Abigail
Miré el móvil por cuarta vez en menos de un minuto, le había mandado varios mensajes a Dániel en los últimos días, no los había contestado aún, tampoco lo había visto y eso me estaba preocupando, él no era de ese tipo de personas, solo debía confiar en que todo estuviera bien.
Levanté la vista al café que tenía delante, la silla en frente de mí estaba vacía. Giré la cabeza para ver que Isha seguía esperando a su pedido, llevaba unos diez minutos esperando por la multitud de gente que había ese día. Vi como ella se acercaba a la barra a por su café antes de girarse hacia nuestra mesa, se movía despacio evitando a la gente para no derramarlo.
Lo colocó en la mesa con cuidado antes de sentarte delante de mí, observé como la mesa se agitaba mientras ella intentaba sentarse con el máximo cuidado posible. Quité algunos mensajes pendientes para leerlos luego, Isha apoyó sus brazos en la mesa ojeando mi móvil por encima, lo bloqueé a la vez que me tumbaba hacia atrás.
—¿Cómo estás Abigail? — preguntó acercando su vaso hacia ella, comenzó a soplar para que se enfriara, el humo se dirigía hacia mí.
— Bien, con muchos pedidos— respondí bebiendo un poco para evitar el tema, ella sabía un poco sobre la relación que tenía con gran parte de mi familia. — Por el resto bien, sigo con la sensación de estar perdida a cada paso que doy, pero es normal, supongo—.
— Abigail, llevas unas semanas en las que te cuesta centrarte, es algo más que tu familia— declaró con preocupación, dejó el café en la mesa para alargar su mano y colocarla encima de la mía de manera suave y delicada, como si en algún momento fuera capaz de romperme.
— Es complicado de explicar— contesté dirigiendo mi mirada hacia el interior de la cafetería.
— Tengo todo el día—.
Respiré hondo intentando controlar las emociones que querían salir a la luz, los ojos se llenaron de lágrimas que se acumulaban antes de que una se derramara, la limpié con rapidez levantando los muros que siempre construía, me costaba confiar en la gente que me rodeaba.
— Estoy harta, llevan años menospreciando mi esfuerzo— comencé a decir haciendo que el nudo en mi garganta creciera.— Recuerdo cuando...— Me callé al ser incapaz de hablar, Isha cogió la silla para ponerla a mi lado, me abrazó apoyando mi cabeza en su hombro, sentí como su mano me acariciaba el brazo mientras mi lágrimas dejaban un rastro de agua por mis mejillas.— Siempre guardaré la imagen de la mayoría de mis dibujos rotos en la basura, como halagaban a mi hermana por cualquier pequeño logro, ignorándome la mayor parte del tiempo—.
— Ya no estás sola cariño, ahora estoy contigo, y ellos ya no volverán a hacerte daño, están a kilómetros de aquí—.
— No puedo ignorarlos para siempre, al final encontrarán una manera de volver, como han hecho toda mi vida— repliqué molesta, me crucé de brazos aún con la cabeza apoyada en ella, me sentía más aliviada después de soltarlo.
— No lo voy a permitir, ya no estás sola Abigail, no te tienes que guardar todo hasta explotar— declaró con preocupación, bajó las cejas haciendo que sus ojos se volvieran un poco más pequeños.
Me sequé las lágrimas y me excusé para ir al baño a limpiarme un poco la cara, intentando relajarme por el camino para que mis ojos no se pusieran más rojos. Levanté las vistas notando como mis mejillas estaban sonrojadas, tenía unas marcas que no eran muy visibles por la cara, era fácil intuir que había llorado. Sonreí un poco al recordar las palabras de Isha, ya no estaba sola.
Recibí algunos mensajes de mis tíos que preferí dejar para leer más tarde, también vi un mensaje de Dániel para quedar esa noche en el mismo lugar de siempre. Suspiré aliviada al saber que no le había ocurrido nada preocupante, o por lo menos era lo que intuía.
Volví a la mesa con Isha después de contestarle, me relajé con ella mientras cambiábamos de tema para hacerme olvidar lo que habíamos hablado. Le conté un poco sobre Dániel evadiendo algunos detalles que serían difíciles de explicarle, apoyó la cabeza en su mano esperando a que siguiera contando.
···
— Perdón por la tardanza— escuché a mi espalda, la voz se acercó a medida que terminaba la frase, me giré para verle parado con las manos en los bolsillos. — ¿Vamos? —.
Le seguí haciendo la misma rutina que las dos últimas veces, me adentré al centro del carrusel esperando a que apareciera por la puerta de los trabajadores. Moví mi pierna en silencio mientras veía como Dániel aparecía acercándose a mí.
Me estrechó contra sus brazos dándome pequeñas caricias por la espalda, sus dedos provocaron una pequeña sacudida por todo el cuerpo, una corriente eléctrica que se extendía dándome esa sensación que siempre sentía cuando estaba con él.
Me separé de él cruzando el puente del Intermedio hasta el centro donde se conectaban todas las puertas, me paré en seco viendo hacia qué dirección iba. Me encaminé con él cuando se puso a mi altura, andamos en silencio, no podía articular ninguna palabra, no era el mejor día para mí.
— Te veo muy callada, ¿ha pasado algo que me quieras contar? — preguntó con la vista puesta en la luz que sobresalía de la puerta. — Sabes que no te voy a obligar a contármelo—.
— Mis padres — respondí tras un suspiro, quería que la respuesta fuera suficiente para él, porque no me apetecía hablar.
Me agarró la mano avanzando hasta la puerta, cruzó con rapidez sin detenerse, solo era capaz de ver un bosque de árboles que cruzaban las ramas entre sí, algunos creaban formas extraordinarias que se mezclaban con la vegetación. Las flores crecían en lugares oscuros o en altas ramas, lo que permitía que los pétalos cayeran lentamente, mezclados con la luz que se abría paso por las copas de los árboles.
— Espero que te guste el lugar que elegí para hoy— comentó alejándose del bosque, llegando a un pequeño prado, donde, a unos pocos pasos, había una pequeña casa.