Mi nombre es Gené, Gené Larsson y tengo dieciocho años. Siempre he vivido en este pueblo, Stevenson Ranch (Los Ángeles, California), bastante grande, concurrido. Nunca fui muy sociable, yo misma soy consciente de eso, y tampoco es algo que me moleste o lleve como una carga a mis espaldas... esa es una de las muchas razones por la que decidí estudiar psicología, quizás la única forma de comprenderme a mí misma.
Desde que mis padres se divorciaron hace seis años, vivo con Kara... mi madre, una asistente social que lleva casos de familias de presidiarios no muy comunes, por decirlo de forma sutil. Ella se casó hace poco más de un año con Larry Connor, promotor inmobiliario, también divorciado y con dos hijos, uno de mi edad llamado Gabriel y otro un par de años mayor llamado Zion, a los cuales aún no conocía ya que ni siquiera se dignaron en asistir a la boda tras una discusión con su padre.
Como era habitual, me levanté, duché y embutí en mis tejanos pitillo, sudadera roja y playeras Converse del mismo color. Sin apenas tiempo de peinarme, me recogí un moño mal hecho, agarré la mochila y salí de la casa comiéndome una manzana... no había tiempo de desayunar:
—Adiós mamá, chao... Larry —grité al cerrar la puerta.
Subí a la bici y marché a prisa a la universidad, Ell y Ash me esperaban.
Aparqué en el estacionamiento habilitado para estos tipos de transportes y continué por el camino empedrado hasta llegar a la puerta. Respiré profundo antes de entrar. La universidad me agobiaba bastante aunque por momentos, sólo la cercanía de Elliot y Ashley, mis dos mejores y únicos amigos, me ayudaban a sobre llevar ese primer año.
—¡Ey nena! —grita Elliot.
—¡Ey!, buenos días… ¿llegamos temprano?. ¿Qué pasa con la gente? Esto está muerto.
—Un fin de semana muy pesado —se frota la cabeza.— No tardarán en salir de sus cuevas, nena.
—¿Y Ashley?
—Ash se perdió —rió.
—Me imagino. “Ningún perdido por voluntad propia se pierde” ¿Dónde anda esta vez?.
—Imagínate.
—Ufff... otra vez. Que poco se quiere.
En ese momento aparece Ash despeinada y estirán-dose la falda como si nada. Parece agitada y nerviosa:
—Hola mis amores.—me mira para que calle antes de decir nada, como si me hubiera leído la mente.— Nena, ni se te ocurra decirme nada de los pelos... tú no estás mucho mejor.—sonríe.—Al menos yo me di el homenaje matutino... como lo hace ese hombre ¡muero!.
—Ash, no es necesario que seas tan explícita con tu rutina diaria, ni tan cruel con mi falta de… —sonrío de lado.
—Alto chicas.—pide Elliot alzando las manos.—Ash, no se habla del pan delante del hambriento. Estamos a dos velas.—comenzaron a reír mientras retomábamos el camino al aula.
—Ell, tú porque quieres. Que te pase una de las suyas Price, en cuanto a ti, nena.—me señala con el dedo.—Eres tan sumamente antisocial que eres misión imposible.
—No es cierto. Ash... eres...-
—Incorregible, lo sé. Nena, lo que se vayan a comer los gusanos que lo gocen los cristianos.—me guiña un ojo con picardía.
Como de la nada aquel aula se llenó y comenzó la clase, con Ell y Ash en otras aulas, y el imbécil de Price haciéndose el graciosito en la última fila con sus amigotes… eran insoportables. Price es una historia para contar aparte.
Volvía de camino a casa cuando de repente una Yamaha YZR –F6 negra, la reconocí porque me encantan esos trastos– se cruzó en mi camino y chocamos. Caí de bruces contra el asfalto mientras mi pierna se quedaba enredada en la estructura de la bici... maldecí, el tobillo me dolía horrores, aunque ya había pasado más veces por eso debido a conductores locos como el que me acabada de pasar por encima, se piensan que la carretera es suya. Aquel motorista se aproximó quitándose el casco para ayudarme a salir de aquel embrollo, quedé atónita cuando lo vi, pero disimule, no debía desviarme del tema principal, mi bici y mi pierna, sin más rechacé la ayuda. Por su culpa mi pequeña quedó hecha un acordeón. Era guapísimo, el hombre más guapo que había visto en mi vida, alto, fuerte, aspecto desaliñado… y unos ojos azul violáceos bastante peculiares, tartamudeé un instante, y él rió. Sin darme cuenta estábamos rodeados de chismosos, carraspeé.
—¿Te encuentras bien?.—pregunta mientras se peina con los dedos de manera despreocupada.
—¡NO!.—le espeto cabreada.—¡MÍRAME! ¿¡CREES QUÉ PUEDO ENCONTRARME BIEN!?… me acabas de joder el único medio de transporte que tengo.
Pateo varias veces el esqueleto de la bici hasta que por fin me deshago de ella. Me levantó cojeando. Miro de reojo al muchacho con el ceño fruncido, sigue sonriendo como un cretino.
—¿De qué coño te ríes?.—pregunto.
—De tu caradura.—abro los ojos como platos tras aquella absurda acusación. Encima la culpa era mía.
—¿Caradura?... ¡me atropellaste, imbécil!.
—Tú te me echaste encima... cuatro ojos.
—¿Disculpa? ni en tus sueños, patán.—sonríe con suficiencia y me hace detestarlo aun más.
—Ya quisieras tú, guapa.
—Dios me dio malos ratos, pero no malos gustos, “guapo”.—digo con énfasis en dicho adjetivo.—¿Te crees un Dios griego?.—arruga la nariz.
Era inútil discutir con él. Se gira, y monta en su trasto y acto seguido se marcha sacando su dedo corazón a mi paso. Recogí mi cacharro y salí cojeando de aquel tumulto hasta perderlo de vista. Su caradura era mucho más grande que su belleza... y parecía imposible.
Editado: 09.01.2022