Ciudad Evanescente

XII. Leo

6:10:08 minutos antes del impacto


La belleza de no sentir nada será la diferencia entre perecer o sobrevivir. Ahora tengo más seguridad de ello. Solo faltan minutos mientras lo que queda de Heran se sacude en busca de una esperanza que no llega. 


— ¿Qué haces tonto?


Un rostro desconocido y medio corroído por la radiación me cuestiona. No respondo. Nunca lo he hecho realmente. Para alguien acostumbrado al caos y la oscuridad esto es solo un festín. Nunca había podido estar en el Octavo Nivel. Mi hogar, por describirlo de alguna manera, siempre ha sido en el Nivel Doce, donde ni siquiera la luz del tercer Sol pudo llegar alguna vez.


“Su hijo tiene superdotación de consciencia. No califica para ser un “Portador” pero tampoco puede seguir en la Superficie”.


Aquellas viejas palabras regresan a mí mientras camino en medio de la niebla sílice. Las calles del Octavo Nivel parecen más un parque de juegos que un descontrolado laberinto. Tengo tanta curiosidad que he dejado de pensar en el tiempo.


— ¿Señor, está solo?


Una figura menuda y de pies descalzos consigue mi distorsionada atención. Ese es el mayor inconveniente de ser un Superdotado. Los límites entre lo real y lo ficticio se unen con la misma velocidad que Epsilon devora ciudades enteras.


—Señor ¿Usted también puedo verlo verdad?


La criatura de ojos amarillentos señala algún punto sobre mi cabeza. Entonces comprendo todo. La sonrisa que se forma bajo la mascarilla lo atestigua. El reflejo verde de una gran mancha se transparenta en el domo. 


No puede ser un sueño totalmente. No cuando la contracción está tan cerca de llegar a Ciudad Evanescente.

 

 

 

 




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