Abigail
Estaba tumbada en la cama exhausta después de ponerme al día con todo lo que habíamos dado esos días, pensé que arte sería más práctico que teórico, sin embargo, tampoco me desagradaba del todo. No quería moverme de la cama, pero tenía demasiadas cosas de las que aún debía ocuparme, con pereza me senté en la cama para levantarme, mi cuerpo estaba cansado, me sentía decaída.
Me dirigí a mi estudio escuchando la música que había dejado reproduciendo, la pintura del lienzo estaba seca, así que cogí mi paleta de colores para darle los últimos retoques. Me giré para cambiar la canción y noté un mensaje de Dániel. Sonreí al ver que me proponía ir a dar una vuelta, diciendo que quería llevarme a un lugar especial.
Acepté intrigada de dónde tenía pensado llevarme, me dijo que pasaría por mí dentro de dos horas. Esos días había quedado con Dániel para conocernos un poco mejor, era una persona bastante intrigante y que llamaba la atención por donde iba, me había hecho sentir muy cómoda estando con él.
Me fui a la habitación abriendo la puerta del armario de par en par buscando algo para ponerme, en mi mente veía muchas opciones, pero ninguna que me convenciera. Abrí todos los cajones sacando toda la ropa que se había ido amontonando de mala manera, reparé en una camisa al final del cajón, la saqué dándome cuenta de que era un vestido que me había regalado mi abuela antes de marcharme.
Lo saqué para plancharlo antes de ponérmelo, guardé todas las cosas de nuevo en su sitio, miré la hora alarmada al ver que me tenía que empezar a preparar o llegaría tarde. Planché el vestido antes de ir corriendo a la habitación a por la ropa y meterme en la ducha, dejando las cosas para más tarde, esperando a que me diera tiempo a recogerlas.
···
— ¿Dónde estás Abigail? — escuché a Dániel desde el otro lado de la línea.
Eché la cabeza hacia un lado peinándome con las manos los rizos creando la forma, me miré en el espejo haciendo los últimos retoques y quitando algunas arrugas del vestido.
—¿Estás ahí? — preguntó, parpadeé un par de veces antes de contestar.
—Sí, perdón, aún no he salido de casa— le dije un poco apenada. — Te mando la ubicación si quieres—.
Le mandé el mensaje mientras recogía rápidamente la casa intentando no ensuciarme con las manchas de pintura que había por el escritorio y en el suelo alrededor del lienzo. Coloqué los pinceles en el fregadero, agarré las cosas para limpiar un poco el estudio así que moví con cuidado el lienzo a la esquina de la habitación.
El sonido del timbre me sobresaltó, dejé la fregona en la cocina antes de acercarme al portero, pregunté dudosa quién era, sin embargo, me callé al escuchar la voz de Dániel. Me llamó varias veces preguntando si podía subir, le abrí la puerta mientras corría de un lado a otro de la casa intentando que se viera impecable.
Escuché unos golpes en la entrada, me giré con una sonrisa al verle apoyado en el marco de la puerta observando todo a su alrededor antes de detenerse en mí. Me dio un repaso varias veces antes de erguirse y pedirme permiso para entrar, asentí acercándome al sofá dejando un cojín que estaba tirado en el suelo, cerró la puerta detrás de él siguiendo mis pasos hasta el comedor.
— Estás preciosa— dijo sentándose en el sillón, enfrente de mí. — ¿Qué te apetece hacer? — Se quitó la chaqueta dejándola en el reposabrazos del sillón, se tumbó hacia atrás relajando su cuerpo.
— Pensé que ya tenías planeado a dónde iríamos— contesté sentándome a su lado en el reposabrazos del sofá, me tumbé hacia atrás soltando un suspiro, me pasé las manos por la cara como si eso fuera a eliminar lo que sentía.
— Lo tengo, pero no te veo muy animada— respondió echándose hacia delante.
— Me gustaría saber qué tienes planeado — comenté forzándome a hacer una pequeña sonrisa.
Dániel se levantó agarrando su chaqueta, me tendió la mano para ayudarme a levantarme. Me fui al baño a asegurarme de que estaba lista antes de coger la bolsa y salir de casa, bajé corriendo las escaleras mientras escuchaba su risa detrás de mí, inundando todo el piso.
Salí a la calle escuchando sus pasos acercándose a mí, me giré para verle un momento antes de que comenzáramos a andar. Observaba la calle reconociendo los puestos a ambos lados de la acera hasta que nos metió a un pequeño callejón, dos calles más tardes me había desubicado.
Le seguí preguntando adónde íbamos, la calle estaba casi vacía. Veía a ancianos andando lentamente o a algunos corredores que pasaban por la zona, a lo lejos pasaban los padres con sus pequeños que tiraban de ellos para ir más rápido. Dániel me detuvo de repente, intenté decir algo, pero solo escuché como me interrumpió.
— Un momento, kobrilys— comentó tapándome los ojos con sus manos. — Quiero que sea una sorpresa—.
Aún me resultaba extraño que me llamara así, no sabía qué significaba ni en qué idioma estaba hablando. Intenté apartar sus manos de mi cara mientras me hacía caminar, aunque dejé de hacerlo cuando me tropecé, cerré los ojos esperando a sentir el cemento, pero abrí los ojos al notar un brazo sujetándome por debajo del pecho.
— Ten cuidado, no quiero que te hagas daño— dijo volviendo a colocarme las dos manos en los ojos. — No seas impaciente, ya casi estamos—.
Suspiré con una sonrisa mientras retomábamos el paso a un ritmo algo lento, la paciencia se me acababa a cada paso que daba, esperando al momento en que pudiera ver hacia dónde íbamos.
Caminamos un rato más hasta que nos detuvimos, no había ruido a nuestro alrededor, lo único que escuchaba era el viento moviendo los árboles, como si fuera un brisa que acompañara una suave melodía.
Sentí como Dániel se daba la vuelta poniéndose enfrente de mí tapándome los ojos, le sujeté de las muñecas intentando apartar sus manos, al ver que no me funcionaba probé a quitar los dedos para ver algo que me diera una pista.