Ciudad Evanescente

IX. Aurora

2:55:09 horas antes del impacto


Olvido…esa es la palabra correcta, aunque mi nombre quedó perdido en aquellos códigos de barras tan obsoletos como el Tercer Planeta.


—Obliana… ¿Señorita?


Intento entreabrir los ojos. Mis párpados pesan más que nunca en este momento. Viajar en la “contracción” ha sido mi trabajo desde que tengo memoria. Primero para ayudar, luego para servir. A fin de cuentas ese es el trabajo de una princesa. Ser la esperanza para su pueblo.


—Señor, según las estimaciones de Tannos, el impacto se producirá en 2 horas treinta minutos aproximadamente.


El Comandante responde algo que para el cansancio de mi sistema auditivo es inteligible.  Una de las desventajas de ser un “Portador”. Cada proeza requiere un sacrifico. Una ofrenda sin nombre para un bien mayor.

 

Primero fueron mis ojos, a la edad de quince años abandoné el mundo de los colores y las extrañas flores del Palacio de Medianoche. Luego serían mis manos, mis piernas y finalmente la audición. Solo conservaba casi el cien por ciento de mi cerebro y eso solo porque facilitaba luchar con las “turbulencias” dentro de la contracción.


—Lo has hecho muy bien, Obliana.


Fue lo que quise entender cuando el flujo de transistores se ralentizó en las partes orgánicas de mi cuerpo. No conocía lo que era el llanto, pero juro que algo parecido al cristal se derramaba por el tejido en mi rostro cuando la sombra de una gran mancha verde se hizo presente en la Contracción.


«Surcada por ríos artificiales, aislada sobre la gravedad entre columnas de finas agujas, la llaman la ciudad de los evanescentes, el único sitio donde no está prohibido soñar.»




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