Ciudad del Alquimista

Demonio. Parte 2

Eran alas como las de un verdadero demonio.

Aberrantes, nauseabundas y violentas. Podían verse pulsaciones, como las de un ser vivo en ellas. Con cada expansión un tono verdoso era ligeramente perceptible.

Maika observó sin poder creer lo que veía; no, sin querer creerlo, cada segundo en que Aiden, sin hacer ningún sonido, sin decir siquiera una palabra, se convertía en eso.

El dolor en su pecho crecía de igual manera que las alas de Aiden. Ese no era el Aiden que conocía. Se había convertido un monstruo.

Las alas negras alcanzaron más de quince metros y continuaban creciendo. La neblina a su alrededor se movían de forma aberrante transmitiendo una sensación horrible y angustiosa.

El cuerpo de Aiden se enderezó por completo de manera antinatural por las alas creciendo de su espalda. Mantuvo la cabeza baja todo el tiempo, su cabello recaía sobre su rostro ocultando su mirada perdida.

Aiden levantó su mano izquierda. A exactamente el mismo tiempo el ángel cargó hacia Aiden con tal velocidad que desapareció de la vista de Maika. A la par que levantó su brazo un objeto puntiagudo similar a una lanza apareció en el aire de un metro y medio aproximadamente de largo, grosor tal vez uno o dos centímetros en la punta que gradualmente se iba engrosando hasta ser de unos cuarenta y cinco centímetros. Más que una lanza reflejaba la apariencia  de un cuerpo geométrico.

—¡¿tyOMCO...wrETÖ!!

Todo ocurrió en mucho menos de una centésima de fracción de segundo. La lanza se había incrustado unos centímetros por encima del abdomen. Mientras cargaba con una súper velocidad que incluso dejó atrás al sonido, el cuerpo del ángel pasó a través de la lanza que era igual a un objeto sólido.

Apuñalado no era la expresión correcta, la lanza únicamente estaba allí, estática en el aire, y al volar a una velocidad superior al sonido no pudo esquivar el objeto en medio del camino que obstruía su paso.

—pfg.ALÄSyyhr ¡¿QUE 3g6ERES?!

Aiden levantó ligeramente su cabeza, no había forma de saber si había entendido lo que el ángel dijo o solo reaccionó a la repulsiva voz que emitió.

Con la mirada perdida se mantuvo en la misma posición por varios segundos y las alas en su espalda empezaron a agitarse, moviéndose de un lado a otro estruendosamente. Chocando entre ellas y con los edificios, destruyendo todo a su paso. Grandes trozos de concreto, vidrio e increíblemente resistentes vigas de metal volaban por lo cielos. Hablaban por si solas con acciones, era como si dijeran que había llegado al límite en que podían estar en este mundo.

El ángel cayó impotente y vencido al desaparecer la lanza que lo mantenía en el aire, y de igual manera, siguiendo al ángel, Aiden cayó, de cara primero al suelo, inconsciente.

Las monstruosas protuberancias continuaron chocando entre sí y azotando el suelo unos momento hasta que finalmente, las alas creciendo de la espalda de Aiden al igual que el viento negro a su alrededor empezaron a esfumarse hasta que desaparecieron por completo, haciendo parecer la escena de hace solo unos momentos como sólo una pesadilla.

Maika se arrastraba hacia Aiden como podía, tenía que hacer algo rápido, se estaba desangrando. En ese momento, el que su desesperación era la mayor que había sentido hasta ahora, una voz llegó a sus oídos, la misma que ayudó a Aiden antes y una que le era familiar.

—Cielos, que espectáculo.

En medio de la destrucción había aparecido una persona vistiendo una bata de laboratorio, más precisamente junto al inconsciente Aiden.

—¡Maestro! —dijo Maika, angustiada.

—Tranquila, Maika. Voy a salvarlo. Por ustedes que decidí intervenir después de todo. No puedo dejar perder una pieza tan valiosa.

El maestro de Maika se agachó y le inyectó de un brusco movimiento un cóctel de drogas a Aiden.

—Eres mi espada, creo que es buen momento de conseguir un escudo —dijo dirigiéndose a Maika—. Ahora, sigue mis instrucciones y el chico será salvado.

Las palabras viniendo de esa persona lograron apaciguar, más que sea un poco, su preocupación. Su preocupación había sido tal que hasta llegó a sentir su estoma revolverse; así de poderosa fue la tormenta en el pecho de Maika.

—Sin embargo —añadió el maestro de Maika—, es una pena.

Como si esperase la señal de sus palabras, el cuerpo sin vida del ángel reaccionó de manera extraña, incluso para los estándares de todo lo que había pasado.

—Era una buena oportunidad para estudiar al homúnculo. Parece que no será posible esta vez.

Comenzó en el área del pecho, donde había sido penetrado, como si presenciaran una reacción química o si un ácido muy potente hubiera sido untado en los contornos de agujero, el cuerpo del ángel fue carcomido lentamente desde dentro hacia afuera.

No había residuo alguno, era como si millones de criaturas microscópicas devoraran hacia otra dimensión el material que componía el cuerpo del monstruo. Continuó así por un uno o dos minutos hasta quedar reducido a nada, ni siquiera a polvo.

Incluso Maika, con lo alarmada que estaba por Aiden, no pudo evitar observar el proceso con atención.

—Maestro, ¿qué acaba de ocurrir?

—Lo sabía... Ha..haha…¡Hahahahaha! No estaba equivocado. Esto es. Es justamente el poder que necesito —Ignorando a Maika, el hombre rió y procedió a gritar a los cielos—. ¿Querían causar un alboroto en mi territorio? ¿Forzarme a actuar? ¡Ja! ¿¡Pues que les parece, malditos enemigos míos!? No solo ayudaron al despertar del chico, pero lo pusieron en la palma de mi mano.

Apretó su puño con todas sus fuerzas. Al cabo de unos segundos lo relajó. Procedió a cargar entre sus brazos al chico medio muerte a sus pies.

—Vamos, Maika. Debemos salvarlo, no importa el costo.

Le preocupaba su reacción y no entender a que se refería ni a quién le hablaba, pero había un asunto más importante presente en su mente y eso era, por supuesto, Aiden. Al menos con su maestro aquí Aiden no corría peligro morir de repente, pensó la chica, y finalmente pudo soltar un ligero suspiro de alivio. Maika se acercó al chico inconsciente, verlo en ese estado le partía el corazón por alguna razón que no hallaba palabras para expresar. 




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