Citas, Secretos y Segundas Oportunidades

✨️CAPÍTULO 2: LA HERIDA Y LA PROMESA✨️

“Algunas despedidas dejan heridas, y algunos regresos traen promesas que uno nunca imaginó volver a escuchar.”

La tarde se teñía de tonos naranjas y rosados, el sol descendía despacio, pintando el cielo como si quisiera alargar un poco más el día. El aire era cálido, y cada paso que daba hacia el conjunto residencial me hacía sentir más ligera, como si por fin pudiera soltar el cansancio de la cafetería.

Y entonces lo vi.

Thomas.

Mi vecino de toda la vida y ese mejor amigo que alguna vez tuve. Estaba recargado contra la pared que daba a la entrada de las casas, un cigarrillo entre los dedos y la mirada perdida en el horizonte.

Me detuve unos segundos, incrédula. Hacía tres años que no lo veía, y sin embargo ahí estaba, con esa pose relajada y un aire distinto… se veía más maduro. Thomas ya estaba en su segundo año de universidad, y de alguna forma, eso se notaba.

Un aro plateado brillaba en su oreja izquierda, y cuando levantó la mano para apagar el cigarrillo, la manga de la camiseta se deslizó y me quedé sin palabras. Tenía un tatuaje que le cubría todo el brazo derecho, una manga completa que jamás había visto en él. Por la forma en que lo llevaba, intuía que no era el único.

—Thomas… —mi voz salió apenas como un susurro incrédulo.

Él tardó unos segundos en reaccionar, como si dudara entre quedarse o dar media vuelta. Finalmente, sonrió con cierta torpeza.

—Hola, Fifi.

—Vaya… —me salió sin pensarlo—. Definitivamente cambiaste.

Thomas arqueó una ceja, divertido.

—¿Eso es algo bueno o algo malo?

—Depende —respondí con una sonrisita cargada de nervios—. ¿Qué estudias ahora?

—Diseño y fotografía —contestó, metiendo las manos en los bolsillos con esa seguridad despreocupada que me descolocaba—. Siempre me gustó… ¿te acuerdas? Aunque supongo que en estos años ya lo habrás olvidado.

—No lo olvidé —me apresuré a decir. Recordaba perfectamente aquellas tardes de niños, cuando se pasaba horas con su cámara, capturando todo: el barrio, los vecinos, incluso a mí… sin que yo me diera cuenta.

—Pensé que… que no volverías —admití, intentando sonar neutral, aunque la herida de su ausencia seguía allí, abierta y punzante.

Thomas bajó la mirada. Su voz sonó grave, cargada de una sinceridad que me estremeció.

—Me fui porque no sabía cómo quedarme. Todo se sentía quebrado… después de lo de mamá, yo estaba hecho pedazos. Y tú… tú no merecías cargar con eso.

Apreté los labios con fuerza. Quise decir mil cosas, gritarle todas las veces que lo esperé, pero lo único que logré murmurar fue:

—Yo era tu amiga, Thomas. No necesitaba que fueras perfecto. Solo quería que… estuvieras. Que me dejaras darte mi apoyo.

Él me miró en silencio, como si esas palabras le hubieran devuelto algo que había perdido mucho tiempo atrás.

Caminamos juntos hasta la entrada del conjunto residencial. Al principio la charla fluyó con cautela, como si estuviéramos tanteando un terreno frágil, pero poco a poco se llenó de risas, como si el tiempo no hubiera pasado. Me contó de la universidad, hablamos de mis tíos, del vecindario que había cambiado tanto.

En algún momento me descubrí sonriendo demasiado. Era extraño… después de años de silencio, él seguía provocándome lo mismo de siempre: esa sensación cálida de tener a alguien que me entendía sin necesidad de palabras.

—Perdón por no escribir, o más bien por desaparecer —dijo de pronto, con un tono sincero—. Te prometo que esta vez no me iré sin decir nada.

No podía creer que yo estaba cediendo solo con esas palabras, cuando él me había herido tanto la última vez que hablamos. Lo miré de reojo, con el corazón acelerado.

—Más te vale —bromeé, intentando sonar ligera—, porque si lo haces otra vez… te voy a borrar de mi lista de mejores amigos.

Él soltó una carcajada y me empujó suavemente con el hombro, como solía hacer antes. Ese gesto pequeño me devolvió cientos de recuerdos, y por un instante, sentí que éramos los mismos de antes.

Aquella tarde marcó el inicio de algo nuevo. Sin darme cuenta, estaba empezando a reconstruir con Thomas lo que habíamos perdido. Lo que ninguno de los dos sospechaba era que esa amistad renovada pronto se transformaría en algo más.

—¿Puedo… tener tu número? —preguntó con cautela, sacando el celular del bolsillo.

—¿Mi número? —repetí, sorprendida.

—Sí… —bajó la mirada un segundo y luego me sostuvo con esos ojos llenos de chispa—. Esta vez no pienso desaparecer. Quiero hacerlo bien. Aunque solo sea para hablar, o… que me cuentes cómo te va en todo.

Me extendió el celular, esperando que escribiera mi número. Dudé un instante, pero la sinceridad en su voz y el leve temblor en su mano me convencieron.

—Está bien, guárdalo.

Tecleó con rapidez y segundos después mi propio teléfono vibró en el bolsillo.

—Ahí está. Te mandé un mensaje para que me guardes en tus contactos nuevamente.




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