Princesa Obliana
Vacío… superficie gris acero donde los restos del polvo cósmico solían crear la niebla. La contracción se detiene y nuestros mundos convergen en un solo haz de luz. Una señal silenciosa para volver a empezar de cero. Navego a través de los haces de la supernova. Puedo reconocer la historia del Cuarto Siglo y parte de lo que apreciaron los habitantes de la Tierra antes de la primera contracción.
Para mí es complicado experimentar todas las sensaciones a la vez. El desespero, la frustración, el odio, la ira, la codicia, la envidia…Ah…pero cuando las esferas del universo vuelven a girar la punzada en mi cabeza se hace soportable. Puedo reconocer lo que se siente sonreír y observar al ser amado. Puedo reconocer lo que una madre le susurra a su hijo aun cuando no ha dejado el calor de su vientre. Puedo correr bajo la lluvia limpia en un cielo azul surcado de islas flotantes.
Respiro el aire libre de contaminación y es una bendición reconocer aquellas construcciones que fueron relevantes para la civilización terrícola. Para la madre de nuestra propia civilización. Una torre puntiaguda en medio de una ciudad bordeada de campos. Un edificio cuya forma ha sido distorsionada por la gravedad pero que continúan recorriendo los metros supersónicos como una gran manzana.
Esa es otra experiencia que disfruto…el sabor de los productos de árboles con auténticas hojas de varios colores. Los ojos del arcoíris, la sucesión de los días y las noches por un único Sol. Así se siente la esperanza y la cómoda normalidad antes del fin de la Tierra.
Antes me preguntaba cómo sería posible encontrar la solución a nuestro problema más acuciante. Cómo ganar una guerra contra los propios ciudadanos de un sistema decadente. Nunca pensé que la respuesta estuviera dentro de cada corazón, dentro de cada ser que se resiste a bajar la cabeza y aceptar lo que los terrícolas llamaban destino.
Camino por las calles ahora vacías de la “ciudad prometida”, encuentro placentera la caricia del viento en mis mejillas mojadas. Mi espalda está sangrando. El estandarte de la guerra sigue sobre mi rota sonrisa, pero mis sentidos han vuelto a cargarse al cien por cien. Yo no soy totalmente de esa especie. Yo no podría llamarme humana cuando en secreto sigo siendo demasiado egoísta. La presión del otro lado de la Grieta solo hace visible el “Holos” por el que la Citizen desparecerá y la mancha verde donde me encuentro ahora ocupará su lugar. Ya visualizo los primeros transbordadores.
No todos los sueños se pueden hacer realidad. No todos los castillos que puede construir mi imaginación tendrán su recompensa. Aun así hundo mis pies descalzos en el pavimento e inspiro el olor de la victoria. Sobre mi cabeza se alza lo que llamaré hogar. Entre mis manos la espada que traerá la redención.
Observo el descenso a través de la Grieta y la sonrisa enorme de los sobrevivientes de la contracción. Reconozco aquellos que presionaron hasta el límite de mis fuerzas, aquellos que estoicamente creyeron en la esperanza del milagro evanescente.
Una chica pellirroja, una sacerdotisa de la Torre Blanca, los niños correteando alrededor de la guerrera de cabello celeste que no para de interrogarme con la mirada, los signos de las doce lunas en los antiguos residentes del Nivel Ocho, o quizás, solo quizás la sonrisa torcida del príncipe Elton. Todos están aquí. Todos pasaron la prueba y aun me pregunto si merezco tanto.
—Princesa, hemos comprobado el perímetro de la ciudad. No existen señales de formas inteligentes o actividad radiactiva. Si la leyenda es real, esta mancha verde es Ciudad Evanescente.
Asiento en dirección al Comandante. Los últimos segundos de tiempo lunar corren con lentitud mientras encuentro mi reflejo en las miradas de todos los presentes. Cuentan alrededor de doscientos sobrevivientes. Qué ironía, los más impredecibles consiguieron sobrevivir, como esas extrañas flores del Palacio de Medianoche.
—Evacuen cada transbordador antes de avanzar hacia el Palacio de Cristal.
Mi voz me sorprende después de tanto tiempo en desuso. Ha disminuido unas octavas y ahora comprendo las consecuencias de habitar demasiado dentro de la esfera de Psique. Aunque cada espacio ante mis ojos haya sido explorado por la Aurora Evanescente, sé que algo importante pasa inadvertido.
— ¿Y usted princesa, no nos acompañará?
El Comandante insiste ante el grupo que se despoja de las últimas mascarillas anti-radiactividad. Es una bendición contemplar los rostros sin aquel pesado artilugio, pero no puedo evitar preocuparme por un futuro donde los errores nos pueden costar un alto precio.
—Adelántense ustedes. Hay algo que tengo que comprobar.
No espero una confirmación para dirigirme en dirección opuesta a lo que será mi familia en breve. Para mí es extraño, la sensación de ser observada desde que el impacto sellara la Grieta logra desconcertarme. Sigo a tientas por lo que alguna vez fue una avenida. Sobre mis hombros se alza la sombra de un nudo de autopistas y negocios cerrados. No sé cuánto trascurre hasta que la línea del horizonte se colorea de un naranja semejante al del estandarte cruzado. Algunos patrones me recuerdan a la Citizen y otros no. Aun cuando quiera decirle a mi pueblo que todo estará bien en este presente, el vacío parece absorberme más allá de la realidad ante mis ojos.