Cita con el destino (y con mi ex)

Sin algoritmos ni cámaras

Capítulo 13:

Hay mensajes que uno sabe que van a cambiarlo todo.

Ese tipo de notificación que no viene de una app, sino de alguien que ya te cambió antes… y que ahora amenaza con volver a hacerlo.

“Emma, quiero invitarte a salir. Pero esta vez sin la app.

Sin cámaras.

Sin misiones absurdas.

Solo tú y yo.

¿Aceptas?”

Me quedé mirando el mensaje como si fuera una pregunta de examen de vida o muerte.

Parte de mí quería ignorarlo.

La otra parte (la más ruidosa) ya estaba eligiendo qué vestido ponerse.

Suspiré, dejando el celular sobre el escritorio.

Mi cerebro gritaba: “¡No caigas, Emma! Ya lo hiciste antes.”

Pero mi corazón, terco como siempre, respondía: “Y mira lo bien que terminó la última vez.”

(Spoiler: mal. Terminó mal.)

A la mañana siguiente, la puntualidad de Liam fue tan sospechosa como su sonrisa cuando bajé.

—Llegas a tiempo —comenté, cerrando la puerta tras de mí—. Eso sí que es nuevo.

—Estoy reformándome —dijo, apoyado en su coche—. La terapia de pareja con osos y abismos da buenos resultados.

Llevaba una mochila negra al hombro.

—¿Qué traes ahí? —pregunté con curiosidad.

—Secretos —respondió con una sonrisa ladeada—. Y quizá un plan maestro.

—¿Vas a secuestrarme?

—Solo si prometes no resistirte mucho.

Rodé los ojos.

Pero no pude evitar sonreír.

El trayecto fue cómodo.

Demasiado cómodo.

Liam conducía con una mano en el volante, tarareando canciones que sonaban en la radio.

Y yo fingía que no me derretía cada vez que se reía.

—¿A dónde vamos exactamente? —pregunté, intentando sonar casual.

—Sorpresa.

—Odio las sorpresas.

—No, odias no tener el control.

—¿Y cuál es la diferencia?

—Una te asusta. La otra te emociona.

Giré el rostro hacia la ventana para esconder una sonrisa.

Odiaba que me conociera tan bien.

Cuando llegamos, tardé cinco segundos en reconocer el lugar.

El enorme letrero luminoso frente a nosotros me dejó sin aliento.

“Concierto exclusivo — The Lumineers (Tour Acústico)”

Sentí que el corazón me dio un brinco.

—No… no puede ser.

—Puede ser —dijo él, saliendo del coche—.

—¿Cómo… cómo conseguiste esto? ¡Las entradas se agotaron en minutos!

—Tengo contactos.

—¿Qué tipo de contactos?

—Legales, por ahora —respondió con una sonrisa.

Lo quise matar.

Y abrazarlo.

Pero opté por reírme, lo cual era una trampa igual de peligrosa.

Dentro del recinto, las luces eran suaves, la atmósfera cálida, casi mágica.

Había algo en el sonido de las guitarras, en las voces que se entrelazaban con la gente cantando…

que me hizo olvidar todo el caos que habíamos vivido.

Liam se inclinó hacia mí.

—No quiero que esta cita dependa de un algoritmo.

—¿Ah, no? —pregunté, mirándolo de reojo.

—No. Quiero que dependa de ti… y de mí.

—Eso suena arriesgado.

—Lo es. Pero algunas apuestas valen la pena.

Mis mejillas ardían.

Y no por las luces del escenario.

Cuando la banda empezó a tocar Ophelia, él tomó mi mano con suavidad.

Yo debería haberla retirado.

Debería haberme acordado del orgullo, del dolor, de la escena de la ex loca en su departamento…

Pero no lo hice.

Y cuando me di cuenta, su rostro estaba tan cerca del mío que mi respiración tembló.

—Liam... —susurré, dudando.

—Shh —dijo con una media sonrisa—. Prometo no romper nada esta vez.

Y me besó.

No fue un beso torpe, ni impulsivo.

Fue lento, sincero, como si los dos hubiéramos estado esperando ese momento desde hace demasiado tiempo.

Entre el ruido de la música, el murmullo del público y las luces danzando sobre nosotros, el mundo se detuvo por un instante.

Cuando se separó, yo aún tenía los ojos cerrados.

Y por primera vez en mucho tiempo, no pensé en huir.

Después del concierto, caminamos por el parque cercano.

El aire olía a lluvia y tierra mojada.

Yo abrazaba el peluche que él había ganado para mí semanas atrás (sí, lo había traído, porque aparentemente mi subconsciente romántico no tiene dignidad).

—¿Sabes qué es lo más raro de todo esto? —dije, rompiendo el silencio.

—¿Que no hemos discutido en tres horas?

—Eso también. Pero me refería a que estoy feliz.

—Eso no suena raro.

—Sí lo es, viniendo de ti.

—Ouch.

Sonreí.

Él rió también.

Y entonces, sin previo aviso, se quitó la mochila del hombro.

—Ahora sí puedo contarte el secreto —dijo, agachándose un poco.

Yo fruncí el ceño.

—¿Trajiste algo peligroso?

—Depende de lo que definas como peligroso.

Metió la mano en la mochila y, cuando la sacó, me quedé completamente muda.

Era una taza.

Mi taza.

O mejor dicho, una réplica exacta de mi taza favorita de Guardianes de la Galaxia, aquella que él había roto justo antes de nuestra ruptura.

—Liam… —susurré.

—Lo sé. No es la original, pero busqué hasta encontrar una igual.

—No puedo creer que hicieras esto.

—Créelo. Me tomó tres tiendas y un vendedor en línea que me odia.

Me reí entre lágrimas.

—Eres un idiota.

—Sí, pero un idiota con iniciativa.

Entonces noté que dentro de la taza había una nota doblada.

La saqué con manos temblorosas.

“Lo quieres volver a intentar?”

Levanté la vista.

Liam me miraba, sin su típica sonrisa confiada.

Solo con esa mirada sincera, vulnerable, la que me desarma cada vez.

—Emma… no te estoy pidiendo que olvides lo que pasó.

Solo que me dejes demostrarte que esta vez es diferente.

Sin app. Sin guiones. Sin cámaras.

El silencio se alargó.

El viento jugó con mi cabello, y por un segundo todo lo que escuché fue mi corazón latiendo demasiado rápido.

Di un paso hacia él.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.