Ciudad OnÍria

SECRETOS

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(Habla Price)

Después de que Elliot se mar-chara, permanezco un buen rato solo en el baño, sentado en el retrete, pensado en la cantidad de estupideces que había cometido, y por más que hacía, ella estaba ahí. Si bien, aquel juego me ponía, en este preciso instante debía llevarlo de otro modo, ahora ella era la única que podía ayudarme.

Voy a su dormitorio y allí me visto. No quiero atosigarla con mi presencia, con lo que decido dejarla su tiempo y espacio, tal como si no estuviera allí, creo que es lo menos que se merecía por mi parte.

 

Todo ese cuarto huele a ella, un aroma que solo me recuerda a ella, a aquella noche. Siento un escalofrío al recordarla sobre mí, cuidando de mí, nunca nadie lo había hecho de ese modo. De pronto me sobresalto cuando aparece:

—¿Estás mejor?.—asiento. Temo hablar y cagarla con cualquier comentario que de forma inconsciente sale de mi boca.—Lavaré esto, espero que salgan las manchas.

—No es necesario.

Se acerca y recoge la ropa sucia del suelo. La miro dubitativo, ella no me mira, pero aun no ha dejado a un lado la cara de desagrado, sé que no le le gusta lo que está pasando, el tenerme ahí, en su casa, en su habitación:

—Gracias.—me atrevo a decir por fin. Me observa de reojo y sale del cuarto.

No sé que hacer, si seguirla, quedarme quieto, ni siquiera sé si debería respirar. Opto por quedar-me quieto y no moverme.

Momentos después sube con una bandeja en la mano, lo que hacia que por momentos me desconcertara:

—No sé si tengas hambre, si hayas comido algo desde ayer… bueno. Te dejo esto aquí por si te apetece.—deja la bandeja sobre el escritorio sin mirarme.

—Gené…—la retengo del brazo con suavidad. Noto una pequeña descarga que automáticamente me hace soltarla. Ahora me observa con el ceño fruncido. Parecía molesta:

—Será mejor que no lo vuelvas a intentar. Price, no somos amigos… tampoco lo seremos. No confundas las cosas.

—Yo solo quería…—sale sin dejarme terminar la frase.

Se me quitó el apetito. Me resultaba demasiado com-plicado acercarme a ella, ni siquiera me daba opción de hacerlo. Había puesto un muro tan grueso y alto, que me impedía cualquier acercamiento por pequeño que fuera. No soportaría esa situación mucho tiempo, incluso apos-taba que aguantaría más fácil otra de sus quemaduras que su desprecio.

 

Después de varias horas encerrado en su cuarto, me armo de valor y bajo. No quería hablar, solo ver como se encontraba. Ahí estaba, callada, tranquila, con su caracte-rístico recogido despeinado, mirando la nada a través de la ventana. Me acerco y acomodo a su lado con cierto re-celo, con Gené había que andar con lo pies de plomo, era una fierecilla indomable:

—¿Estás bien?.—pregunto a sabiendas que no se molestaría en contestarme.

—Ajá.—contesta para mi sorpresa.—¿Cómo van tus heridas?.

—Bueno, ahí van.

—¿Comiste?.

—No tengo hambre.

—Después de todo lo que echaste, creo que tu estó-mago pide auxilio.

—Quizás sea la situación.—me mira frunciendo el ceño.

Sin pensarlo, mi mente me juega malas pasadas. No puedo dejar de observarla: «¡Está tan bonita cuando frun-ce el ceño!, se le forman unas arruguitas…se ve súper sexy». Desearía que las circunstancias fueran otras.

—Bueno, creo que hago más de lo que puedo comen-ta justificándose.

—Ambos lo hacemos. Aunque no lo creas, sé que te incomodo y eso no me agrada.

—¿Te hago sentir incómodo?.

—No exactamente. Más bien sé que te moles-ta mi presencia, eso es lo que me incomoda.

—Será solo por hoy. Lo soportaré. Al fin y al cabo ya hemos pasado por esto.

—Creí que no querías recordarlo.

—Así es, pero es algo que está ahí. A veces no se puede tapar el sol con un dedo.

—Sé que a veces soy complicado. Pero tú no eres mucho menos.

—Tampoco me conoces, Price.

—Y ¿si me dejas hacerlo?.—niega y vuelve a clavar su mirada en la ventana.

—Si te soy sincera, estoy bien como estoy. No necesito amigos de ocasión.

—Y ¿si no fuera solo ocasional?.—se levanta haciendo un mohín. No parece muy conforme con mi oferta.

 

La sigo a cierta distancia, no quiero que se sienta agobiada, pero me jode tanto que ponga esa puta barrera conmigo. Se sirve un café y tras acomodarse con desgana sobre uno de los taburetes, comienza a jugar con la taza entre sus manos. Puedo percibir su tristeza, siento su pe-nar tan profundo que las ganas de abrazarla me invaden, sin embargo no puedo acercarme tanto como quisiera:

—Puedes dormir en mi cama por hoy.

—No es necesario. Me acomodaré en cualquier lado.

—Estás herido. Es lo mejor.—Toma un sorbo y se levanta.—Revisemos por ultima vez esos golpes.—hace un gesto con la cabeza para que la siga.

Subimos hasta el baño de la planta superior. Sigo sus pasos ahora algo más de cerca, voy perdiendo el miedo –el miedo es un sentimiento desconocido hasta el momen-to por mí–. Coge algunas cosas de un armario y encamina hasta su habitación, me ayuda a quitar la camiseta, aun me duele el cuerpo al hacerlo, aguanto un modo quejido, indica que me siente en la cama, y todo en el más estricto silencio, «¡Dios, me siento idiota!» me grito en mi fuero interno, acto seguido se arrodilla para quedar a mi altura. Siento un escalofrío cuando sus cálidas manos acarician con delicadeza mis heridas esparciendo la pomada anti inflamatoria, sé que lo ha percibido, pero no me mira, tampoco emite palabra alguna. Muero por besarla y no puedo, muerdo mi labio rabioso y enfadado conmigo mismo por no tener las agallas de enfrentarme a esto que siento, al que dirán, a mis amigos, a su odio, a sentirme ridículo… a tantas cosas. Se levanta y sale de aquel cuar-to. Quisiera poder llevar a cabo la sugerencia de Elliot, pero soy una basura y un cobarde aun sabiendo que si pasara algo quedaría entre estas cuatro paredes, opto por callarme y quedarme quieto. Tengo que dejarla ir.



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En el texto hay: amor, magia, ángeles

Editado: 09.01.2022

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