Ciudad del Alquimista

La chica nueva. Parte 2

Aiden y Maika se quedaron fuera del salón tal y como les pidió la intimidante profesora. Unos pocos segundos habían pasado y el extraño silencio era casi insoportable para el chico.

–Ejeje... ¿Quieres saber por qué llevo esto? –Riendo de manera incómoda metió su mano en el bolsillo del pantalón para tomar el recipiente con las píldoras.

Lo puso a la altura de sus hombros para que la curiosa chica pueda verlo claramente y comenzó sacudirlo haciendo rebotar los contenidos.

–¡EhK! No, ¡No realmente! –Respondió la chica de inmediato a la pregunta.

La razón por la que Aiden dijo eso fue por la molesta sensación de alguien observándote y es aún más molesta cuando el que te observa está justo a tu lado, en ese sentido podía entender porque ella se molestó antes.

Maika había estado mirándolo fijamente con una expresión bastante intrigada, es como si dijera: ¿Qué es eso? ¿De qué están hablando? ¡Quiero saberrrr!

Su intento por esconder ese hecho solo la hace parecer una niña ante sus ojos.

«Su personalidad es algo diferente de lo que imaginé» Pensó Aiden, seguido por un gesto fingiendo aclararse la voz y continuó.

–Había una vez un niño que toda su vida, bueno, precisamente desde que tiene recuerdos veía cosas que otras personas no parecían percatarse que estaban allí.

En su experiencia y en la lectura de personalidad hasta el momento de la chica en frente de él determinó que ese era el mejor método para explicar esta particularidad suya.

–¿Veía fantasmas y esas cosas? –preguntó Maika, genuinamente interesada por las tonterías que Aiden balbuceaba.

–Uhm… ¿¡Cómo el que detrás de ti!? ¡Boo…!

No hubo reacción por parte de la chica, solo una expresión blanca por un segundo que pareció minutos para Aiden. Este comenzaba a preocuparse: «¿Habré hecho una mala lectura de su personalidad?» Pensó el joven –la respuesta era sí, por supuesto– hasta que...

–Hahahahaaa… Ah..ah…

El sorprendido resultó ser él. La risa de Maika fue tal que esta vez Aiden necesitó de una verdadera aclaración de garganta antes de continuar. No sabía si sentirse avergonzado o bien consigo mismo.

–…No, no fantasmas, hadas u otros espíritus, nada de esas cosas de la fantasía. Lo que veo es similar al humo, solo que completamente negro, como pincelazos de pintura negra sobre la imagen. Eso es lo que perciben mis ojos. Nunca me dijeron que era lo que estaba mal conmigo. El diagnóstico que más escuche era: Posiblemente hay algo mal en la conexión entre mi cerebro y mis nervios ópticos, pero no detectaban exactamente lo que estaba mal, por lo que debía ser algo psicológico.

A diferencia de las palabras de antes, llenas de entusiasmo y energía, para el final del discurso Aiden sonaba con un tono distinto, casi melancólico, como si recordara nítidamente cada día de los que hablaba.

Maika se dedicó únicamente a escuchar atentamente a Aiden.

–Ese humo negro comenzó a flotar a tu alrededor de coincidencia, esa fue la razón por la que cuando me detuve de repente, lo siento.

La voz de la profesora podía escucharse dirigiéndose a los otros estudiantes dentro del salón. Aiden dejó escapar un profundo suspiro y continuó.

–Ahora entiendo. Lo pasado es pasado y lo hecho hecho está. ¿Aiden, no? Te perdono solo porque me agradas.

«Creo que también merezco una disculpa, pero... Oh, bueno, ¿Qué más da? No es justo, pero a las chicas lindas, supongo, se les persona ciertas cosas más fácil que a alguien como mi persona. Vaya compas moral, yo.»

–Gracias por entender –dijo el joven y, afirmando las palabras en su corazón, continuó con naturalidad, como si todo estuviera correcto–. Hoy en día no ocurre seguido, cuando pasa sin embargo tengo que tomar esto.

Aiden sacudió el frasco nuevamente y las píldoras celestes dentro rebotaban haciendo un leve sonido.

Era algo natural para Aiden, siempre tenía que llevar esos medicamentos consigo, esa es una regla para él.

Siempre estuvo realizando algún tratamiento, exámenes en una fría habitación de hospital o en terapia con diferentes expertos. Psicólogos, psiquiatras, psicoanalistas, neurólogos, tú nómbralos; los vio a todos pero nada resultó. Ni siquiera los análisis hechos por súper avanzadas e inmensas máquinas que analizan las ondas cerebrales sacadas directamente de alguna obra de ciencia ficción pudieron demostrar algún tipo daño o mal funcionamiento en su cerebro.

La salud física y mental de Aiden era más que óptima, pero nunca hubo una solución para su problema. Actualmente toma esos medicamentos, que por cierto detesta, debido a que son extremadamente fuertes y la sensación que tiene después de tomarlos era una desagradable. Las pequeñas pildoras celestes eran, por supuesto, fabricadas en algún laboratorio de esta cuidad. Sin embargo desconocía el lugar exacto, solo llegan a él sin falta.

Cuando a veces eso no era suficiente las complementaba con varios ejercicios de relajación y concentración, como vimos anteriormente, que aprendió de sus muchas visitas con terapistas y traumatólogos.

–Ya veo. Tú también lo tienes difícil, a tu manera.

El momento siguiente a las palabras de Maika las puertas enfrente de ellos se abrieron y la profesora, Mary, salió acompañada de otra estudiante.

–Así como lo escuchaste, a partir de hoy ella es otra estudiante aquí. Y como futuros compañeros, bueno vecinos de salón, quiero que tú seas quién le enseñe lo básico sobre este lugar, ¿de acuerdo? –dijo Mary con su tono de profesora con ambos brazos cruzados y dando señales con su mano izquierda–. En el 2C no conozco a nadie y como también fuiste delegada el año pasado sé que puedo contar con tu ayuda, ¿verdad, Blair?

«¿¿Entonces para qué me llamaste a tu oficina si igual se lo encargaste a Blair? ¿¿¿Solo para cargar tus libros, quien usa tantos libros hoy en día?? ¡Para eso está la maldita nube!» Fueron las palabras que resonaron en el corazón de nuestro protagonista, que no se atrevía a pronunciar frente a la tiránica maestra.




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