Capítulo 32

La fiesta corporativa prometía ser aburrida: bocadillos raros, música de ascensor y discursos eternos del jefe. Pero Valeria ya sabía que, en su vida, el aburrimiento nunca duraba demasiado.

La sala estaba llena, todos con copas en mano, cuando alguien —probablemente Claudia— convenció al DJ de cambiar la música de fondo por reguetón clásico. En menos de cinco minutos, lo que debía ser una noche formal se convirtió en pista de baile improvisada.

Valeria trataba de mantenerse al margen, pero el coworker misterioso apareció con una sonrisa peligrosa y le tendió la mano.
—Si vas a reírte de mí, al menos hazlo bailando.

Y ahí estaba: Valeria, en medio de colegas y jefes, intentando bailar sin pisarle los pies. Todo iba relativamente bien… hasta que alguien empujó la mesa de tragos y una cascada de refrescos cayó directo sobre ellos.

Ambos quedaron empapados, riéndose como dos adolescentes. Fue en ese momento, entre servilletas, carcajadas y la mirada curiosa de media oficina, que él dijo algo que la dejó congelada:

—Valeria, creo que me gustas demasiado como para seguir escondiéndolo.

El caos alrededor parecía apagarse. No existían los charcos de soda, ni las miradas de chismosos, ni el jefe bailando descoordinado en la pista. Solo él, mirándola con una mezcla de nervios y sinceridad.

Ella sintió que el corazón le hacía un nudo, que las palabras se le atoraban en la garganta. Por primera vez, no sabía si reírse o salir corriendo.

Claudia apareció de la nada, le entregó una servilleta y susurró:
—Te lo dije.

Esa noche, Valeria escribió en su diario digital:
“El desastre siempre me persigue. Pero si el caos trae confesiones como esta… tal vez no sea tan malo.”