La soledad es uno de los mayores enemigos del ser humano. Si estás solo dejas de sentir la necesidad de comunicarte, si estás solo ya no buscas estar arreglado, piensas “¿para que hacer esto?”, constantemente. Te empiezas a sentir cansado, aunque no hayas hecho nada, vagas por las habitaciones en completo silencio mirando sin mirar, con la cabeza completamente en blanco.
Muerto por dentro.
Somos seres sociales y para nuestra especie la carencia de compañía es un arma mortal. Cansa tu cuerpo, tu cabeza, y, si eres espiritista, también tu alma.
Quizás más peligroso que todo lo anterior es sentirse solo estando acompañado, un vacío que con el paso de los años es más complicado de llenar. Alguien que se ahoga porque no encuentra en las personas lo que necesita.
Lien trataba de llenar ese vacío a toda costa, necesitaba alguna cosa que arreglara lo que la vida le rompió. Quizás eso no lo reparaba, pero podía olvidar por unos momentos su dolor.
Por eso llevaba varios días tomando alcohol como sí que de agua se tratase, no podía parar, aunque quisiese. El problema se encontraba en qué incluso estando borracho, vagaba en las habitaciones de la casa, parándose en la puerta como sí que se tratara de un vampiro al que no invitaron a pasar. En esos momentos observaba con mucho detenimiento el lugar, tratando de recordar las risas y los lindos momentos que había pasado.
La cama destendida, su perfume inundando la habitación, los papeles desparramados en el escritorio. Podría estar ahí toda la noche, había veces que quería acostarse en la cama de esa muchacha, para recordar su perfume y su calor, podía contar con una mano las veces que lo hizo, pero no quería repetirlo constantemente, puesto que tenía miedo de que su perfume desapareciera y con eso los recuerdos que compartieron.
Esos recuerdos de los momentos en los que sintió que estaba a punto de tenerlo todo. Y esa era la clave, siempre estaba a punto, pero nunca lo tenía.
La resaca lo dejaba destrozando al día siguiente, pero no paraba de embriagarse. Era un ciclo masoquista del que no podía salir y tampoco quería. Había un punto en el que no estaba seguro por qué seguía haciendo esas cosas, si después de todo hacía lo mismo estando ebrio o sobrio. Observaba el pasado y el cómo lo había arruinado.
Estaba tan concentrado en el pasado que poco a poco comenzaba a perderse, sus horarios de sueño habían sido volteados y no era consciente ni de qué día era o si quiera de la hora.
En ese momento se encontraba precisamente en esa parte del ciclo, en la que todo el cuerpo le dolía y cada sonido que escuchaba le recordaba lo que era el infierno. Como siempre, lo que tomó la noche anterior había sido demasiado. Recién se despertaba y bastante ido, tenía muchas ganas de vomitar.
Después de unos segundos se percató de que no se encontraba en el departamento prestado por la editorial. Ese al que fue invitado a pasar primero por la “caballerosidad” de su compañera, dónde sentía su perfume, donde escuchaba su risa, dónde se autoflagelaba por él.
Se percató que tenía una vía, la garganta le dolía mucho, durante unos segundos trató de razonar y entender lo que sucedía. Se sentía débil y confundido, su capacidad de observación y raciocinio había sido ligeramente bloqueada. No estaba seguro si por sus malas horas de sueño o por el alcohol.
Dormir no era una opción para él, ya que cada vez que intentaba apoyar la cabeza en la almohada se sobresaltaba con los gritos desesperados de la que fue su compañera. Claro, no eran reales, solo era la imagen de cómo se veía el día que la perdió.
Suspiró, necesitaba recuperar un poco de esa facultad, se concentró en todas las pistas que le daban su cerebro, tratando de discernir entre dónde comenzaba sus fantasías y dónde se hallaba la realidad. Un buen comienzo era pensar a qué se debía el dolor que sentía en el cuerpo.
<<Estoy en el hospital... >>pensó con los ojos cerrados. <<Este dolor es del lavado gástrico... me intoxiqué. Pero, ¿quién me trajo? Vivo solo, me recluyo para tomar… ¿quién informó de mi estado? >>se preguntó confundido.
La perilla de la puerta se movió, por lo que de inmediato trató de fingir estar dormido. ¿Por qué? No sabía, se había vuelto irracional. Escuchó un par de pasos, se preguntó de quien sería.
—Maira, está muy grave —escuchó la voz del policía de la interpol, parecía estar suplicando.
—No es cierto —escuchó la voz de la jefa de detectives—. Le hicieron un lavado gástrico, le dolerá mucho la garganta, pero estará bien... —hizo una pausa larga en la que el escritor comenzó a temblar—. Alan, no me mires así.
—Detective Paz, si no se da cuenta como amiga, creo que lo tendrá que hacer como lo hace en su profesión. Morales tiene un serio problema con la bebida y está deprimido, necesita ir a rehabilitación y ayuda para poder superar el trauma que supuso perder a Sánchez. No era solo su compañera, era obvio que el vínculo que tenían era mucho más fuerte.
Hubo otro silencio, no sabía si era de reconciliación, de meditación o la calma antes de la tempestad. Ahora que fingía estar dormido no podía abrir los ojos sin más.
—Sé que intenta hacerme ver el problema de forma objetiva, pero tristemente me es imposible. Este trabajo me lo dejó mi compi, a mí, no a vos. Ella preferiría que yo lo ayudará —su voz sonaba triste—. Está pasando por un momento difícil, la depresión lo está tratando de alcanzar, pero sé que él es fuerte y que logrará sobreponerse. Nosotros estamos acá para apoyarlo.
—Claro, esto no tiene nada que ver con tus enormes deseos de venganza… de un ojo por ojo —se notaba el sarcasmo de su voz. Escuchó un gruñido, asumió que era de parte de Alan, él se fue rápidamente de la habitación, lo sabía por los pasos.
—Alan estamos grandes —escuchó los pasos de Maira detrás de los de él mientras su voz se alejaba—. No podemos pelear como niños.
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amor y venganza, misterios de familia, sueños y pesadillas...
Editado: 04.12.2020