo cuando iba a decir algo, la presentadora gritó:

—¡Y los ganadores son… Emma y Liam!

Aplausos.

Luces.

Y yo, en completo shock.

—Felicidades, pareja —dijo la presentadora entregándonos un sobre dorado—. Su premio será una cita doble muy especial.

Liam lo abrió con su típica impaciencia.

Leyó en voz alta:

“Cada uno deberá invitar al otro a una cena en casa de sus padres.

Objetivo: conocerse en familia.”

Mi alma abandonó mi cuerpo.

—Oh, no.

—Oh, sí —dijo él, divertido—. Vas a conocer a mis padres.

—Y tú a los míos —dije con tono amenazante.

—Perfecto, adoro los desafíos imposibles.

Una semana después...

Primera parada: la casa de los Hayes, los padres de Liam.

Lo primero que noté fue el letrero en la entrada:

“Si no traes postre, no entras.”

—Bueno, no traje postre, hora de irme –murmuré dándome la media vuelta y entonces...

La puerta se abrió sin que tocara el timbre.

–Rayos acaso estabas viendo por la ventana —pensé sorprendida.

—¡Emma! —gritó una mujer alta, con un delantal que decía “Sarcasmo nivel experto”—. ¡Por fin te conocemos!

—Mamá —dijo Liam—, por favor, compórtate—

—¿Tú eres la chica que lo hizo correr detrás de un oso? ¡Me caes bien!

Liam rodó los ojos.

—Y ese es mi padre —añadió, señalando al hombre que venía con una cerveza y una gorra que decía “Papá con actitud”.

—¿Así que tú eres la razón por la que mi hijo ahora sonríe sin motivo? —preguntó el señor Hayes, guiñándome un ojo.

Yo me reí nerviosamente.

—Eh… supongo que sí.

—Entonces te quedas —dijo él—. ¿Te gusta el fútbol?

—Lo tolero.

—Perfecto, cena y partido.

Toda la noche fue un desfile de bromas, risas y chistes a costa de Liam.

Por primera vez, lo vi relajado.

Feliz.

Y eso me conmovió más de lo que quise admitir.

Pero claro, luego vino la segunda parte: conocer a mis padres.

Y ahí sí, el karma cobró su deuda.

La cena en casa de mis padres fue como una entrevista de trabajo con tensión romántica.

Mi madre se sentó erguida, observando a Liam como si evaluara sus genes.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.