Abigail
Dániel estaba a mi lado enseñándome algunas palabras para que pudiera comunicarme con Meia, ella estaba sentada enfrente de nosotros escuchándome para corregirme en la pronunciación de las palabras. Meia cosía con una sonrisa mientras nos oía practicar, se había acostumbrado a nuestras visitas, me gustaba ver la alegría que desprendía Dániel cada vez que íbamos.
Me movía de un lado a otro intentando recordar el pronunciamiento y las palabras de las frases que debía traducir para continuar con la conversación, no podía quedarme quieta. Mi mente hacía un esfuerzo por unir todas las palabras que sabía hasta aquel momento.
—¿Eust siegna kobrilýs? — pregunté girándome hacia Dániel, cambiando de tema. Su abuela levantó la cabeza mirándole atenta a la conversación.
— Lo siento Abigail, pero no te voy a decir su significado— respondió apoyando sus brazos en sus rodillas, echando todo su cuerpo hacia delante con una pequeña sonrisa. —Eres demasiado curiosa kobrilýs—.
Meia bajó la cabeza riéndose, negando con la cabeza sabiendo que había entendido que él se había negado a traducir la palabra. Avancé hacia ella quedando delante de ella, me agaché hasta que estuvimos al mismo nivel, la observé en silencio esperando a que levantara la cabeza.
—Meia, ¿eust siegna kobrilýs? —la interrogué con la esperanza de que ella me ayudara, sin embargo, vi como negaba la cabeza antes de volverse hacia Dániel. — Plies, Meia—.
—Sets io jario ud kolses ta vises qeo ceidan—susurró en mi oído mientras Dániel miraba frunciendo las cejas con extrañeza, como si no hubiera entendido bien lo que me había dicho.
La apreté un poco las manos como muestra de agradecimiento antes de erguirme de nuevo, Dániel se acercó a mi lado poniendo una mano en mi espalda. Se alejó para hablar con Meia durante unos minutos, llegó a mi lado para comentarme que ya era hora de marcharnos y debía despedirme.
—Adsis Meia, peserco erve ontro— comenté dándole un beso en la cabeza, separándome de ella para volver hacia Dániel que se dio la vuelta mientras salíamos por la puerta.
—Volveremos pronto— murmuró dándome un beso en la comisura de mis labios, sentí como mis mejillas se teñían de un rojo carmín.
Caminamos por el pasto hasta la puerta de luz, cruzamos hasta el Intermedio pasando por los distintos pozos que conectaban algunas puertas. Saltamos hacia arriba cayendo de pie en una planta más arriba de esta red de pasadizos, anduve de vuelta a casa, sin embargo, Dániel me detuvo sujetando mi muñeca.
— Tenemos tiempo para una excursión sorpresa— aseguró soltándome lentamente antes de subir al siguiente piso por el pozo, miré hacia arriba antes de imitarlo.
Me apoyé con las manos para no perder el equilibrio al erguirme, busqué con la mirada a Dániel, pero parecía que se había evaporado, hasta que le escuché decir mi nombre. Me giré para hallar de donde provenía su voz, le encontré con la cabeza asomada por uno de los portales con una sonrisa en la que se le marcaba un poco los hoyuelos.
Caminé cruzando la puerta, la luz me envolvía cada parte de mi cuerpo. Salí a una calle en la que no había nadie, las macetas colgaban de las paredes aferrándose a huecos entre las piedras. Bajé unas pequeñas escaleras moviendo la cabeza a ambos lados de la calle sin saber dónde había ido Dániel, me adentré entre la gente saltando un poco para mirar por encima del hombro, buscándole. La gente se chocaba conmigo quejándose de cómo estorbaba en el medio.
Sentí como me agarraban del brazo alejándome de la multitud, no podía ver entre tanta gente quién estaba tirando de mí. Me intenté soltar de su agarre, sin embargo, sentí como me levantaban en el aire sacándome de la acera a una calle por la que pasaban un par de personas. Pataleé intentando dar en algún punto débil, me removí para liberarme, pero en cuanto sentí los pies tocando el suelo, levanté la cabeza viendo a Dániel aguantándose una risa.
—No me hace gracia— declaré con molestia, me crucé de brazos evadiendo su mirada, pero Dániel me sujetó de la barbilla girando mi cara.
— Es bastante gracioso, sobre todo el ver como intentas enfadarte conmigo, pero tus pequeños hoyuelos y tu rojez te delatan— murmuró, su aliento rozaba mi cuello, un escalofrío me recorrió el cuerpo entero cuando me dio un pequeño beso en la zona por debajo de mi oreja. — Me kobrilýs— susurró a centímetros de mi boca antes de separarse.
Cruzó la calle saliendo a una calle que acababa en los alrededores de la ciudad, las casas se distribuían por el ancho del prado dejando grandes parcelas de cultivo de alimentos y la ganadería. Había gente trabajando la tierra, a lo lejos, un grupo de muchachos dentro de una parcela con caballos.
Observé sus pasos a lo lejos, tenía la cabeza cabizbaja pensando en lo que Meia me había dicho, un pájaro de colores, unos colores que son tan vivos que pueden cegarte. Pensé en todas las posibilidades posibles, las plumas entremezclándose entre sí formándose un arcoíris, levanté la cabeza mirando de reojo a Dániel, que caminaba delante de mí sin volverse hacia mí.
Dániel se giró hacia mí gritando a carcajadas que me diera prisa, se paró en seco en medio del acerado, caminé lentamente con la vista puesta en él, era como un juego de miradas que no iba a perder. Avanzó hacia mí con una sonrisa que se ensanchaba mientras aumentaba la velocidad, sin darme cuenta estaba delante de mí levantándome, girando sobre nosotros mismos.
Me colgó de su hombro a la vez que caminaba de vuelta, agaché la cabeza para no estar incómoda, vi cómo sus pies se movían por el acerado. Me fijé en las pequeñas baldosas que iban iluminándose a su paso, me recordaron a una foto hecha por una vieja cámara, de esas que se agitaban hasta que la imagen se veía con claridad. Observé cómo cada paso dejaba en el suelo pequeñas formas que no sabía que eran, nos detuvimos en seco lo que me dejó ver una silueta de un pequeño gato en uno de los pasos anteriores que poco a poco iba desapareciendo.