A él no parecía molestarle tanto aquel acercamiento. Me liberó las muñecas, algo que agradecí, ya que todo aquello era demasiado incómodo, al menos para mí:
—¿Para qué has venido hasta aquí?.—pregunto.
—¿Quién diablos es él?.—lo miro extrañada por aquel ¿reclamo?.
—¿Qué?
—El tío ese con el que sales.
—¿Perdona? ¡Qué te importa!.
Forcejeo pero no consigo librarme de su pesado cuerpo. Sujeta mi rostro entre sus manos obligándome a mirarlo a los ojos:
—Me importa.—afirma muy bajito, algo que me descoloca.
Price confesándome por fin que le importo, que le molesta que salga con otros… el chico que tanto odiaba diciéndome algo como eso. Enmudezco y no sé que responder. En mis adentros vuelvo a maldecir a Elliot por habérmela jugado así, era obvio que él sabría algo al respecto, y esperaba que llegado el momento me supiera dar una buena y convincente explicación para tal “alta traición”:
—No debiste haber venido.—respondo por fin.
—Tú no debiste haberme hecho esto.
Se levanta un poco molesto, bueno, más bien muy mo-lesto aunque no se notara tanto, volviendo a hacer que todo el peso de aquel hecho recaiga sobre mi conciencia y la “marca maldita” de su pecho. Se gira apesadumbrado abandonando cualquier atisbo de contacto visual conmi-go:
—Todo cambio cuando me hiciste esto. Te odiaba, Gené. Te detestaba tanto que el saberte aquí, me hubiera hecho sentirme tan satisfecho de apartarte de mi vista como para hacer el fiestón del siglo.
—Pues vete y hazlo. Olvídate de que existo. Tú no me importas, yo no te importo… listo.
—Volverás.—afirma.—Y todo volverá a ser igual.
—¿Es ese el problema?.—vuelve a escrutarme con la mirada tratando de descifrar lo que voy a decir. Frunce el ceño pensativo:
—No te sigo.
—Si es ese el problema, me quedo y no vuelvo.
—¿Así de simple?.—esta vez su mirada se torna entre confusa y furiosa.
Por fin me levanto sacudiendo toda la arena de mi ropa y me aproximo:
—Es todo lo que puedo hacer… nada más.—me giro dándole la espalda y comienzo a caminar. Necesitaba alejarme de él.
—¡Yo tampoco!.—grita aún más furioso. Corre hasta mí y le espeto en la cara:
—¡¡¡Vete!!!.—grito, más bien suplicando… aunque sin decirlo porque suponía que entendería mi implorante mirada.
—No puedo hacer más, Gené.
—Nunca quise que nuestro odio llegara a tanto… a esto.
—No me odias.—afirma relajado, tan seguro de sí mismo que daba miedo.
—Tienes razón, detestarte no es odiarte.
—Tampoco me detestas.—me encojo de hombros.
No entendía a donde quería llegar. Sonríe y me acaricia la cara. Mis actos reflejos hacen que a su contacto me retire como si sintiera un corrientazo:
—Si fuera así, me hubieras dejado morir.
—Pero…—me interrumpe.
—Si fuera así, no hubieras hecho hasta lo imposible por salvarme la vida… por curarme. Si fuera así, no hubieras dormido sobre mí pegadita a mi cuerpo.—hace un gesto uniendo los dedos índice.—para brindarme tu energía y así lograr controlar mi temperatura.
—Yo…—vuelve a interrumpirme.
—¡Que dicho sea, ya que estamos supuestamente sincerándonos y que quede entre “nos”, estuvo a punto de subirme todo si no reacciono a tiempo.
—¡¡¡Eres un imbécil, Price!!!—lo empujo.
—Sabes que tengo razón.
—¡Tu prepotencia inagotable te hace confundir humanidad con atracción!.
—Nadie ha hablado de atracción, nena.
—¡No me llames nena, cretino!.
—¿Prefieres que te llame cuatro ojos o cerebrito como Ethan? ¿así te gusta más?.
—¡Vete a la mierda, Chris!.
Inexplicablemente sonríe, acto que hace sentir que algo me había perdido en dicha conversación. Me costaba seguirlo, y sin embargo a él nada perderme:
—¡Quita esa estúpida sonrisa de tu cara de muñeco, o te la quito de un…!.
—Ya tenemos confianza.
—¿Qué?.—se rasca la cabeza.
—Van dos veces en este último tiempo que me llamas Chris.
—Así te llamas, idiota.
—Para ti no. Para ti era cretino, prepotente, idiota….
—¿A dónde coño quieres llegar con todo esto? Es surreal.
—Madura Gené. Madura, piensa y entenderás. Y por favor, deja ya de fingir que me odias.
—¿Fingir?.—se marchó, dejándome con la palabra en la boca… pero tampoco tenía ganas de retenerlo más tiempo.
Ahí terminó una conversación tan extraña que me dejó casi sin dormir toda la noche, la más rara de los últimos tiempos.
La luz que emitían los rayos del sol, acompañados del sonido de mi teléfono me despertaron de golpe, haciendo que inconscientemente lo golpeara pensando que era el despertador: «¡Oh mierda!» bramé cuando vi que era Elliot. Acto seguido, mi madre tocó la puerta, la cual abrió despacito:
—Nena, alguien quiere hablar contigo.—abro los ojos como platos sorprendida de que Price aún tuviera ganas de mortificarme también este día.
—De verdad, no quiero hablar con él.
—No es Chris.—ahora mi sorpresa era mayor.—Es el chico de la playa.
—¡What! Ya bajo.
Me levanto, con la mayor rapidez de la que fui capaz, teniendo cuidado de no tropezar y unos minutos después me encontraba abriendo la puerta… y sí, en pijama. Rhas me mira divertido mientras se acaricia la nuca, me limito a encogerme de hombros:
Editado: 09.01.2022