Ciudad de papel

Capítulo 1

Abigail 
 


Coloqué la última caja encima de la mesa del salón, la muchacha entró buscándome con la mirada. Se acercó explicándome que vendría de vez en cuando para asegurarse de que todo iba bien. Me tendió las llaves y en cuanto las tuve en mi mano, sin mencionar nada, se alejó cerrando la puerta tras ella.

Exhalé el aire que había estado reteniendo, miré a mi alrededor con un sentimiento que me consumía, un sentimiento que desconocía. Las cajas apiladas me recordaban que tenía una nueva vida por delante, un nuevo comienzo lejos de casa, aunque también tenía en mente el trabajo que me costaría acomodar todo en su lugar.

Me tumbé en el sofá, miré al techo pensando en si había hecho lo correcto al elegir irme a un país extranjero para estudiar esa carrera. No había nadie quién pudiera venir a por mí si fallaba, si mi mente me derrumbaba por completo, pensé que mi madre tenía razón al decirme que no me fuera tan lejos de casa, pero era lo que necesitaba, un cambio de aires, debía tener la fuerza suficiente para continuar aún con el peso que llevaba en los hombros.

Me tapé la cara con las manos, miré a la terraza que tenía enfrente de mí y me levanté para asomarme a ver las vistas. En frente había un parque donde los niños jugaban mientras corrían de un lado a otro, sonreí dándome la vuelta a ver las cajas, mi cuerpo pedía un descanso del viaje, pero sabía que las cosas no se iban a colocar solas. Empecé a buscar las que estaban marcadas con una estrella, que tenían dentro mi ropa y lo que guardaría en mi habitación, noté la de libros antiguos que había recolectado a lo largo de mi adolescencia. Entré en la habitación dejando la caja encima de la cama, acomodé los libros en la estantería por tamaños recordando los momentos y la necesidad que me impulsó a comprar cada uno de ellos, algunos guardaban recuerdos melancólicos que se fracturaron con el tiempo, pero el sentimiento estaba ahí.

Noté uno que saqué con cuidado para leer el título, sonreí al leer La casa de Bernarda Alba, recordé lo mucho que me reí leyéndolo para el examen que tuve que hacer. Lo dejé en la estantería pensando en lo mucho que la echaría de menos, nunca me habría interesado en la lectura de no haber sido por ella, un sentimiento amargo me inundó al recordar todos los cambios que me estaban esperando, y tal vez, uno que no quise que llegara, era acabar el instituto sin que ella supiera lo importante que fue en mi vida, porque no fue una profesora corriente como el resto, era de las pocas que había mostrado preocupación por mi bienestar, aunque me gustaba pensar que era porque de verdad le importaba, pero en mi mente creía que era solo parte de su trabajo.

Se me llenaron los ojos de lágrimas, me sentía fuera de lugar en el piso, como si no debiera estar ahí. Me pasé los dedos por la cara, limpiando cualquier rastro de tristeza que intentara resurgir, me convencí a mí misma de que era una etapa que iba a tener que afrontar, al igual que muchas otras personas. Pensé en dar una vuelta por el barrio después de terminar de colocar las cosas, buscar alguna tienda barata donde comprar algún accesorio para las paredes, o incluso, para el piso en sí, y darle mi toque, mi esencia, intentar que se pareciera al lugar en el que me crie.

Me volví al salón para encontrar justo en frente una puerta blanca que sabía a dónde daba, por eso me decidí por ese piso. Abrí la puerta, la habitación estaba iluminada por una ventana que daba al tejado del edificio, sólo había un escritorio vacío donde había dejado algunas cajas con todos mis materiales de trabajo y algunas estanterías. Arrastré la mano por la pared lisa, ninguna imperfección, me acordé de que la dueña me había dado permiso para decorar a mi gusto, se notaban algunas manchas de humedad, un cambio de pintura no venía mal.

Me quedé de pie, enfrente del escritorio, debatiéndome en si seguir colocando o empezar con la decoración de la nueva sala de estudio. Observé los materiales, los fui sacando y colocando por la habitación mientras sonaba la música que elegí desde mi móvil. Empecé a bailar, dejándome guiar por la música, sin preocuparme si seguía el ritmo o parecía alguien que le estaba dando un paro cardíaco.

Abrí todas las ventanas y las puertas mientras las canciones pasaban, me enredé a colocar todo mientras me movía por toda la casa, me sentía libre, sin nadie que me dijera qué hacer, sin que se cuestionara cada paso que daba, por muy irregular o extraño que parecieran mis movimientos. Creé un concierto único y privado dejándome llevar, disfrutando de la sensación. Me dirigí al baño con las cajas para distribuir como pudiera lo poco que tenía. Agarré el cepillo como si fuera un micrófono, me fui desplazando por toda la casa cantando a todo pulmón, la canción acabó y volví a mi tarea con la melodía sonando en mi cabeza.

Terminé de acomodar las almohadas que me había dejado la muchacha para la cama, me tiré al sofá con el mando en la mano para curiosear un poco los canales que había, como era de esperar, la mayoría estaban en francés. Apagué la tele y me tumbé cerrando los ojos por un momento, pensé en las tardes en las que me tumbaba debajo de un árbol, como intentaba alcanzar los hilos rojos que se juntaban y se esparcían por las hojas mezclándose con el verde amarillento que traía el otoño. Alzaba los brazos lo más alto posible, imaginando como sería el tacto de esas fibras primaverales, sentir de alguna manera como estaban hechas de terciopelo, sedoso, y después de aburrirme pensando cómo eran las flores, miraba más arriba para escabullirme entre las nubes que teñían el cielo de blanco.

Un sentimiento amargo inundó mi pecho, echaba de menos mi casa. Me levanté del sofá apoyándome con las manos sin saber qué hacer, miré fijamente a la puerta debatiéndome conmigo misma en si seguir mi impulso o dejarlo apagarse. Fijé mi vista en la ventana del apartamento, las gotas se esparcían por el cristal, corrí y asomé la cabeza por la ventana. Estiré mi mano para alcanzar la lluvia, las gotas de agua se deslizaban entre mis dedos formando líneas casi invisibles.




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