Minutos después, el guapo motorista abandona el local tras guiñar un ojo a mi amiga y recordarla que le llame con un gesto de mano. Ashley siempre ha sido una ligona empedernida, sello de la casa de los Price, todo lo contrario que yo, y sinceramente no esperaba menos tratándose de ella, pero que mínimo qué haber esperado veinticuatro horas para "sanar heridas" y ni hablar de mi orgullo. Por fin se sienta, agitando aquel papelito entre los dedos sonriendo muy pagada de sí misma ante nuestra negatividad. Elliot pasó a ser un espectador en nuestro peculiar duelo de palabras:
—Está buenísimo... quizás pruebe a que me atropelle a mí.
—No me lo puedo creer.
—Ya sé, Gené.
—Creo qué somos amigas… pero ya lo dudo-
—Ahá, lo somos… las mejores.—sonríe como si nada.— no hay que mezclar las cosas, “princesa”.—concluye con ironía mirando a Elliot, quien suele llamarme así.
—¡Te acabo de contar lo que ha pasado, joder!.
—Lo sé, nena…pero un dulce no amarga a nadie. Deberías probar más a menudo. Estás amargada.
—Ash, ese tío es estúpido…tanto que elimina cual-quier rastro positivo, si es que lo tiene.
—No he dicho que me vaya a casar con él.. solo pasar un ratillo —guiña el ojo.
—Para eso ya tienes a Masson, tía. ¡Que afición con tirarte a todos mis enemigos!.
—Gené, será porque tus amigos se reducen a Ell. A veces es bueno cambiar el menú. Steve todos los días….
—Bueno…tu misma. Me voy ya, es tarde. Hasta mañana.
—¡Venga nena, no te enfades!.
—¡Ash, ya! —concluyo la discusión.
Tras despedirme, me levanto y recojo mis cosas, nece-sito tomar aire. Ashley a veces era demasiado egoísta e hiriente, como todos los suyos. Como si hiciera falta que me restregase continuamente mi falta de amigos en ese maldito pueblo.
Voy a pasos lentos debido a mi cojera, pero eso no me hastía tanto como la frustración de lo que acaba de pasar.
Un coche para a mi lado, es Elliot y me ofrece llevarme a casa. Niego, en serio necesitaba estar sola y caminar, me conoce lo suficiente y sabe que es verdad, no insiste. Se vuelve a despedir y marcha. Camino pensativa, frustrada... «coja, sin bici, sin orgullo, y casi sin amiga. ¿Qué más podría pasarme?», me digo a mí misma... y sí, podía pasarme algo más. Comienza a llover como si no hubiera mañana. «¡¡¡MIERDA!!!». Me planto la capucha y acelero dentro de mis posibilidades el paso… no quiero resfriarme.
La luz delantera de una moto desestabiliza mi visión, haciéndome entrecerrar los ojos. Pasa fugaz tan cerca que logra empaparme de agua de cabeza a pies:
—¡¡¡Imbécil... ¿no me ves?!!!.—por supuesto que no me había visto, y mucho menos me iba a oír. Ya no sabía si reír o llorar. Había sido el día más penoso que había tenido en mucho tiempo. Volvió hasta donde me encontraba protestando, levantando la visera de su casco:
—¡Otra vez tú!. Eres una puta pesadilla, cuatro ojos.
Joder, otra vez ese imbécil. Era demasiado para un solo día... ¿de dónde narices había salido este bicho?. No habían pasado ni veinticuatro horas y ya eran dos, casi tres veces nuestros accidentados encuentros... peor que una piedra en el zapato.
—¿Me estás acosando?.
—Ya quisieras…cerebrito.
—¿Cerebrito?.—reí. Podría ser cualquier cosa menos cerebrito.
—Aparta de mi camino.—dice en tono despectivo.
Baja la visera y continua su trayecto, perdiéndolo de vista en segundos. Hago lo mismo, continuo mi camino, media hora después estaba en mi casa como una sopa. Mi madre y Larry me observan sorprendidos:
—Nena, ¿Qué pasó?.—pregunta mi madre.
—Esta mañana tuve un accidente. Mi bici quedó destrozada. Ahora me “chupé” todo el torrencial. Parece el fin del mundo.
—¡Oh cielo, no me digas! Son las típicas tormentas de verano.—aquí siempre es verano.—Quítate esa ropa de inmediato y date una ducha bien caliente. Hay que mirarte ese pie.
—Mamá, esto... No, no es nada.
—Gené, puede ser un esguince. Debería verte un médico.—aconseja Larry, negué.
Subí a mi dormitorio a ducharme, cambiarme. Me puse un pijama y me tumbé en la cama. Solo quería dormir y olvidarme de ese día. Larry llama a la puerta y entra con una bandeja en la mano con algo de comida:
—Come algo. Déjame verte ese pie.—se acomoda a mi lado y pongo mi pie entre sus manos.
—¡Ay!. —me quejo.
—Tienes una pequeña hinchazón, pero no es esguince. Mis hijos de pequeños se los hacían por montones.—su voz suena melancólica.—Ahora te pongo algo de hielo. Mañana estarás como nueva.—me masajea cuidadosa-mente la inflamación.
—Eso espero.
—¿Qué pasó con la bici?.
—Choqué con una moto, caí enredándome entre la valina y la llanta. Más bien me atropelló.
—¿Y la moto?.
—Se despreocupó… fue una escena grotesca.
—Necesitas una.
—Más horas extra.
—Déjame ayudarte.—negué firmemente, lo que me-nos quería era sacrificar al marido de mi madre, era ridículo.—Al menos déjame prestarte el dinero y me lo pagas poco a poco, como buenamente puedas. Déjate ayudar, Gené.
—No... gracias.
—Eres muy terca y orgullosa. No soy tu padre.
—Obvio que no lo eres…él nunca sería como tú.
Larry suspiró con resignación y salió del cuarto. Minu-tos después subió con una bolsa de hielo que colocó sobre la hinchazón y volvió a salir. Mañana sería otro día... viernes y a "descansar". Quedé dormida como un pesado saco toda la noche.
Editado: 09.01.2022