Al entrar a casa, observo con detenimiento un paquete en la puerta del salón. Me aproxi-mo y no salgo del asombro. Larry se encuentra en el umbral de la puerta con los brazos cruzados y una sonrisa enorme:
—¿Te gusta?. Espero haber acertado.—lo miro sorpren-dida.
—¿Es... lo que creo qué es?.
—Ábrelo.—lo abro con impaciencia, hacía demasiado que no recibía un regalo.
—No tenías porqué... no, no puedo aceptarlo.
—Bien... pues me lo pagas como puedas. Pero la necesi-tas y lo sé. No seas orgullosa.
—Ok... pero te la pagaré. Te lo prometo.
—No tienes que prometerme nada, lo sé.
Nunca había aceptado regalos de nadie, mucho menos iba a hacerlo del marido de mi madre. Me resultaba incómo-do, a pesar de que nuestra relación fuera la mejor. Tenía bicicleta nueva, el pie casi perfecto, un fin de semana con mucho por hacer y muy poco tiempo para respirar.
Eran sobre las cuatro de la tarde cuando Nancy me llamó por teléfono. Necesitaba que la cubriera el día, aquella propuesta me había caído del cielo, más horas... más dinero. Faltaban un par de horas para cubrir a mi compañera en el turno del viernes tarde/noche. Me planté los vaqueros, el polo negro del uniforme y mis converse negras. Recogí mi pelo en una cola de caballo y salí de casa, no sin antes despedirme. Llegué a tiempo del relevo de Nancy:
—¡Ufff!… te agradezco que me cubras.—comenta mientras me coloco el pequeño mandil negro.
—No te preocupes, me va a venir genial.—se despide y sale como alma que lleva el diablo.
A esa hora la cafetería estaba bastante tranquila para ser viernes, así que lustré mesas, coloqué libros en los estantes, preparé la cafetera y limpié la máquina de dibujos espumosos. No tardó en cambiar el aspecto del local, atestándose de estudiantes en un abrir y cerrar de ojos. Ir y venir de gente, limpiar y servir cafés… era mi rutina del fin de semana, pero también era lo único que me hacía relacionarme con la gente del pueblo, si a eso se le podía llamar tener una relación.
Eran las doce de la noche y ya estaba cerrando. Dando un último repaso a las mesas del fondo del local, cuando la campanita de la entrada sonó al abrir la puerta: «Está cerrado» dije sin girarme continuando con mi trabajo, pero haciendo caso omiso a mi advertencia un repiqueteo de dedos sobre el mostrador constante captó mi atención, haciendo que me dirigiera hasta la barra algo molesta:
—¡Un café para llevar!.—ordena una voz bastante familiar.
—Te dije que estaba cerrado…o eres sordo.
—Un café largo de agua y con un toque a vainilla.
—¡Lárgate de mi vista!.
—¡¡Un puto café!!
—Te dije que está cerrado...no me hagas perder la calma.
—Eres patética, cuatro ojos…¡Que me sirvas el puto café ya!.
«Muy bien, quiere café…pues le daré café» me dije. Preparo un café bien cargadito templado para no quemarlo (aunque ganas no me faltaban) y se lo lanzó a la cara. Furioso abandona el local tras tirarme todos los dispensadores de servilletas que encontró por el camino, maldiciéndome. Cuando termino de limpiar todo, recojo mis cosas y salgo, cerrando a cal y canto. Me acerco a por mi bicicleta, la cual estaba atada en la reja al costado de la puerta y…«¡maldito imbécil... lo odio!». El motorista acababa de pinchar las ruedas de mi bicicleta nueva. Furiosa llamo a Ash, aunque aun no sé porqué:
—¿Nena?
—Tu motorista me acaba de pinchar las ruedas de la bici.—continuo ofuscada.
—¿Ethan? ¿Qué bici?.—¿Ethan? así se llamaba mi tortura. Un nombre bonito como… sacudo la cabeza.
—Larry me prestó el dinero. Tu "angelito" acaba de pasar por la cafetería y como no lo serví porque ya había cerrado, se cabreó y acabó haciendo de las suyas.
—Lo siento nena. Mañana hablaré con él. Vendrá conmigo a la fiesta, ¿sabes?.
—Bien. No te lo dije por nada en particular... solo necesitaba desahogarme.
—No entiendo que es lo que pasa con vosotros dos. Deberíais hablar. Que te lleves mal con Chris, lo entiendo, es idiota, pero Ethan… .
—…También lo es. Y créeme que yo lo entiendo me-nos…no sé quien es…que pretende…que vino a hacer a este pueblo además de torturarme la vida
—Tranquila, lo averiguaremos…desahógate conmigo. Para eso estoy, nena... para lo que quieras.
—Mañana hablamos.
Colgué y arrastrando la bici llegué hasta casa agotada por el trabajo y por ese esfuerzo extra. La frustración se apoderó de mi. Ese hombre había aparecido en mi vida de la nada para hacérmela más complicada de lo que ya era. Me repugnaba.
Me duché y acosté en la cama poniéndome otra bolsa con hielo para que terminara de bajar la inflamación ya que me esperaba un fin de semana más ajetreado de lo normal. Agarré un libro de mi mesita de noche con intención de releer otro capítulo de mi saga favorita. Pensar en los hermanos Salvatore, en ese Damon malote y sexy, hacía que me evadiera de mis problemas o cualquier cosa que ocupara mi cabeza de mal agrado, aunque tan sólo fuera por un rato. Después de eso, en vez de pensar en mi vampiro sexy, se me vinieron a la cabeza esos dos ojos azul violáceos tan intensos que no habían hecho más que joderme la vida desde que se cruzaran en mi camino, pero... sacudí la cabeza repetidas veces, ¿porqué pensar en ese... Ethan?. Antes de terminar ese capítulo quedé dormida pensando en ese cretino.
Editado: 09.01.2022