Ciudad OnÍria

LÍBRAME DE TODO MAL

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Estaba amaneciendo cuando siento unas ganas inmensas de ir al baño, me levanto con sumo cuidado para no despertarlo, prefiero que esté así por el momento, es la única manera de verlo callado. Aprovecho que Price sigue dormido como un ángel –increíble pero cierto– y me doy una ducha rápida. Bajo a tomar un café y terminar de despejarme mientras mi cabeza no deja de dar vueltas al hecho de que por segunda vez hubiéramos dormi-do juntos, dándome de cabezazos con mis propias palabras y rompiendo las promesas que me hice a mí misma, muy estúpidamente. Un rato más tarde, Elliot llama al teléfono:

—Buenos días, princesa.

—Hola Ell. Dime que ya.

—Apuesto a que no dormiste de pensar en ello.

—Más o menos.—miento.

—Hemos decidido cambiar la cerradura de la hermandad.

—¿Porqué no lo pensasteis antes? Me hubieras ahorrado el hacerme pasar por esto.

—Aguanta que ya casi está. Por el momento, que no salga ni a la ventana. Nena, no sé que pasa, pero siguen buscándolo. Esto pinta feo.

—¿Pero tanto por la tal Crystal?.

—No es solo Crystal. Me temo que esto viene de atrás, quiso solucionarlo a su modo, ya sabes, y salió trasquilado. T.J me contó algo por encima. Nena, en serio estoy muy preocupado.

—Está bien. Pero te suplico que…—me interrumpe la frase.

—Te lo prometo.

Cuelga y subo a despertar a “su majestad”. Aun dormía profundo, sentía pena de despertarlo, así me limité a verlo dormir, que distinto parecía, o era yo que comenzaba a verlo de otro modo el cual me daba hasta miedo admitir, y lo admito «¡Este puto perro está jodida-mente bueno!» me dije a mí misma, y se me escapa una risa vergonzosa y nerviosa, nadie me había escuchado y sentía como si fuera lo contrario «¡mierda Gené, Price no… Price no!» mi yo bueno discutiendo con mi yo malvado, como siempre hacía, gracias a Dios siempre ganaba la cordura. Aquella era una de esas afirmaciones que jamás haría frente a él.

—Buenos días, bella durmiente.—abro la cortina para que entre claridad.

—¿Qué hora es?.—pregunta mientras se frota los ojos

—Bastante tarde.—miento. Quise decir «buena hora para empezar a joderte el día» pero no era plan empezar la guerra de buena mañana.

—¿Hoy no trabajas, nena?.

—Price, ¡qué no me llames nena!.—sonríe mientras se rasca la nuca.

—Qué genio, pero me encantas cuando te pones así.—pongo cara de disgusto.

—Pedí el día libre para ocuparme de una rata que tenía en casa.—frunce el ceño aparentemente molesto.

—En serio brujita, me pone un montón cuando te enfadas.—se muerde el labio. Agito la cabeza e ignoro su comentario.

—¿De verdad tengo qué lidiar con tu YO idiota desde por la mañana?.—me coloco frente a la puerta dispuesta a salir.

Cruzo los brazos sobre mi pecho con cara de pocos amigos, aunque admito que estaba fingiendo. Se estira y su cuerpo se hincha, mirándolo bien parece gigante.

—Sé cuando finges, Larsson. Y esa es tu cara de ello.—se me escapa una risa. El estúpido me conocía. De algo tenía que servirle el haberme torturado todos estos años.

—¡Levántate y camina, Lázaro!.—le espeto, pero no tiene pinta de quererse mover de la cama.—El príncipe se levantó perezoso.—vuelve a reír.

—Ya voy ¿Me estás echando?.—se frota la barbilla.

—En realidad…—corta la frase.

—Prefiero no saberlo. Sé que me romperás el corazón.—actúa como si le doliera dicho órgano.

—¡Eres pésimo actor!.—Aseguro.

—¿Hay algo que haga bien para ti?.—esa pregunta me confunde. No sé como tomármela. Sonrío porque era mi oportunidad:

—Obvio… joderme la vida. Eso lo haces como nadie.—hace un mohín.

—No es cierto, brujita.—asiento.

—Lo es. Desde que tengo uso de razón, tú y todas tus zorritas de turno. Aun me pregunto porque narices ando salvándote el pellejo.

—Porque me quieres, siempre lo has hecho y no quieres reconocerlo.

—Estás enfermo. Déjame que te mire la fiebre. Debió subirte. ¿O has bebido algo en mi ausencia? Puede que el medicamento te fuera mal.

—Tú me pones mal… muy mal. ¿Quieres verlo?.

Se levanta aproximándose a mí como una fiera acorralando a su presa. Enarco una ceja ante su actitud, dudo de sus intenciones. Me ultraja entre la pared y él. Intento apartarlo con mis manos, esta vez no me importa que le duela el cuerpo, ni hacerle daño, como se atreva a hacerme algo lo mando a la otra punta sin reparo alguno.

—Price, no lo estropees.—digo con voz suplicante.

—¿El qué, pequeña?.—susurra muy cerca de mi oído.—Quiero demostrarte lo que me haces.

Agarra una de mis manos y la lleva hasta su dura entrepierna de manera forzada, pero sin hacerme daño. Seguimos hablando entre susurros:

—Price eres muy estúpido.—me quejo. Sonríe de lado con suficiencia y eso me molesta. Siento que me ha vencido, y no es así.

—No te creo, nena. Mírame a los ojos y dime —«¿decirle que me pones nerviosa tanto acercamiento? lo detesto» puede que me siga engañando o no, pero paso de seguir el juego.

—Por favor, no quiero hacerte daño.—suplico. Porque lo más probable es que al sentirme acorralada, aquello que aun no controlaba, descargara nuevamente sobre mi enemigo número uno.

—Venga Gené… dime. Saca lo que tienes dentro. Es tu oportunidad.—de dejaba de susurrarme y eso me daba escalofríos.



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En el texto hay: amor, magia, ángeles

Editado: 09.01.2022

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