Ciudad de papel

Capítulo 4

Abigail

Guardé todas las cosas que había utilizado en mi última del día, me levanté notando que Isha se había marchado, así que me encaminé a la salida sola hasta que sentí como se tiraban encima de mí haciendo que perdiera el balance por unos segundos antes de incorporarme y verla detrás de mí.

Caminamos hasta mi casa mientras hablábamos sobre la clase de historia del arte, intentábamos hablar lo máximo posible francés para acostumbrarnos a usarlo a diario, algo que a mi mente le costaba trabajo adaptarse a un idioma que no era el mío, y por mucho que se me diera bien el francés, a veces me quedaba en silencio porque no me acordaba de alguna palabra.

Me despedí de Isha antes de entrar al portal, solo iba a subir a comer antes de ir al otro lado del río. Preparé la comida con una rapidez que no era normal en mí, sin embargo, no podía dejar de pensar en todo lo que había visto, aquellas maravillas que pensé que eran fotos creadas por algún editor por el ordenador. Escuché como el microondas sonó sacándome de mis pensamientos, agarré el plato junto con un cubierto comiendo un poco por el camino hasta llegar a la mesa, intentando no ahogarme por mi prisa.

Cuando acabé dejé el plato en el fregadero con un poco de agua para limpiarlo después, al volver a casa. Agarré la bolsa de tela y salí del apartamento cerrando la puerta con llave, bajé las escaleras corriendo mirando el reloj, esperando a que el tranvía no hubiera pasado hace poco haciendo que mis piernas fueran casi corriendo.

Llegué a la estación con la respiración agitada, dificultando que el aire llegara a mis pulmones, inspiré con fuerza alejando la sensación de mi cuerpo. Miré hacia la pantalla donde pasaban pequeñas letras rojas que indicaban la llegada del tranvía en un par de minutos, así que me senté para descansar las piernas, aunque fuera por un momento antes de entrar entre la gente y luego volver a caminar un rato hasta llegar. Me puse música mientras esperaba, la gente se acumulaba a mi alrededor esperando impaciente a que llegara el tranvía que, después de casi media hora, se detuvo delante de mí.

Me subí al tranvía empujando a la gente lo menos posible para conseguir un hueco que no estuviera pegado a las puertas. Me escabullí entre la gente buscando algún sitio libre, me asomé por ambos lados hasta que vi un sitio en el que no había tanta gente y pude respirar un poco. Acerqué mi cuerpo pegándolo a la parte que conectaba los vagones del tranvía, sentándome en un trozo de metal que los unía, mi cuerpo sintió un cosquilleo cada vez que pasábamos por pequeños baches que había en la vía, el punto de unión se separaba y se acercaba produciendo movimientos que sentí en todo el cuerpo, algo que, para mi sorpresa, era agradable.

El cúmulo de gente fue disminuyendo a lo largo del trayecto, miré el móvil para asegurarme varias veces de cuál era la parada correcta en la que debía bajar. Me metí en mis redes sociales viendo como estaba mi familia, pero en la persona que más me fijé en esos últimos días era mi prima pequeña a través de lo poco que subía mi tía con ella, a veces hablaba con ella para que no se preocupara.

Ella fue la única que se había interesado en cualquier cosa que hice desde que era muy pequeña, se notaba el gran cariño que tenía hacia mí. Me acordé de las tardes que teníamos comida familiar, ella prefería sentarse conmigo a escucharme hablar sobre todas las ideas que se me habían ocurrido desde la última vez que nos veíamos, y solo ese pequeño gesto hacía que mi corazón se ablandara, porque nadie había mostrado tanto interés por lo que me apasionaba hasta que llegó mi pequeña florecilla, por eso vine a Nantes, porque ella fue el único apoyo que tuve, y merecía la pena arriesgarme para llegar a los más alto solo para verla sonreír y que supiera que ella podía hacer lo que quisiera.

Escuché como avisaban de que la próxima estación era donde tenía que bajar, me levanté hacia la salida chocando con algunas personas que bajaban en la misma parada. El tranvía se detuvo, dejé que la gente bajara para hacerlo, me di la vuelta viendo el puente que debía cruzar para llegar al otro lado del río. Caminé durante unos minutos observando el agua azulada que se encontraba debajo de mis pies, estaba llena de barcos amarrados a la orilla o algunos más pequeños que se movían por el agua llenos de gente que se asomaban por el camarote sacando fotos a la vista.

Giré a la derecha para ver de frente mi destino: Les machines de l'île. La Isla de las máquinas, una maravilla inspirada en Julio Verne y en los inventos de Leonardo da Vinci, haciendo posible aquella maravilla, pero sin duda, una de las cosas que más me llamó la atención antes de entrar al recinto fue el carrusel que había más allá, devolviéndome a un pasado de risas infantiles donde solo importaba la magia y el juego.

Me coloqué en la fila que se estaba formando para coger las entradas, agarré un folleto en inglés sin mirar, lo fui leyendo mientras la cola iba avanzando. Me impresioné por todo lo que me rodeaba, sobre todo cuando una de las máquinas empezó a ponerse en marcha, un gran elefante metálico empezó a mover la trompa y los ojos, la gente esperaba arriba para subir.

Alcé la vista para percibir el majestuoso aparato, un muchacho se subió a la maquinaria para que la gente entrara en las zonas más altas. Me moví por la fila mientras mis ojos seguían observando todo lo que había a mi alrededor, me giré hacia delante volviendo mi atención a la ventanilla que tenía delante para pagar el ticket. Busqué el dinero por la bolsa cuando alguien chocó conmigo, pero cuando levanté la vista no vi a nadie.

Entré con un grupo de turistas que estaban reunidos en la entrada, me fui lo más hacia delante que pude acoplándome entre la gente más baja. Nos enseñaron las máquinas que estaban expuestas al público ese día, la vegetación que acompañaba a las máquinas eran increíbles, aunque lo mejor fue ver como los más pequeños eran elegidos al azar para montar en las máquinas y dirigirlas, ver su alegría recorrer todo su cuerpo por la sencillez de mover una palanca o apretar un botón.




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